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Hoy celebramos la Fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles, y hoy sigue viniendo el Espíritu y sigue encendiendo el fuego en la Iglesia.

Con esta Fiesta de Pentecostés, termina el tiempo de Pascua. Hemos caminado cincuenta días desde la Resurrección de Jesús hasta hoy. Estos días han estado marcados por la presencia del Espíritu Santo. Él es, en efecto, el DON PASCUAL por excelencia, que crea siempre cosas nuevas.

El Espíritu, en el día de Pentecostés, bajó del cielo en forma de “lenguas de fuego”, hubo un ruido fuerte y un viento que soplaba. Y, este Espíritu se posa sobre cada uno de ellos y se llenaron todos del Espíritu Santo.

Particularmente me gusta mucho la figura de las “lenguas” de fuego. Siempre digo a los jóvenes, en el Sacramento de la Confirmación, que se dejen quemar por ese fuego de Dios en sus vidas y que prendan fuego, que incendien su casa, su barrio, su colegio, sus amigos, su vida entera, pero que la incendien con el fuego del Espíritu que es el fuego del amor. Y es lo que nos falta hoy, “encender el fuego” de Dios en esta sociedad.

 

 

Llamados a ser

El Espíritu presente en el Cenáculo, hace que los discípulos sean un “pueblo nuevo” y crea en ellos un “corazón nuevo”.

Debemos ser ese pueblo nuevo, un pueblo nuevo hoy necesario más que nunca. Un pueblo nuevo que renace de una pandemia, de una realidad de dolor y de angustia. Un pueblo que se llena del Espíritu de Dios para vencer el miedo, para comunicar a todos la esperanza, para llegar con un mensaje de vida, no de muerte.

Somos llamados a tener ese corazón nuevo para cambiar esta sociedad. Un corazón nuevo que nos haga verdaderos testigos en esta sociedad.

Pedir al Señor

Pidamos al Señor, en este día de Pentecostés, ese corazón nuevo:

  • De solidaridad frente a tanto egoísmo que encadena a muchos.
  • Lleno de justicia, frente a tantas injusticias que vemos a diario.
  • De verdad, frente a la mentira, la calumnia y la murmuración.
  • Lleno de honradez, frente a la corrupción enquistada en nuestro país y que se ha aprovechado del dolor, de la muerte y de la angustia en esta pandemia, y esto, queridos hermanos, no tiene nombre, o quizás sí, han sido miserables; y ese pecado clama al cielo.
  • Un corazón nuevo de fortaleza frente al miedo que nos ha quebrado interiormente.
  • Y, un corazón nuevo en la familia para saber compartir la vida cada día.

Necesitamos ese corazón nuevo para empezar a caminar en este nuevo tiempo que tenemos por delante. Caminar siendo testigos del Señor Resucitado y caminar anunciando la Buena Nueva de Cristo a todos.

 

 

Carta del Papa Francisco

El Papa Francisco, en una extraordinaria carta dirigida hoy a los sacerdotes de Roma, los invita a ellos, y también a nosotros, a ser portadores de esperanza, y creo que ése es el corazón nuevo que tenemos que tener, y lo tendremos gracias a la fuerza del Espíritu.

Francisco nos dice: “La esperanza también depende de nosotros y exige que nos ayudemos a mantenerla viva y operante; esa esperanza contagiosa que se nutre y fortalece en el encuentro con los demás y que, como don y tarea, se nos regala para construir esa nueva “normalidad” que tanto deseamos”.

Y, el Evangelio de hoy nos presenta a Jesús que irrumpe en el Cenáculo. Allí estaban los discípulos, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Allí se presenta Jesús. Y podemos decir que hoy nos identificamos todos con este “estar con las puertas cerradas”.

Esa comunidad apostólica, como nos dice Francisco, “también vivió momentos de confinamiento, aislamiento, miedo e incertidumbre. Pasaron cincuenta días entre la inamovilidad, el encierro y el anuncio incipiente que cambiaría para siempre sus vidas”
ϖ El Señor, “no eligió ni buscó una situación ideal para irrumpir en la vida de sus discípulos.

Ciertamente, nos hubiera gustado que todo lo sucedido no hubiera pasado, pero pasó…” (Francisco). Y esa situación no ideal de ayer también es la situación no ideal de hoy. También nos hubiera gustado que todo lo que ha sucedido no hubiera pasado, pero paso.

