Hace poco miraba con ternura a mis pequeños hijos jugar con nuestro perro. Durante muchos años me había resistido a tener una mascota en casa. La rutina doméstica es extenuante y si a eso le sumamos la rutina laboral, pensar en hacerme cargo de «uno» más me daba vértigo.
Las estrategias que tanto mi esposo como mis hijos utilizaron para convencer a mamá de tener un perro han sido de lo más creativas.
Desde llenarme de videos graciosos con mascotas, hasta una muy elaborada investigación sobre la mejor raza de perros para criar con niños pequeños.
Debo aceptar que, mi hija mayor hizo un excelente trabajo y sus argumentos eran casi irrefutables. Aún así…mi resistencia a tener una mascota se mantuvo firme.
El mundo cambió y mi idea sobre las mascotas, también
Los tiempos cambiaron hace poco más de un año para todos, y esta separación física de los amigos y del colegio impactó de una manera honda en mis pequeños.
La llegada de una mascota marcaría para la familia un símbolo. Algo así como un nuevo comienzo, una nueva experiencia dentro de este ambiente de tanta incertidumbre.
Con esto no quiero decir que nuestro pequeño amigo haya solucionado los miedos y males de la pandemia, pero nos viene dejando una experiencia familiar muy positiva.
Que luego de haberla pensado, conversado, investigado y comparado con experiencias similares, queremos compartir con ustedes los valiosos aprendizajes que estamos teniendo con nuestro pequeño sabueso.
1. Compromiso y perseverancia con una tarea
mascota, «El valor de tener una mascota». 5 aprendizajes imperdibles para toda la familia
El papa Francisco en su encíclica «Laudato Sí» nos hace voltear la mirada hacia san Francisco de Asís. El santo, nos cuenta el papa, vivía enamorado de la naturaleza.
Cada vez que él miraba a una de estas pequeñas criaturas, su ser se conmovía e incorporaba a en su alabanza a todas estas criaturas de Dios.
Ese conmovernos con un pequeño cachorro que a penas había aprendido a valerse solo estuvo presente desde el primer momento en que lo vimos.
Y fue esta conmoción, esta especie de ternura frente a un animal indefenso que requería nuestro cuidado, lo que sembró en nosotros la idea de compromiso y responsabilidad.
Suele suceder que cuando se tiene niños pequeños la labor del cuidado de las mascotas recae solo en los padres y muchas veces solo en uno de ellos.
Adelantándome a eso, afirmé desde el inicio que yo no me haría cargo de ninguna cosa que tuviera que ver con el perro. Yo ya tenía suficientes labores a mi cargo.
Las rutinas tienen una curva de aprendizaje y en esto la perseverancia es clave. Cada uno escogió una tarea e intentó cumplirla a cabalidad… mientras no me quedara distraído viendo un libro, o jugando con mis juguetes o pegado al televisor con una película.
¡Cuántas veces habré preguntado si habían dado de comer al perro o no! Y cuántas veces me habré encontrado con las caras de incógnita de mis tres pequeños hijos al genuinamente no recordar si lo había hecho o no.
La responsabilidad de cuidar a este pequeñín recaía en todos, no solo en los niños. Dirán que es evidente, pero no lo había sido tanto para mí.
Con la llegada de nuestra mascota he venido a entender que en la familia realmente la responsabilidad de uno es también responsabilidad de todos.
2. Rutinas, coordinación familiar y flexibilidad
Nos ha costado un tiempo, aún nos vienen costando algunas cosas. Me queda claro que las rutinas son tan importantes, tan necesarias para mantener un orden, para sembrar seguridad, incluso para poder tener un correcto descanso.
Las rutinas, entendidas como ese orden que sigue el día, sin llegar a ser rígidos, son muy positivas en una familia.
Si bien ya teníamos varias instauradas, la llegada del nuevo miembro hizo que cada uno replanteara sus tiempos. Y dedicara parte de ellos no solo al cuidado de la mascota, sino a su compañía y al juego.
Este replantear nos enseño la importancia de saber ser flexibles, de renunciar a la propia comodidad. A mí personalmente, me lo ha enseñado.
Es verdad que tengo muchas cosas a mi cargo, y que no quería saber nada del perro, pero esos paseos que en la tarde he asumido, son el pequeño momento de calma e introspección que me permiten continuar alegre y descansada con la rutina del día.
Apenas 15 minutos de caminata al lado del amigo canino, me renuevan.
3. Aprender a cuidar a otro
Parece que esto de cuidar al otro fuera algo natural en el ser humano. Pero la verdad no es tan así, incluso cuando se tiene hermanos. Salir de uno mismo requiere un tercero.
Los hermanos frecuente e inconscientemente, sobre todo cuando son pequeños compiten entre ellos por las atenciones de los padres. Hay que saber hilar fino aquí para que cada uno crezca seguro del afecto de sus progenitores y amante de sus hermanos.
Nuestro perro, increíblemente ha permitido que miremos fuera de nosotros mismos. Es un animal, no habla como nosotros, no razona como nosotros. Tiene una inteligencia distinta e incomparable a la de un ser humano y necesita nuestro cuidado.
Nuestra mascota nos ha enseñado a cuidar, juntos, a otro. Es casi un entrenamiento para hacernos responsables juntos.
4. Responsabilidad con la creación
La ternura de esos ojos que nos derriten incluso y a pesar de sus travesuras, nos ha permitido hablar sobre la creación, sobre lo magníficas de cada una de las criaturas de Dios.
Nos ha permitido incluso pensar en lo que significa el ser sus administradores. En el cuidado de este pequeño animalito mis hijos empiezan a comprender este mandato divino.
Un cuidado que pasa por respetarlo como es y no pasa por el verlo como una posesión material vacía, ni como un animal al que hay que llenarlo de excesos.
5. La alegría de un vínculo sano
El ser humano, ha sido creado para el encuentro y es a través de la relación que vive el amor. Lo cierto es que nuestras relaciones no siempre son sanas.
Nuestra propia fragilidad y nuestras propias carencias afectivas nos llevan a veces a sentimientos que se nos desbordan.
El cariño que sentimos hacia nuestras mascotas es grande, nadie podría negarlo. Pero existe un punto entre una sana relación y el exceso.
Ese exceso que tiene que ver no tanto con el amor hacia nuestras compañías perrunas (o gatunas) sino con nuestra necesidad de consumo y con nuestros vacíos relacionales.
La oferta del sinnúmero de artefactos y artilugios que hoy tenemos a mano para engreír a nuestras mascotas es enorme y el ejercicio de decidir lo necesario de los excesos ha sido un aprendizaje sobre todo para nuestros hijos.
Ellos, pequeños, están conociendo no solo el valor del dinero sino lo que significa ser responsable. Hacer un buen uso y discernir qué es lo que realmente necesita nuestro perrito y qué responde a nuestro querer cosas materiales de una manera desmedida.
Hoy vemos jugar con alegría a este pequeñín y nos sorprendemos con la ternura de Dios, su grandeza y lo magnífico del cada detalle de su naturaleza. De esa creación que nos entregó para administrarla y no para descuidarla ni excedernos con ella.
«Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador.
Del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo» (Papa Francisco – Laudato Sí).
¿Y tú?, ¿tienes una mascota? Comparte con nosotros en los comentarios qué has podido aprender desde que ese peludo llegó a casa.
Escrito por: Catholic-Link.
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