Que la cuarentena no sea motivo suficiente para que no puedas celebrar solo o en familia el cuarto domingo de cuaresma.
En los días y semanas que vienen, muchos de nosotros no podremos participar en la misa dominical a causa del coronavirus. Por este motivo te proponemos la posibilidad de santificar este cuarto domingo de Cuaresma con la celebración de la Palabra de Dios.
Ten presente la siguiente guía para este cuarto domingo de cuaresma
Si se encuentra solo, es preferible leer las lecturas y oraciones de la misa de este domingo o seguir la misa por televisión. Esta celebración requiere al menos la participación de dos personas.
Puede celebrarse el sábado tras el ocaso (vigilia del domingo) o en la tarde del domingo, pero la mañana del domingo constituye el momento más apropiado.
Esta celebración se adapta particularmente a un marco familiar, de amistad o de vecinos. Ahora bien, en el respeto de las medidas del confinamiento, es necesario verificar si está permitido invitar a los vecinos o amigos. En todo caso, durante su celebración, deberán respetarse estrictamente las consignas de seguridad.
Se ha de colocar el número de sillas necesario ante un espacio de oración, respetando la distancia de un metro entre cada uno.
Debería colocarse una cruz o el crucifijo.
Se encenderán una o varias velas, que deberán colocarse en un soporte incombustible (por ejemplo, un plato de porcelana o cristal). Al final de la celebración, se apagarán las velas.
Si usted tiene flores en un jardín, puede colocarlas en el ambiente de oración, pues su presencia es particularmente indicada en este domingo Laetare, en previsión de la alegría de la Pascua.
Se designa a una persona para dirigir la oración (en orden de prioridad: un diácono, un laico que haya recibido el ministerio del lectorado o acolitado, el padre o la madre de familia).
La persona encargada de dirigir la oración establecerá la duración de los momentos de silencio.
Se designarán lectores para las lecturas.
Se preparará con anticipación una propuesta de oración de los fieles. De todos modos, en esta guía, se ofrece una propuesta. Deberá designarse a una persona para su lectura.
Se podrán preparar cantos apropiados.
Celebración de la Palabra
“No tomen parte en las obras estériles de los que son tinieblas”.
Sentados. El guía de la celebración toma la palabra:
Hermanos y hermanas, en este cuarto domingo de Cuaresma, circunstancias excepcionales nos impiden participar en la celebración de la Eucaristía. Ahora bien, sabemos que cuando nos reunimos para rezar en su Nombre, Cristo Jesús se hace presente entre nosotros.
Y creemos que, cuando leemos la Escritura en Iglesia, nos habla el mismo Verbo de Dios. Su palabra se convierte, de este modo, en auténtico alimento para nuestra vida. Por este motivo, nos disponemos a escuchar esta Palabra en comunión con toda la Iglesia.
Pausa
A este cuarto domingo de Cuaresma se le llama también domingo Laetare, pues la antífona de apertura comienza con el pasaje de Isaías:
“Alégrate (Laetare en latín), Jerusalén, y que se reúnan cuantos la aman”. A mitad del camino cuaresmal de penitencia, la Iglesia nos invita a hacer una pausa para poder discernir nuestro objetivo final: la alegría perfecta de Pascua, y saborear así ya desde ahora una primicia.
Pausa
Hermanos y hermanas, en medio de nuestras tribulaciones, en los más profundo de nuestras pruebas, la Iglesia nos invita a contemplar y a desear la última meta: la resurrección bendita que se nos ha prometido por Jesucristo Nuestro Señor. Con Él y en Él. Ahora nos preparamos a abrir nuestro corazón en silencio.
Después de un verdadero momento de silencio, todos se levantan y se hacen la señal de la cruz diciendo:
En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
El guía continúa
Para prepararnos a acoger la Palabra de Dios, de manera que pueda regenerarnos, reconozcamos nuestros pecados.
A continuación, se deja paso al rito penitencial. Por ejemplo:
Señor, ten misericordia de nosotros. Porque hemos pecado contra ti. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Que Dios Todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados, y nos conduzca a la vida eterna. Amén.
Recitamos o cantamos
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
El guía recita la oración
Alégrate, Jerusalén, y que se reúnan cuantos la aman. Compartan su alegría los que estaban tristes, vengan a saciarse con su felicidad. Amén.
A continuación, se leen las lecturas de la misa de este cuarto domingo de Cuaresma.
La persona encargada de la primera lectura permanece de pie, mientras que el resto de los congregados se sientan.
Primera lectura
David es ungido rey de Israel. Lectura del primer libro de Samuel (16,1b. 6-7. 10-13a).
En aquellos días, dijo el Señor a Samuel:
“Ve a la casa de Jesé, en Belén, porque de entre sus hijos me he escogido un rey.
Llena, pues, tu cuerno de aceite para ungirlo y vete”.
Cuando llegó Samuel a Belén y vio a Eliab, el hijo mayor de Jesé, pensó: “Este es, sin duda, el que voy a ungir como rey”.