 

 

El hoy

Y hoy, en medio de esta realidad que vivimos, una realidad donde las estadísticas tenían nombres, rostros, historias compartidas. Una realidad en la que:

  • Sufrimos la pérdida repentina de familiares, vecinos, amigos.
  • Muchos no pudieron despedirse de los suyos en sus últimas horas.
  • Sufrimiento y esfuerzos sobrehumanos de médicos, enfermeras, personal de salud, policías, militares, bomberos, barrenderos, trabajadores en general, en esa realidad donde todos sentimos miedo e inseguridad, nuevamente irrumpe el Señor en nuestras vidas, derribando las puertas y dándonos el don de la paz.

En este hoy, en medio del miedo y la inseguridad que todos vivimos, el Señor altera toda lógica y nos regala un nuevo sentido a la historia y a los acontecimientos. Es que todo tiempo vale para el anuncio de la paz.

El primer don del Resucitado es la paz. Es el regalo que dio a sus discípulos y que nos regala hoy. Una paz en medio de tanta incertidumbre, una paz en medio de tanto dolor, una paz en medio de tantas lágrimas, una paz en medio de tanto temor.

Francisco nos dice que: “Su presencia en medio del confinamiento y de forzadas ausencias, anuncia, para los discípulos de ayer como para nosotros hoy, un nuevo día capaz de cuestionar la inmovilidad y la resignación, y de movilizar todos los dones al servicio de la comunidad”.

Esa paz nos da fortaleza. No debemos tener miedo al presente, a la realidad de hoy. No tengamos miedo a este mundo contagiado, porque allí, en medio nuestro está el Señor y esta certeza nos da la serena alegría para nuestras vidas cristianas.

 

 

Espíritu

El don del Espíritu debe transformar nuestras vidas. Su presencia es invisible pero real en nosotros. Si una presencia invisible, silenciosa, expansiva y viral nos cuestionó y trastornó, dejemos que sea esa otra Presencia discreta, respetuosa y no invasiva la que nos vuelva a llamar y nos enseñe a no tener miedo de enfrentar la realidad.

“No tengamos miedo de que sea la presencia del Resucitado la que nos trace el camino, abra horizontes y nos dé el coraje para vivir este momento histórico y singular”, (Francisco).

Se abrirán las puertas de nuestras casas, estaremos en semáforo amarillo modificado, acá en Quito esta semana, como lo están ya en otras partes del país. Hemos abierto ya las puertas de nuestros templos, hemos “Vuelto a Casa”, y lo hemos hecho con responsabilidad para orar y confesarnos.

Esas puertas las hemos cruzado con recelo, no lo negamos, pero confiemos en el Señor, eso sí, seamos prudentes y tomemos las medidas necesarias para nuestra propia seguridad y la seguridad de los demás.

Pero es tiempo de que abramos las puertas de nuestras vidas para recibir el don de la paz de Cristo, para llenarnos del Espíritu de Dios y para ser enviados: “Como el Padre me ha enviado, así también, los envío yo”, nos dice Jesús en el Evangelio.

Ven Espíritu Santo

Por eso, podemos decir todos hoy: “Ven Espíritu Santo”:

  • Enséñanos a llamar a Dios con el nombre de Padre.
  • Para recordarnos que Jesús es el camino que nos conduce al Padre.
  • Ven Espíritu Santo para que caminemos en la vedad de Jesús y seamos realmente constructores del Reino de Dios en el aquí y en el ahora.
  • Enséñanos a anunciar la Buena Nueva de Jesús a todos.
  • Aumenta en nosotros la fe para experimentar la fuerza de Jesús en el centro mismo de nuestra debilidad.
  • Haz que seamos portadores de esperanza a este mundo encerrado en medio de tanta desesperanza.
  • Ven Espíritu Santo y haz que podamos ser profetas de la verdad, de la justicia, de la solidaridad, del compromiso por el hermano, de la honradez, de saber mirar y escuchar al que está abandonado y en peligro.
  • Haz que seamos capaces de desterrar todo egoísmo, mentira, hipocresía, impaciencia, cerrazón, odio, violencia, rencor, corrupción, muerte y destrucción.
  • Ven Espíritu Santo, y haz que podamos realmente AMAR como tú nos amaste, amar dando la vida para ser constructores de vida nueva en nuestra sociedad. ¡ASÍ SEA!

 

 

Escrito por: Monseñor Alfredo Espinoza, Arzobispo de Quito. 

 

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