El buen ejemplo de los padres puede ser un factor muy importante al momento de criar a los hijos.
“Desde que salí de casa a los diez años, he leído muchos libros y he aprendido muchas cosas que vosotros no podías enseñarme. Pero las cosas que aprendí de vosotros son aún las más preciosas e importantes que poseo y las que sostienen y dan calor a todas las otras que aprendí después”—Papa Juan XXIII a sus padres
¿Acaso no son hermosas estas palabras de Juan XXIII a sus padres? Su expresión denota la gratitud por el amor y el buen ejemplo recibido de ellos. Pero, ¿qué significa “dar el buen ejemplo”? Este no es más que la transparencia y la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos.
Seamos testigos
Quizás hayamos escuchado antes los siguientes enunciados:
- La palabra convence, pero el ejemplo arrastra.
- Un ejemplo vale más que mil palabras.
Estas frases llevan mucha verdad, pues el buen ejemplo del educador vale más que sus muchos sermones. Entonces, ¿no tenemos que dar consejos? ¡Claro que tenemos que darlos! Procuremos que ellos vayan acompañados del testimonio de nuestra propia vida (que da más credibilidad a nuestras palabras). Por eso se dice que el buen ejemplo es el mejor educador de los hijos.
Es cuestión de coherencia
Nuestros hijos necesitan percibir que existe una relación entre lo que decimos y lo que hacemos. Cuando somos coherentes les estamos diciendo, sin palabras, que aquello en lo que creemos y defendemos es realmente valioso para nosotros, que lo consideramos bueno y digno de ser llevado a cabo. Pongamos unos ejemplos concretos:
- Pides a tus hijos que sean más ordenados. Y, ¿cómo llevas tú el orden en tus cosas, en tu tiempo, en tu vida?
- Quieres que tu hijo mejore sus calificaciones y lleve con más responsabilidad sus estudios. ¿Cómo llevas tu trabajo y tus responsabilidades? ¿Pierdes el tiempo con cosas inútiles?
- Te gusta que tus hijos pidan perdón y reconozcan cuando fallan. ¿Lo haces tú cuando le fallas a ellos? ¿Ven ellos una reconciliación después de una discusión entre sus padres?
- Quieres que tus hijos cumplan con sus deberes religiosos. Pero, ¿cómo llevas tu vida de fe? Notan tus hijos que te vuelves más honrado, que eres más humilde, más amable, más generoso, más alegre; que vas siendo un mejor padre o madre…
- Esperas que tus hijos te amen y te respeten. ¿Cómo respetas y amas a tus propios padres? Nuestros hijos pueden aprender —con nuestro ejemplo— que el respeto y el amor a los padres ha de durar toda la vida.
¿Y si hemos dado mal ejemplo?
Todos nos equivocamos, pero es importante reconocer que incluso los propios fallos son oportunidades privilegiadas en las que podemos dar ejemplo a nuestros hijos. ¿Ejemplo de qué? De la fuerza del perdón y la reparación. Todas nuestras incoherencias, por grandes que sean, ¡se pueden enmendar! Por este motivo es necesario pensar, ¿hago cosas que no me gustaría que mis hijos hicieran? ¿Cuáles son? ¿Cómo puedo mejorar en ello?
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Un padre le dijo a su hijo: “Ten cuidado por donde caminas”. El hijo le responde: “ten cuidado tú, recuerda que yo sigo tus pasos”. Pregúntate, qué cosas deseas que tus hijos mejoren. Pero sobre todo, ¿cómo haces tú esas mismas cosas? No lo olvides: ¡tu ejemplo es la mejor formación que puedes darle a tus hijos!
Por Katherine Zambrano Yaguana, PhD.
Universidad de Navarra.