Pero el Señor le dijo:
“No te dejes impresionar por su aspecto ni por su gran estatura, pues yo lo he descartado, porque yo no juzgo como juzga el hombre.
El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones”.
Así fueron pasando ante Samuel siete de los hijos de Jesé; pero Samuel dijo: “Ninguno de estos es el elegido del Señor”.
Luego le preguntó a Jesé: “¿Son estos todos tus hijos?”
Él respondió: “Falta el más pequeño, que está cuidando el rebaño”.
Samuel le dijo: “Hazlo venir, porque no nos sentaremos a comer hasta que llegue”.
Y Jesé lo mandó llamar.
El muchacho era rubio, de ojos vivos y buena presencia.
Entonces el Señor dijo a Samuel: “Levántate y úngelo, porque este es”.
Tomó Samuel el cuerno con el aceite y lo ungió delante de sus hermanos.
A partir de aquel día, el espíritu del Señor estuvo con David.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmos 22
La persona encargada de leer el salmo, se pone de pie, mientras los demás permanecen sentados.
Salmos 22:
R/ El Señor es mi pastor, nade me faltará.
El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas.
R/ El Señor es mi pastor, nade me faltará.
Por ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto; así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
R/ El Señor es mi pastor, nade me faltará.
Tú mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes.
R/ El Señor es mi pastor, nade me faltará.
Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y viviré en la casa del Señor por años sin término.
R/ El Señor es mi pastor, nade me faltará.
Segunda lectura
El encargado de leer la segunda lectura, se pone de pie.
SEGUNDA LECTURA (Efesios 5,8-14).
“Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios
Hermanos:
En otro tiempo ustedes fueron tinieblas, pero ahora, unidos al Señor, son luz.
Vivan, por lo tanto, como hijos de la luz.
Los frutos de la luz son la bondad, la santidad y la verdad.
Busquen lo que es agradable al Señor y no tomen parte en las obras estériles de los que son tinieblas.
Al contrario, repruébenlas abiertamente; porque, si bien las cosas que ellos hacen en secreto da vergüenza aun mencionarlas,
al ser reprobadas abiertamente, todo queda en claro, porque todo lo que es iluminado por la luz se convierte en luz.
Por eso se dice: Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Todos se levantan en el momento en el que se recita o canta la aclamación al Evangelio:
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; el que me sigue tendrá la luz de la vida.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Lectura del evangelio
A continuación se pasa a la lectura del Evangelio. Con sobriedad se pasa a la lectura: EVANGELIO (Juan 9,1-41):
“Él fue, se lavó y volvió con vista”
Versión completa: Lectura del santo evangelio según san Juan
En aquel tiempo, Jesús vio al pasar a un ciego de nacimiento, y sus discípulos le preguntaron:
“Maestro, ¿quién pecó para que este naciera ciego, él o sus padres?”.
Jesús respondió: “Ni él pecó, ni tampoco sus padres.
Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios.
Es necesario que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día, porque luego llega la noche y ya nadie puede trabajar.
Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo”.
Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le dijo:
“Ve a lavarte en la piscina de Siloé” (que significa “Enviado”).
Él fue, se lavó y volvió con vista.
Entonces los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna, preguntaban: “¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?”.
Unos decían: “Es el mismo”.
Otros: “No es él, sino que se le parece”.
Pero él decía: “Yo soy”.
Y le preguntaban: “Entonces, ¿cómo se te abrieron los ojos?”.
Él les respondió: “El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: “Ve a Siloé y lávate”.
Entonces fui, me lavé y comencé a ver”.
Le preguntaron: “¿En dónde está él?” Les contestó: “No lo sé”.
Llevaron entonces ante los fariseos al que había sido ciego.
Era sábado el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos.
También los fariseos le preguntaron cómo había adquirido la vista.
Él les contestó: “Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo”.
Algunos de los fariseos comentaban:
“Ese hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”.
Otros replicaban: “¿Cómo puede un pecador hacer semejantes prodigios?”
Y había división entre ellos. Entonces volvieron a preguntarle al ciego:
“Y tú, ¿qué piensas del que te abrió los ojos?” Él les contestó: “Que es un profeta”.
Pero los judíos no creyeron que aquel hombre, que había sido ciego, hubiera recobrado la vista.
Llamaron, pues, a sus padres y les preguntaron:
“¿Es este su hijo, del que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?”
Sus padres contestaron: “Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego.
Cómo es que ahora ve o quién le haya dado la vista, no lo sabemos.
Pregúntenselo a él; ya tiene edad suficiente y responderá por sí mismo”.
Los padres del que había sido ciego dijeron esto por miedo a los judíos, porque estos ya habían convenido en expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías.
Por eso sus padres dijeron: “Ya tiene edad; pregúntenle a él”.
Llamaron de nuevo al que había sido ciego y le dijeron:
“Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador”.
Contestó él: “Si es pecador, yo no lo sé; solo sé que yo era ciego y ahora veo”.
