¿Sabías que los gestos tienen mucho poder? De hecho gracias a ellos existen tantas maneras de decir te amo. ¡Lee y comparte!
¿Quién no ha tenido momentos en los que no nos alcanzan las ganas ni el alma siquiera para conversar acerca de nuestras tristezas/problemas/frustraciones?
Momentos en que necesitamos todo el soporte posible. Sin embargo, por múltiples y variadas razones, nos aislamos. Más aún, con nuestra actitud hacemos que los demás se alejen.
Nos mostramos poco amables o reacios a interactuar con ellos… ¿Es un comportamiento que se nos hace familiar? Tal vez (ojalá) no lo veamos tanto en nosotros, pero sí quizás lo veamos en otras personas, en nuestra familia, amigos o colegas.
En esta oportunidad, Ads of Brands nos trae una publicidad de una marca italiana de pastas. En ella, se explora cómo, sin pronunciar palabras, pero prestando atención a los demás y con gestos de amor, se pueden traer abajo muros infranqueables, derribar murallas, tender puentes y al fin llegar al otro.
A ese otro que —ante los ojos poco entrenados— podría parecer hostil, pero que, si lo vemos con ojos de amor, nos daremos cuenta de que es su tristeza la que lo hace emocionalmente poco accesible.
A continuación, discutiremos algunos puntos al respecto que nos pueden servir en nuestra vida, salud mental y apostolado:
Atención y paciencia
Sin temor a equivocarnos, podemos decir que toda relación comienza con la atención, con el tiempo que se invierte y dedica a la otra persona.
Notemos cómo, en la publicidad, todo empieza con la observación que se tiene frente al comportamiento de los demás. Esto será posible solamente si dejamos de vivir en el «yo», ensimismados por nuestra propia realidad y rutina.
Nuestro Papa Francisco lo describe así:
A veces solo vivimos una comunicación virtual entre nosotros. En cambio, deberíamos descubrir una nueva cercanía. Una relación concreta hecha de cuidados y paciencia.
Muy a menudo, las familias, en casa, comen juntas en un gran silencio, pero no es para escucharse mejor unos a otros, sino más bien porque los padres ven la televisión mientras comen, y sus hijos están concentrados en sus teléfonos móviles. Parecen unos monjes aislados unos de otros. Así no hay comunicación.
El otro ingrediente infaltable en nuestras relaciones es la paciencia. Para ser pacientes, debemos ser lo suficientemente misericordiosos y empáticos para no darnos por ofendidos o tomar alguna mala actitud como algo personal:
«Generalmente, el que hiere es porque herido está» (Autor desconocido). Así, la paciencia nos protege de la victoria de nuestro propio ego o de nuestra sed de sentirnos víctimas.
Nos invita a salir nuevamente del «yo» y a ver las cosas desde la perspectiva de la otra persona. Un pensamiento que siempre me ayuda es uno que vi en esta infografía de nuestro equipo que dice:
«Cuando te sientas tentado a perder la paciencia con alguien, recuerda cuán paciente ha sido Dios contigo».
Los gestos de amor cambian la historia
Prestando atención y siendo pacientes, estaremos listos para dar ese gran paso y llegar a los demás, sobre todo en las circunstancias de convivencia actual.
Ante el desafío que representa vivir esta pandemia en continuo confinamiento, llenándonos de noticias negativas y tal vez dejándonos abatir por ellas, nuestro papa Francisco nos brinda una perspectiva de eternidad:
«En estos días difíciles, podemos volver a descubrir aquellos pequeños gestos concretos de proximidad hacia las personas más cercanas a nosotros.
Una caricia a nuestros abuelos, un beso a nuestros hijos, a las personas que amamos. Son gestos importantes, decisivos. Si sabemos vivir así, estos días no se desperdiciarán.
Escucharnos es importante porque entendemos los problemas de cada uno, sus necesidades, esfuerzos, deseos.
Hay un lenguaje hecho de gestos concretos que debe ser salvaguardado. En mi opinión, el dolor de estos días debe abrirnos a lo concreto. El consuelo debe ser ahora el compromiso de todos».
Testigos de la fe
Teniendo estos gestos de apertura y amor hacia nuestro prójimo, estaremos dándole a nuestra fe una nueva dimensión y la haremos vida. Nuevamente, el papa nos interpela:
«Pero, ¿cómo se convierte uno en testigo? Imitando a Jesús, tomando luz de Jesús. Este es el camino para todo cristiano: imitar a Jesús, tomar la luz de Jesús. Jesús había venido para servir y no para ser servido (Mc 10, 45), y él vive para servir […] y viene para servir.
Sin embargo, podría surgir una pregunta: ¿hacen falta realmente estos testimonios de bondad cuando en el mundo se propaga la maldad? ¿Para qué sirve rezar y perdonar?
¿Solo para dar un buen ejemplo? ¿Para qué sirve esto? No, es mucho más. Lo descubrimos por un detalle. Entre aquellos por los que Esteban rezaba y a los que perdonaban había, dice el texto:
«Un joven, llamado Saulo» (v. 58), que «aprobaba su muerte» (8,1). Poco después, por la gracia de Dios, Saulo se convierte, recibe la luz de Jesús, la acepta, se convierte y deviene Pablo, el más grande misionero de la historia.
Pablo nace precisamente por la gracia de Dios, pero a través del perdón de Esteban, a través del testimonio de Esteban. Esta es la semilla de su conversión».
Finalmente, recordemos que nuestra existencia y todo lo que hagamos tiene repercusión en la eternidad. Ese es nuestro gran superpoder y es también una razón para vivir siempre con esperanza, por más desvalidos que podamos sentirnos a veces:
«Los gestos de amor cambian la historia: incluso los pequeños, ocultos, cotidianos. Porque Dios guía la historia a través del humilde valor de quien reza, ama y perdona», Papa Francisco.
Escrito por: Solange Paredes, vía Catholic-Link.
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