En una sociedad tan tecnológica como la actual, prácticamente todos los jóvenes tienen acceso ilimitado a Internet y por ende a la pornografía.
Carolina Lupo Colombo, licenciada en Psicopedagogía y máster en Bioética y colaboradora del proyecto ‘Educación de la afectividad y de la sexualidad humana‘ del Instituto Cultura y Sociedad, impartió un seminario titulado ‘Los jóvenes y la pornografía en la sociedad tecnológica’. En esta entrevista repasa las principales claves de esta cuestión.
Como todos bien sabemos, nuestra sociedad, en la mayoría de sus ámbitos, se halla impregnada del uso de las nuevas tecnologías. No podemos negar las ventajas y oportunidades que éstas conllevan. Pero quienes nos ocupamos de la educación de nuestros jóvenes, debemos estar especialmente atentos y advertir acerca de los riesgos a los que muchos de ellos están expuestos.
Numerosos investigadores coinciden en que estamos ante un nuevo fenómeno social que puede explicarse por lo que técnicamente denominamos la «Triple A Engine», ésto es: 1) Accesibilidad -la posibilidad de acceso a internet es universal- , 2) Asequibilidad -puede conseguirse fácilmente, casi sin esfuerzo-, 3) Anonimato – es posible acceder de forma anónima a todo tipo de material-.
Riesgos online
Teniendo en cuenta los aspectos comentados, podemos clasificar los riesgos online en cuatro categorías: riesgos de contenido, de contacto, de privacidad y los derivados de actividades comerciales y publicitarias.
Si nos referimos a los riesgos más claramente detectables que pueden incidir en la formación afectivo-sexual de nuestros jóvenes, nos centraremos en los que están más relacionados con una exposición a contenido sexual cada vez más explícito, a la recepción de mensajes engañosos o a la distorsión de la información.
Los riesgos de contacto tienen que ver con aquellas situaciones en las que los jóvenes pueden interaccionar con interlocutores potencialmente peligrosos, en su mayoría anónimos o desconocidos.
Por último consideramos los riesgos que atentan contra la privacidad, invadiendo la intimidad de la persona. Como ejemplo podemos mencionar el fenómeno del sexting, que consiste en fotografiarse a sí mismos, desnudos o semidesnudos, y luego enviar estas imágenes a través de dispositivos móviles. Puede darse por iniciativa propia o por petición de terceros.
¿Qué dicen las estadísticas sobre el alcance de este problema?
Cuando hablamos de pornografía, debemos agregar una cuarta «A» al fenómeno de la «Triple A Engine» al que refería anteriormente, la de Aceptabilidad. Es un hecho social que la pornografía en la actualidad se ha convertido en parte del convencionalismo cultural.
No falta quienes la defienden aludiendo a que es un entretenimiento inocuo, o un «derecho» personal, que a nadie más afecta. Nada más lejano a la evidencia científica. Si nos referimos a jóvenes o adolescentes las estadísticas son alarmantes, y se calcula que los efectos serán aún peores.
La posibilidad de ingreso irrestricto a Internet, les hace particularmente vulnerables. Diversas investigaciones demuestran que el impacto inicial en la mente de un adolescente genera un profundo malestar y estrés, debido a que aún no está en condiciones de procesar psicológicamente esas imágenes, distorsionando la representación mental de las mismas. Entre ellos, las mujeres suelen ser más propensas a afirmar que la experiencia les resulta perturbadora.
La manera en que el sexo y la pornografía irrumpen en la vida de los jóvenes desde todos los sitios, hace que su percepción de la sexualidad y de la realidad se vea distorsionada. Muchos jóvenes llegan a un grado cercano a una verdadera adicción, manifiestan sentirse atraídos sexualmente por mujeres ficticias y virtuales, en lugar de por seres humanos reales. Acaban pensando que toda mujer debe «estar disponible».
¿Qué repercusiones a corto, medio o largo plazo pueden presentarse con esta situación?
Debemos recordar que cuanto más baja sea la edad de exposición y más extremo el material pornográfico, mayor será la intensidad de sus efectos. Diversos profesionales confirman la popularidad de la pornografía incluso entre preadolescentes. Consideran que nos encontramos ante una verdadera «epidemia» silenciosa y que la sociedad aún no es consciente de lo que está ocurriendo.
Entre los efectos más significativos, podemos mencionar las ideas erradas que van asimilando acerca de la sexualidad, tales como: que el sexo y el afecto son cosas independientes, que los hombres pueden poseer a la mujer que quieren cuando lo desean, que las mujeres están dispuestas a tener sexo en todo momento, que las mujeres deben responder a las demandas de los hombres, o que el sexo con violencia es algo normal.
El aumento de exposición a imágenes sexualizadas está también asociado a inicios más precoces en la actividad sexual y al aumento en paralelo de otras conductas de riesgo. Sin lugar a dudas, la pornografía online está debilitando la capacidad de muchos jóvenes para poder desarrollar una vida afectivo-sexual saludable.
¿Cómo pueden prevenir estas conductas los padres y educadores?
Creo que el primer paso que debemos dar todos como sociedad es ser conscientes de la magnitud del problema. Negándolo no logramos que deje de existir. Una adecuada educación es la herramienta indispensable e indiscutible para su prevención.
Podríamos mencionar aquí algunas medidas preventivas como, por ejemplo, con respecto al uso supervisado de los dispositivos tecnológicos o la utilización de software de control parental. Pero quisiera insistir en la importancia de atender a cada niño o joven en particular, ofreciéndole el cauce adecuado para forjar su personalidad, para ayudarlo a crecer con seguridad y firmeza en valores y virtudes.
Existen «factores protectores» que se desarrollan especialmente dentro de la riqueza de vínculos afectivos en la familia. La sexualidad humana vivida con dignidad y plenitud contiene en sí misma una belleza auténtica y valiosa. Esa es la razón por la que buscamos protegerla del mercantilismo actual.
Como padres y educadores se nos plantea un desafío quizás nunca antes percibido: la mayor amenaza para nuestros hijos ya no está quizás en la calle, sino en la tranquilidad de nuestro hogar detrás de una pantalla.
Fuente: Integralis.
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