Le preguntaron otra vez: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?”
Les contestó: “Ya se lo dije a ustedes y no me han dado crédito.
¿Para qué quieren oírlo otra vez?
¿Acaso también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?”
Entonces ellos lo llenaron de insultos y le dijeron:
“Discípulo de ese lo serás tú. Nosotros somos discípulos de Moisés.
Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Pero ese, no sabemos de dónde viene”.
Replicó aquel hombre: “Es curioso que ustedes no sepan de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos.
Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ese sí lo escucha.
Jamás se había oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento.
Si este no viniera de Dios, no tendría ningún poder”.
Le replicaron: “Tú eres puro pecado desde que naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones?” Y lo echaron fuera.
Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?”
Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?”
Jesús le dijo: “Ya lo has visto; el que está hablando contio, ese es”.
Él dijo: “Creo, Señor”. Y postrándose, lo adoró.
Entonces le dijo Jesús: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”.
Al oír esto, algunos fariseos que estaban con él le preguntaron: “¿Entonces también nosotros estamos ciegos?”.
Jesús les contestó: “Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que ven, siguen en su pecado”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
La lectura concluye sin aclamación.
Todos se sientan, y el guía vuelve a leer lentamente, como si se tratara de un lejano eco:
“Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que ven, siguen en su pecado”.
Permanecemos cinco minutos en silencio para meditar en silencio.
Credo
A continuación todos se levantan y profesan la de la Iglesia, recitando el símbolo de los apóstoles.
Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.
Todos permanecen de pie para invocar la oración de los fieles, según haya sido preparada o siguiendo esta fórmula.
Oración de los fieles
Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra.
Señor, envía tu don de piedad a nuestro Papa Francisco, a nuestros obispos y a nuestros sacerdotes, para que en este tiempo de prueba permanezcan más que nunca como buenos pastores, guiando ante todo con el ejemplo a tus hijos por el camino dela santidad.
Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra.
Señor, envía tu don de consejo a nuestros gobernantes: que tomen las decisiones adecuadas para el bien común.
Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra.
Señor, envía el don de ciencia a nuestros investigadores: para que encuentren los remedios que salvan.
Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra.
Señor, envía el don del amor a médicos, enfermeros y personal sanitario para que su entrega a los demás quede transfigurada.
Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra.
Señor, envía el don de fortaleza a los enfermos para que tengan la valentía de ofrecer su pasión, en unión con la entrega de tu Hijo Jesucristo.
Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra.
Señor, envíanos el don de sabiduría, para que en toda circunstancia, adoremos el designio amoroso de tu Providencia. Envíanos también el don de entendimiento para que encontremos en la Palabra de Dios las respuestas a nuestras preguntas.
Por último, envíanos el don del temor de Dios para que permanezcamos fieles a tu amor y solo tengamos miedo de aquello que puede separarnos de ti.
Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra.
Al final, el guía introduce la oración del Señor: Unidos en el Espíritu y en la comunión de la Iglesia, fieles a la recomendación del Salvador nos atrevemos a decir: Se reza o canta el Padrenuestro:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.
E inmediatamente todos proclaman: Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
Compartir la paz
El guía invita a compartir la paz:
Acabamos de unir nuestra voz a la del Señor Jesús para orar al Padre. Somos hijos en el Hijo. En la caridad que nos une los unos a los otros, renovados por la Palabra de Dios, podemos intercambiar un gesto de paz, signo de la comunión que recibimos del Señor.
Todos intercambian un gesto de paz. Si fuera necesario, siguiendo las indicaciones de las autoridades, este gesto puede concretizarse en una inclinación profunda hacia el otro o, en familia, enviando un beso a distancia con dos dedos en los labios.
Nos sentamos.
Comunión espiritual
El guía dice:
Dado que no podemos recibir la comunión sacramental, el Papa Francisco nos invita apremiantemente a realizar la comunión espiritual, llamada también “comunión de deseo”.
El Concilio de Trento nos recuerda que “se trata de un ardiente deseo de alimentarse con este Pan celestial, unido a una fe viva que obra por la caridad, y que nos hace participantes de los frutos y gracias del Sacramento”.
El valor de nuestra comunión espiritual depende, por tanto, de nuestra fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía, como fuente de vida, de amor y de unidad, así como de nuestro deseo de comulgar, a pesar de las circunstancias.
Con esta disposición de ánimo, les invito ahora a inclinar la frente, a cerrar los ojos y vivir un momento de recogimiento.
En lo más profundo de nuestro corazón, dejemos crecer el ardiente deseo de unirnos a Jesús, en la comunión sacramental, y de hacer que su amor se haga vivo en nuestras vidas, amando a nuestros hermanos y hermanas como Él nos ha amado.
Permanecemos cinco minutos en silencio en un diálogo de corazón a corazón con Jesucristo. Podemos cantar un cántico de acción de gracias.
A continuación, nos ponemos de pie.
Es posible concluir la celebración elevando un cántico a la Virgen María.
Fuente: Aleteia.
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