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El dolor nos hace mas humanos, más compasivos; agranda nuestro corazón y se convierte en ocasión para un encuentro cara a cara con Dios.

En un mundo tan dividido como el nuestro; en un momento histórico en el que nos separan las ideas políticas, propuestas económicas, diversas culturas, estilos de vida, filosofías y en algunos casos hasta nuestra forma de vestir, resulta sorprendente poder ver que existe algo superior a todas nuestras diferencias, que logra realmente unirnos y situarnos a todos en el mismo nivel: El dolor…

Podemos estar en total desacuerdo en cientos de temas y formas de ver la vida, pero cuando se trata del dolor nadie es ajeno. En algún momento de nuestra vida, cuando somos pequeños o ya entrados en años, se ha cruzado ese misterioso compañero de camino. Todos podemos tener empatía con el que sufre porque de un modo u otro, todos lo hemos tenido que enfrentar.

¿Quiénes somos? 

He aquí la verdadera pregunta, el dilema que define quien somos. No estoy hablando del convencimiento de la propia capacidad de afrontar las dificultades por sí mismo, o de adoptar una posición pesimista u optimista ante la vida. Ante la  cuestión del dolor existen varias posturas: Hay quienes huyen del dolor, se tapan los ojos y prefieren no vivir la realidad que toca a la puerta; otros agachan la cabeza, se encogen de hombros y lo sufren porque no hay otra opción; algunos se revelan, increpan y se hunden con la eterna pregunta de ¿porqué a mi? Y están los que –contando siempre con la ayuda de Dios- se abrazan a el y lo aceptan con todas sus consecuencias.

¿Por qué? ¿Cómo? No puedo dar una respuesta definitiva, ni hablar por todos, solo puedo contar lo que yo he vivido y la forma en que –sin merito de mi parte- me han enseñado a enfrentar esta realidad tan presente en nuestras vidas. Se aceptan el dolor y las contrariedades que trae la vida, porque comprendemos que no es un mal definitivo, no es un absoluto y que la “última palabra” la tiene siempre Dios. Porque sabemos que lo que a primera vista puede parecer un mal irremediable o inevitable, de la mano de Dios resulta una aventura maravillosa que es realmente capaz de darnos mucho más de lo que incluso somos capaces de pedir.

Porque, si bien el dolor y las preocupaciones son reales, vemos que a nuestro alrededor se desborda el amor, los amigos y la gente que solo procura nuestro bien… En definitiva, por que el dolor nos hace mas humanos, más compasivos; agranda nuestro corazón y se convierte en ocasión para un encuentro cara a cara con Dios.

Por María Paula Riofrio
La Vida es Bella

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