Un periodista le preguntó al Papa Benedicto XVI que si tuviera que irse a una isla y sólo pudiera llevar dos libros, cuáles serían. Contestó: la Biblia y las Confesiones de San Agustín.
En su gran condescendencia, Dios nos habla en palabras humanas. A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, Jesucristo, “es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados”, dice San Agustín (Psal. 103, 4,1). Allí el cristiano encuentra su alimento y su fuerza.
El Concilio Vaticano II pide dar impulso a los estudios bíblicos, en la constitución dogmática sobre la revelación, Dei Verbum, dice: “En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» La palabra de Dios es “sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual” (n. 21). Y continúa: Se “recomienda a todos los fieles (…) la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (Phil 3,8), pues “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” (…) “Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con los hombres” (n. 25). Parece que esta constitución es el acontecimiento más grande del Concilio. Hay un viraje en los estudios teológicos, y, además, organizan la Liturgia para que se conozcan las Escrituras.
Lo que tenemos en la Biblia no es una historia humana solamente, sino una comunicación que Dios quiere tener con cada persona.
La Palabra de Dios no fluctúa por los acontecimientos históricos; sin embargo, la historia sí influye en los que leen la Palabra y en los que la escribieron, por eso, hay que interpretarla viendo lo que querían decir los que la escribieron; lo que quiso decir el Espíritu Santo. Si la interpretación es falsa, ¿para qué nos sirve la Palabra de Dios?… El demonio es experto en manipularla.
San Juan Crisóstomo escribe: “Ni las grandezas de la gloria humana, ni la majestad del poder, ni la presencia y favor de los amigos, ni otra cosa alguna de las humanas, puede consolar al alma que se encuentra consumida por la tristeza, como la Sagrada Escritura” (…) “La lección de las Sagradas Escrituras es una conversación con Dios, y cuando al que está consumido por la tristeza es Dios quien le habla, quien lo consuela ¿qué habrá entre las cosas creadas que pueda entristecerlo?”.
“Es preciso leer los signos de los tiempos y los problemas del mundo de hoy, a la luz indefectible del evangelio” (Juan Pablo II). Hay que ver: ¿hacia dónde van los tiempos históricos actuales? Van hacia la unidad de los cristianos, hacia el ecumenismo. Si la gente no se forma bien en el conocimiento de la Sagrada Escritura, se la van a machacar los hermanos separados.
No se trata de leer mucho cada día, sino de leer con profundidad, sin prisas, en presencia de Dios.
Hay que leer la Exhortación Apostólica Verbum Domini de Benedicto XVI, sobre todo la primera parte, para saber cómo hacer más presente la Palabra de Dios en la vida del pueblo de Dios, ya que la Biblia ha de ser el libro de cabecera del cristiano. El Papa plantea el pecado como “la falta de escucha a la Palabra de Dios”. Y propone dejarnos plasmar por esa Palabra, ello requiere hacer una lectura orante de la Biblia, y conduce a la alegría de vivir y de servir, porque “cada hombre es el destinatario de la Palabra de Dios (…) Dios nos ha hecho a cada uno capaces de escuchar y responder a la Palabra divina; (…) no se entiende a sí mismo si no se abre a este diálogo” (n. 22). Y sigue diciendo: “En este diálogo con Dios nos comprendemos a nosotros mismos y encontramos respuesta a las cuestiones más profundas que anidan en nuestro corazón” (n. 23).
El mensaje de la Biblia no se agota nunca. No se trata de leer mucho cada día, sino de leer con profundidad, sin prisas, en presencia de Dios, pidiendo ayuda al Espíritu Santo para comprender lo que quiere decirnos ese día con las palabras que nos toca leer. De esta lectura meditada saldrán propósitos de mejora en el trabajo, en el trato con los demás, puntos para meditar… Hay que meternos a su lectura como si fuéramos un personaje más de la escena.
Lutero decía: “lo que salva es la fe, no las obras”. Esta es una de las columnas del protestantismo en contra de la Iglesia Católica, la sola fe (sola fide), Scott Hahn argumenta: En Santiago 2,24, la Biblia enseña que “el hombre es justificado por las obras y no por la fe sola”. Además, San Pablo dijo en I Corintios 13,2 “si tengo una fe capaz de mover montañas, pero no tengo amor, nada soy”. Y descubre que la “sola fide” no es una doctrina de la Escritura. ¿Y qué decir de 2 Tesalonicenses 2,15? San Pablo dice: “manténganse firmes y fieles a las tradiciones que les fueron enseñadas por nosotros, ya sea de viva voz o por carta”.
Por Rebeca Reynaud