Las personas de la tercera edad no deben ser marginadas… siguen siendo valiosas. Es por eso que afirmo que: «viejo es el viento y todavía sopla».
“Viejo es el viento y todavía sopla”, decía mi abuela adorada cuando alguien osaba insinuar que estaba muy mayor para realizar alguna actividad. Murió a los 85 años, dormida y sin sufrir ni hacer sufrir a nadie, tal como ella deseaba. Incluso había bailado la tarde anterior.
Una imagen que se nos ha quedado grabada en la memoria de quienes tuvimos la fortuna de conocerla, como metáfora de lo que fue su vida generosa. Ahora entiendo que tuvo la muerte de los longevos, según la cultura del sol naciente. La de aquellos que llevaron una buena vida resumida en tres aspectos fundamentales: tener un proyecto de vida, cultivar relaciones sociales valiosas y cuidar de la salud física y mental. “Vivir largo, morir corto”, es la mayor aspiración de la población japonesa.
Pero, ¿cuándo se es realmente viejo?
El tránsito de la adultez a la vejez no es claro para la mayoría. Generalmente pensamos que son otros los que envejecen, de la misma manera que pensamos que son otros los que mueren. Nos imaginamos viviendo en un estado permanente de juventud y de vida.
Es común hablar del “niño interior”, ese que hay que sacar de paseo de vez en cuando para hacer una pausa de las cosas serias de la vida. Hay una resistencia, impuesta desde la cultura, a convivir con la persona mayor que se va instalando lentamente, sin hacer mucho ruido, en ese mismo lugar interior.
Desde que nacemos, nuestro cuerpo se esfuerza por mantenerse con vida. Está en nuestra naturaleza hacerlo. Cuesta aceptar que ese vehículo que transporta nuestra mente y la mente misma, se van deteriorando con el paso del tiempo. Aferrados a la vida, queremos detener o por lo menos ralentizar ese final que todos llevamos como marca de nacimiento.
Envejecer con dignidad
Vivimos en una cultura que no nos enseña a envejecer con dignidad, porque ubica el paso del tiempo como un proceso de pérdida, cuando podría ser vivida como una etapa de descubrimiento. Un tiempo de transformación, en el que despojados del influjo de las expectativas impuestas por la sociedad, nos animemos a ser cada vez más nosotros mismos. Una etapa en la que las experiencias de vida, cifradas tanto en su fragilidad como en su potencial de gozo, nos permiten un cambio de perspectiva.
Ingmar Bergman (1918), director de cine sueco, considerado uno de los padres del cine europeo clásico, que filmó películas memorables como “el séptimo sello”, “fresas salvajes”, “persona”, entre otras, decía que “Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube, las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista, más amplia y serena”.
Con una línea de pensamiento similar, otro cineasta, Paolo Sorrentino, en la película “Juventud” (2015), el personaje de Harvey Keitel, en una de las escenas más significativas de la película, nos dice: “Cuando se es joven, todo lo que se ve, parece estar cercano. Es el futuro. Lo que ves al ser viejo, es que todo está lejos. Eso es el pasado”. Los protagonistas principales se cuestionan, y también nos cuestionan, ¿en qué momento nos hacemos viejos?
Y, es que el paso de la niñez a la adolescencia está claramente marcado por la transformación del cuerpo, pero el paso de la adultez a la vejez no. Lo que entendemos por vejez es una construcción social artificiosa en la que abundan estereotipos, la mayoría de ellos negativos, que limitan las infinitas posibilidades que tenemos para seguir realizando sueños a cualquier edad. ¿Somos lo que vemos en el espejo, o lo que la sociedad dice que somos?
Viejo es el viento…
Las personas mayores no deberían sentirse fuera de la vida solo porque acumulan años. Para lograrlo necesitamos un cambio de narrativa sobre la vejez, entendiendo que es una etapa que se traduce de forma singular en cada caso. Un momento en que se pueden barajar las cartas de nuevo, romper el tablero y volver a ser relevantes desde otro lugar. Uno más libre, sin ansiedades, porque se tiene mayor autoconocimiento sobre lo que hace feliz o no, y en general, un gran capital de experiencias de vida. Más allá de las pérdidas, hay ganancias.
Mi abuela era sabia: “viejo es el viento y todavía sopla”. ¡No lo duden!
Escrito por: Psc. Alexandra Landázuri Savinovich, Directora del Club Vivemás
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