“Todos valemos para algo, pero no todos valemos para todo”. Si se entendiera así la excelencia académica cambiarían muchas cosas.
¿Alguna vez te has dedicado a hacer una lista negra de palabras (llamadas «heater words«)? No, no quiero aprovechar este artículo para desahogarme y soltar todos mis sapos y culebras. Pero hoy voy a entrar, quiero centrarme en una: «la excelencia académica”.
Cada vez que escucho esta palabra creo que me sale un sarpullido en el alma. Justamente este domingo, en su homilía un sacerdote, Don Jorge, mencionó una frase que me encantó. No me puse aplaudir porque no resultaría ortodoxo, pero os aseguro que las ganas no me faltaron. Tomad nota de la frase: «Todos servimos para algo, pero no todos servimos para todo”.
«No se le dan bien las mates»
Y, es que esta frase salió también de la boca de una profesora cuando atendía a una amiga en una tutoría. Su hija iba muy bien en algunas asignaturas pero aprobada justo, muy justito otras como las matemáticas.
Cuando la madre le comentó que habían pretendía contratar una profesora para reforzar esta asignatura, la profesora les recomendó que no lo hiciera. Y curiosamente le aconsejó que hiciera lo contrario: que reforzase sus puntos fuertes en lugar de las mates. Para concluir su argumentación la maestra sentenció con la frase que tanto me enamoró: “Todos valemos para algo, pero no todos valemos para todo”.
¿Cómo sería la excelencia académica?
Si se entendiera así la excelencia académica cambiarían muchas cosas. Por ejemplo, en que los colegios dedicarían sus esfuerzos a encontrar y potenciar los puntos fuertes de cada niño, sean los que sean. Al contrario hoy en muchos casos se pretende que la clase apruebe antes de los 11 años el First (un examen de inglés de nivel intermedio alto).
Por otra parte, padres y profesores intentarían que los niños aprenderían a conocer y a reconocer sus talentos, aunque no tengan nada que ver con la física. Esto traería consigo una buena aportación para reforzar su autoestima, algo casi imposible de conseguir en estos tiempos.
Talentos silenciados
Lo cierto es, vivimos en una era donde todos nos empeñamos en que se preparen para ser ingenieros. Así, se desechan las letras, las artes y las formaciones profesionales como la música. Son alternativas que muchos la relacionan con el fracaso y el paro.
Esto provoca que muchos talentos se desprecien. Bajamos la voz a las actitudes para las artes, para los grandes historiadores, para los mejores filósofos, para los artistas… De esta manera, tristemente, quitamos la voz de sus excelencias a muchos niños apagando con ellos también su autoestima.
El rodeo del plan de estudios
Sí, lo sé. Soy consciente de que el plan de estudios no ayuda mucho. El otro día se lo comenté a una de mis hijas, poseedora por cierto a una excelencia maravillosa lejos de las ciencias. Mientras ella preparaba una intensísimo examen de matemáticas le dije: “El plan de estudios en España es como cuando quieres ir a la plaza y la calle por la que llegarías en línea recta está cortada. Para conseguir llegar a tu destino tienes que dar un rodeo y te resulta una pequeña pérdida de tiempo”.
No son pocas las veces en las que pienso que algunos aspectos de las matemáticas, o de la química, suponen para muchos niños un camino por el que les obligan a pasar para llegar a su destino, un conocimiento que probablemente nunca van a volver a usar.
Os puedo asegurar que, gracias a Dios, nunca he tenido que utilizar el número de Avogadro en mi vida ¡y menos mal!
En conclusión, hagamos amables a nuestros hijos y alumnos estas calles cortadas. Evitemos que no ocupen demasiado espacio en su alma arrastrando estas preocupaciones. Demos a las asignaturas que les resulten complicadas, a sus «calles cortadas», la categoría que les corresponden.
Los talentos, la verdadera excelencia académica
Invitémosles en cambio a hacer rendir sus talentos, esos que Dios les concedió a los futuros.
Recordándoles también que después de todo, superar estas “calles cortadas” es muy grato a Dios, que no se olviden de ofrecerlo. Así no solo tendrá sentido esta pérdida de tiempo, sino que se volverá un tiempo valiosísimo, será oro líquido en el cielo. Como decía san Josemaría: «Dios no se deja ganar en generosidad». (San Josemaría Escrivá).
Desempolvemos los sentimientos que surgieron la primera vez que vimos «El club de los poetas muertos», dejemos respirar a ese dramaturgo, a esa bailarina, a esa concertista…
Escrito por: Mar Dorrio, vía Aleteia.
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