Pararse a pensar alivia el corazón, porque se reduce el estrés, y porque se da paso a la reflexión, que a veces se convierte en meditación.
El hombre moderno vive un activismo no solo en su trabajo, sino también en su ocio, lo que le lleva a no tener ni un segundo para pararse a pensar. Y pararse a pensar alivia el corazón, pues se reduce el estrés y se da paso a la reflexión, que a veces se convierte en meditación.
Quizá sea bueno pararse a pensar con una agenda. Pararse a pensar es hacer un examen de cara a repasar los temas que a uno le han acuciado en las últimas semanas. Reflexionar sobre posibles causas, detenerse a contemplar qué se está haciendo y por qué.
Y en ese parase a pensar, lentamente, en silencio, surgen las respuestas a muchas preguntas. Entonces se pone nombre a las situaciones, se califican los pesares o las alegrías, se emiten juicios ponderados sobre lo que va bien y lo que no va bien.
Parar un par de horas
Buscar un remanso de paz, un lugar tranquilo en el que uno pueda detenerse ensimismado, en el mejor sentido de la palabra, y no para lamentarse sino para tomar decisiones. Es posible que parezca una contradicción, pero no se para uno a pensar para lamerse las heridas, sino para buscar unos porqués.
Y puede suceder que la causa esté en asuntos muy resolubles. «Estoy durmiendo muy pocas horas pues nos hemos enganchado a una serie que hace que vayamos tarde a dormir pues nos pegamos unos verdaderos atracones de capítulos».
Y de ahí se deduce que se está cansado todo el día, agobiado y negativo y el trabajo cuesta más y se está más hipersensible en la relación con los demás: compañeros de trabajo y la misma familia.
Descansar es salir a caminar
Quizá pararse a pensar consista en salir a caminar, con un ritmo pausado, pero no de puro paseo. Sí, para quemar calorías, pero también para pensar, no solo para des-estresarse que también está muy bien. Para darle vueltas, por ejemplo, a aquel asunto que nos agobia, y hacerlo de un modo proactivo y sosegado.
Meditar
Entonces lo que toca es no andar con los cascos con la música a todo volumen, pues así no se piensa. En silencio, de nuevo, para que la voz del corazón, de la conciencia, nos hable.
Bajar los decibelios de la vida para atender aquello que no parece urgente pero que es muy importante. «Mi mujer está callada y seria últimamente, no se la ve enfadada, pero algo pasa. Voy a darle vueltas y voy a preguntarle, con tiempo por delante, qué le sucede».
Pensar para mejorar
Y si después de muchos descansos para pararse a pensar descubrimos que nos ha servido para resolver algunos problemas, para descubrir pesares de amigos o de nuestra novia o esposa; quizás este ejercicio de pararse a pensar se ha ido convirtiendo paulatinamente en algo más grande.
Pararse a pensar es el camino para pensar en cómo mejorar. «Ya son muchas las veces en que, con la libretita, estoy encontrando conclusiones muy acertadas que me llevan a tomar decisiones prudentes y muy útiles. Útiles para mí, pero para los demás, para el trabajo, la vida familiar».
Y además…: «Resulta que como menos y rindo más y estoy más contento y en las sobremesas no me duermo y estoy más jovial con la familia. Y eso fue un descubrimiento de un día que regresé a casa caminando. Veía en los bares gente que reía abiertamente tras una cerveza. Yo me estaba riendo muy poco últimamente».
El altruismo cura
«He vuelto a leer poemas para comentar la vida en el hogar. ¡Hacía años que no lo hacía!¡Cómo se ríen todos!» Darse a los demás cura. Estar abiertos a sus demandas y satisfacerlas nos llena de una gran satisfacción.
Al principio cuesta empezar. «Cuesta escuchar a ese amigo un poco cansino. Pero luego, cuando te comenta que está mucho más desahogado, es un gozo». Quizá pararse a pensar sirva para poner en práctica la vida de amistad que había quedado rezagada, apartada, incluso minusvalorada.
«Y ahora cuando me paro a pensar en vez de darle vueltas a mis problemas, me doy cuenta de que la solución a menudo pasa por nuevas actitudes hacia fuera, hacia la familia, los amigos, la proactividad en el trabajo. Ha sido un descubrimiento progresivo. La actitud es vital, intentar descubrir qué puedo hacer mejor para que las cosas vayan mejor puede ser la clave. Al final resultará que no son los otros los que han de cambiar, sino que el que ha de cambiar soy yo».
Pararse a pensar puede ser también pararse a orar
«El otro día un amigo del trabajo muy religioso me preguntó si estaba rezando últimamente, pues mi actitud era muy atractiva y atenta. Claro, soy jefe y trato mejor a mis empleados, a los que ahora llamo colaboradores en mi fuero interno. Pero no lo había pensado».
«De hecho, cuando hablé con mi mujer hace meses me dijo que yo era menos egoísta. Y la verdad es que algunas veces, en mis ya acostumbradas reflexiones, a menudo se me escapa un: Dios mío, ayúdame. ¡Pero yo no he rezado nunca! Bueno, mi mujer sí reza. Quizá ella está orando por mí. Quizá estoy empezando a hablar con Dios…».
Escrito por: Ignasi de Bofarull, vía Aleteia.
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