¿Será cierto que compartir nuestros afectos abiertamente es bueno o tal vez malo? Conoce la respuesta aquí.
La psicología comparte algunos elementos con la filosofía, podríamos decir que uno de ellos es la mayéutica, el arte de la pregunta para la búsqueda de la verdad, en la clínica se trabaja con la pregunta entre otras herramientas, sin embargo, la pregunta, además de la empatía (afectos), es el elemento inicialmente estrella que nos permite como terapeutas ir leyendo, oyendo, develando al paciente frente a sí mismo, desde ahí, incluso desde antes de empezar a usar otras herramientas ya estamos trabajando en la descarga y el bienestar psíquico. La pregunta estrella es ¿cómo la palabra o la pregunta descarga la mente?
Freud decía, en las palabras más simples que puedo usar, que el hecho de nombrar una situación o un acto hacía que el sujeto pueda verlo de una manera diferente, hablaba de la “cura por la palabra” porque consideraba que la palabra tenía en sí mismo “el poder, la fuerza y la magia” para curar porque producía una descarga afectiva del sujeto sobre aquello que le aquejaba. Desde ese centenario saber psicoanalítico podemos decir que el simple hecho de hablar de aquello que me aqueja es ya curativo.
En los últimos años en diferentes áreas también se ha trabajado mucho en la íntima relación entre pensamiento y lenguaje, además, desde la neuropsicología se considera que hay una profunda relación entre emociones, pensamiento y lenguaje pues ambas se sostienen entre sí.
Expresar nuestros afectos
Por todas esas íntimas relaciones establecidas entre emoción, pensamiento y lenguaje podemos decir que cada vez que hablamos con alguien para quien nuestro discurso es importante o alguien que nos escucha atentamente o que tiene la habilidad de “ponerse en nuestros zapatos” estamos logrando una descarga en las tres áreas conectadas. La pregunta siguiente es ¿cuál es el efecto inmediato de contar nuestras historias?:
- Desahogarnos: sentir que alguien nos escucha y, ojalá, nos entiende.
- Validarnos: si nos escucha y entiende podemos concluir que tenemos “razón” en lo que vivimos o pensamos.
- Sentirnos acompañados: por ende aliviados, calmados y con posibilidad de recibir ayuda a nuestro lío.
- Identificarse positivamente: si alguien me valida o logra sentir igual que yo, puedo ser parte de ese alguien, por ende pertenecer a un grupo en el que somos similares.
- Al contar también es viable oír, mejoramos la atención y autoconfianza.
- Al contar podemos ver nuestra historia desde un lugar diferente y tal vez encontrar una nueva solución.
- Si escogemos a un oyente coherente en su vida, incluso podríamos obtener un punto de vista diferente al nuestro que sea viable para nosotros.
Desde ahí mis queridos lectores lo invito a compartir, a permitirse sentirse acompañado, a obtener confianza en sí mismo al contar su historia, a ser parte de un grupo aunque sea de a dos o tres, escuche y déjese oír esa es la invitación de esta noche.
Escrito por: María del Carmen Rodrigo, Sicóloga Clínica.
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