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Alcanzar la paz está más cerca de lo que pensamos.

Cada que iniciamos un nuevo año en el calendario civil, se suele despertar uno de nuestros más profundos deseos: que venga la paz, pues nuestro mundo y nuestra sociedad necesitan de esa concordia que nos permita convivir en armonía.

Pero aquí se oculta sutilmente el riesgo de pensar que conseguir la paz sólo está en manos de políticos o militares. ¿Sabías que esa paz tan deseada es –principalmente– una tarea de cada familia?

El secreto de la paz

Quizá algunos de nosotros todavía seguimos pensando que la anhelada tranquilidad social empezará cuando los gobernantes de las naciones se pongan de acuerdo para respetarse mutuamente, o cuando sean llevados a prisión todos los delincuentes. Pero no es así, la paz social es consecuencia de la paz personal de cada miembro de la sociedad.

Aunque esa tranquilidad sí requiere de acuerdos políticos y de acciones de seguridad pública, la paz de una ciudad y de un país siempre es consecuencia de la paz interior y familiar de cada ciudadano. Ésta es la clave, si entendemos que primero debemos tener paz con nosotros mismos y con nuestra propia familia.

Tareas domésticas para conseguir la paz 

El papa Francisco en una de sus homilías diarias explicaba que “el mundo de hoy necesita paz, nosotros necesitamos paz” y que esto se puede conseguir si comenzamos en casa a practicar algunas cosas sencillas, como la magnanimidad, dulzura, humildad (26 oct. 2018).

El Santo Padre concretaba lo anterior en que los miembros de cada familia se pongan “de acuerdo a hacer la paz al inicio: esta es la humildad, esta es la dulzura, esta es la magnanimidad” (Ibíd).

Pero como los seres humanos solemos fallar y podemos contrariar a los demás, es importante esa humildad que nos lleva a pedir perdón. Por eso, la paz necesita tanto de saber pedir disculpas como también de aprender a perdonar.

Así pues, cada uno debe emprender algunas tareas en sus propios hogares, porque la paz de una sociedad es la suma de la armonía que se respira en cada persona y en cada familia.

Por Luis-Fernando Valdés
Sacerdote, doctor en Teología
lfvaldes@gmail.com

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