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El primer contacto de los niños con el mundo es su familia. Esta es su principal fuente de conocimientos y cuidados.

Los adultos tenemos el deber de formar las pequeñas mentes que entre los seis y siete años ya empiezan a tener mayor independencia. Cuando iniciamos una familia planeamos cómo queremos educar a nuestros hijos, qué valores queremos darles, en qué colegio nos gustaría que aprendan y cuáles serán las rutinas que elegiremos para su día a día. Todo esto lo hacemos pensando en entregarles las mejores herramientas que estén a nuestro alcance para que desarrollen todo su potencial.

Diversos estudios han demostrado que la familia, el colegio y hasta el barrio son determinantes para la evolución de nuestros hijos. Los científicos han descubierto que el entorno en el que los menores crecen y las relaciones que mantienen con las personas que lo conforman -incluso desde los primeros días de vida- afectan cuándo y cómo se expresará su desarrollo físico e intelectual.

A esta edad, alrededor de los seis y siete años, en la que el colegio les abre un espectro mayor de sociabilización, los niños están ganando una nueva independencia, en la cual la opinión de sus amigos empieza a ser cada día más importante, comienzan a darle importancia a ser aceptados por sus pares y a plantearse qué harán en el futuro y cuál es su lugar en el mundo en que viven.

En este contexto, prestar atención a sus inquietudes y mantener vínculos sanos con ellos son aspectos fundamentales para cimentar relaciones respetuosas que los ayuden a desarrollarse apropiadamente. A su vez, toda estimulación que se entregue a los niños en esta etapa, en la que sus conexiones neuronales y el desarrollo cerebral están a toda marcha, van a ayudar a su aprendizaje, tanto escolar como social, y repercutirá a lo largo de su vida.

¿Qué rol cumple las familias?

En un artículo del Manual del desarrollo infantil, escrito por Michael J. Guralnick, se explican tres maneras en las que la familia influye en el desarrollo de los hijos. Cumpliendo con estas guías básicas, se potencia como mediadora de las experiencias de aprendizaje de los niños, transmite creencias y valores y se transforma en la responsable de crear vínculos sanos que produzcan seguridad emocional en los menores.

La primera se refiere a las interacciones entre padres e hijos. Se trata de la relación propia entre los integrantes de la familia, donde cada uno ejerce un cierto nivel de influencia sobre el otro. Se requiere de sensibilidad por parte de los padres para entender y procesar los mensajes de los niños, para así generar respuestas o acciones acordes con ellos y con la etapa del desarrollo en la que se encuentran. De esta manera, se van entregando pautas de comportamiento que, de no existir, pueden derivar en niños con baja autoestima y poco proclives a desarrollar relaciones sanas con sus pares, entre otros aspectos.

Una segunda dimensión dice relación con las experiencias o actividades organizadas por la familia. En ellas se genera un ambiente que se presta para el desarrollo de los niños, ya sea eligiendo los juguetes de acuerdo a su edad, programando rutinas diarias que den paso a una comprensión de su entorno (como leer un cuento en la noche o bien asignar tareas dentro de la casa), además de la elección apropiada del colegio e incluso de las actividades educativas fuera del horario escolar, como ir a un museo, al zoológico o a jugar con un amigo. De acuerdo con Michael J. Guralnick, este tipo de actividades juega un rol importante para determinar cómo se comportarán los niños más adelante, por ejemplo, cuando les enseñamos a tratar con sus pares ante un conflicto.

La tercera forma es la seguridad y salud provista por la familia. Esto se traduce en atender las necesidades básicas como, por ejemplo, asegurar un ambiente sin peligros o proveer una alimentación balanceada. Con aspectos como estos que estén cubiertos, el niño tendrá más espacio para enfocarse en otros asuntos como aprender.

¿Cómo ayudar a nuestros niños en su desarrollo?

La institución Centers for Disease Control and Prevention (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, CDC por sus siglas en inglés) de Estados Unidos explica que, si bien las estructuras familiares han ido variando a través del tiempo, todas comparten la característica de formar un grupo en el que los lazos afectivos son muy significativos y necesarios. “Este núcleo se entiende como el espacio de desarrollo donde niños y niñas debieran encontrar estímulos crecientes y muchas oportunidades para desplegar sus potencialidades y ejercer a plenitud sus derechos, cada vez en una medida más plena, de acuerdo a cómo sus necesidades de protagonismo social y creatividad se hacen mayores”, define el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.

El CDC recomienda que, para ayudar a nuestros niños a desarrollarse de la mejor manera en esta etapa, debemos:

1. Mostrar afecto y reconocer sus logros, alentándolos a ponerse metas alcanzables para que, además, aprendan a estar orgullosos de sí mismos.
2. Conversar: del colegio, de los amigos o del futuro. Pasar tiempo juntos y realizar actividades que den paso a su conocimiento. Además, estar presentes y saber quiénes son las demás personas que forman parte de la vida de nuestros niños, como profesores o amigos.
3. Crear reglas claras y asignar tareas, pues ayudan a su autonomía.
4. Apoyarlos a asumir desafíos, incentivándolos a resolver problemas.

Vía Hacerfamila.cl

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