Jesús me invita a no juzgar, a mirar bien a mi hermano, a saber que yo también cargo con el pecado y la debilidad. ¿Podré dar un consejo a otros?
Me piden consejo pero ¿sabré responder? «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo por encima del maestro. Todo el que esté bien formado, será como su maestro.
¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: – Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo, no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano».
Creo que puedo guiar a otros pero estoy ciego. ¿Cómo podré hacerlo? A menudo me veo aconsejando a otros desde mis propias debilidades.
Ser consciente de mi ceguera me hace más dócil para Dios.
No me siento más fuerte que otros. Ni creo tener todas las respuestas ni una mirada sabia sobre todas las cosas. No siempre hallo respuestas. Tampoco logro ser el que quiero ser.
Quizás no pueda cambiar el mundo pero algunas cosas sí
Hay en mi alma una pasión por la vida muy fuerte. Un deseo de amar y ser amado. Una rabia contra las injusticias, contra el mal causado a inocentes, contra las brutalidades que muchos cometen, contra la guerra y la maldad.
Hay en mi alma un afán contenido por cambiar este mundo para que sea mejor, más justo. Para que haya menos dolor, menos guerras, menos odio.
Hay una intuición en mi corazón que me dice que yo no puedo cambiarlo todo pero sí puedo cambiar esos metros cuadrados en los que me muevo.
Puedo cambiar mi forma de mirar a los hombres. Puedo ver que la brizna en el ojo de mi hermano no es tan grave como mi viga.
Consciente de mis límites
Después de confesar tanto llego a la conclusión de que no soy mejor que nadie y tengo sus mismos pecados.
Soy consciente de que sólo puedo sembrar esperanza y plantar árboles que den sombra al que sufre el sol.
No puedo volver a nacer, tampoco lo deseo. Miro con gratitud todo lo que Dios ha hecho en mi vida.
Me alegra ser como soy, no me da miedo mirar la oscuridad de mis sombras, cuando me sumerjo buscando respuestas en mi interior.
Una referencia
Veo la viga, veo la noche pero no me asusto y no pierdo nunca la esperanza. Sé que soy corruptible, como dice la Biblia, pero estoy llamado a la incorruptibilidad:
«Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, se cumplirá la palabra que está escrita: – La muerte ha sido devorada en la victoria. ¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! Así pues, hermanos míos amados, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo no es vano el Señor».
Palpo la debilidad de mi carne. Siento mi fragilidad ante la tentación. Sucumbo a menudo pero no me desanimo.
Cristo ya ha vencido y eso me anima, me da tanta paz… Ya ha logrado la victoria, que es mi victoria.
Ha salido triunfante de la muerte y me ha abierto el camino al cielo, a la inmortalidad. La muerte ha sido vencida.
Es posible guiar desde las sombras y dar un consejo
Sigo sin saber si podré guiar a otro ciego siendo yo igual de invidente, sin ver, sin poder mirar. Sigo sin claridad y no por ello me desanimo.
Camino y me mantengo firme, inconmovible. No me dejo llevar por la tristeza. Puedo guiar a otros ciegos desde mis sombras.
No me escandalizo ni de mi oscuridad ni de la que veo en otros. Me alegra saber que la vida se juega en las decisiones que tomo cada día.
Puede tener segundas oportunidades, incluso terceras, o muchas más. Porque Dios sale a mi encuentro a rescatar mi vida.
Sin orgullo
Pero no quiere que me deje llevar por el orgullo. No hay nada peor que ese orgullo mío que me hace pensar que soy mejor que otros. Nada más lejos de la realidad que observo cada día.
Soy un ciego que busca ver. Tengo una viga en mi interior que pesa, es mi pecado, mi fragilidad.
Miro con misericordia a mi hermano, no lo juzgo, no lo condeno.No salen malas palabras de mis labios.
No considero injusta mi vida, es todo lo contrario. Tengo un corazón hecho a la medida de Dios. Esa verdad me alegra en lo profundo.
Sé que puedo dar más, siempre hay margen de mejora. No he llegado al final del ningún camino, por eso me gusta caminar más que llegar a la meta.
Jesús tiene ya la victoria
Quizás algún día, cuando amanezca en el cielo, habré llegado al final de un punto para iniciar la verdadera vida.
Entonces se caerán todos los miedos y brotará la esperanza que llevo guardando dentro de mi alma.
Saber que la victoria ya ha sido lograda por Jesús no le quita un ápice de emoción a la vida de cada día.
Persevero, elijo, opto y sé que el camino que tomo es el que Dios ha soñado para mí. Esa paz habita dentro de mí. Él ha vencido.
Escrito por: Carlos Padilla Esteban, vía Aleteia.
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