El filósofo Gabriel Marcel dice: “Nada está perdido para un hombre que vive un gran amor o una verdadera amistad, pero todo está perdido para quien se encuentre solo”. ¿Por qué una persona puede cerrar los medios de comunicación? Puede haber muchas razones. Tomás Melendo, un experto, dice que el 75% de los problemas de matrimonio son de comunicación, por lo tanto, es vital reflexionar en este tema. El amor establece la sintonía entre dos personas, pero a veces, de novios no se dan cuenta de que no sintonizan en cosas fundamentales.
También puede suceder que hombre y mujer no saben comunicarse. He aquí el secreto. Les cuesta hablar, abrir la propia intimidad, hacer partícipe al otro de sus afanes, preocupaciones y dudas. No gozan de la habilidad de comunicar y alimentar su afecto por medio de la palabra. Se puede hacer re-nacer a base de comunicarse con acierto.
Hay gente que se casa y se aísla de amigos y familiares. No se trata de hacer una “soledad de dos en compañía”, como decía Kierkegaard.
A veces un cónyuge no se fía del amor incondicionado del otro cónyuge, de este modo, uno y otro siguen siendo parcialmente desconocidos. Por eso, un matrimonio debe dialogar al menos 16 horas a la semana.
La vida conyugal no puede reducirse a la unión de dos cuerpos, y mucho menos al de dos sueldos, sin que se dé ya el de corazones, enriquecido por la palabra hablada. La comunicación es un instrumento soberano para alcanzar el amor, haciendo partícipe al cónyuge de esperanzas y expectativas
El diálogo es lo que permite que haya sintonía entre los cónyuges y les permite mirar hacia el futuro, sobre la base de un pasado y un presente compartidos. Cabe afirmar que sin diálogo no hay familia; que si no se “pierde el tiempo” en hablar, no se ganará lo que vale la pena: ratos compartidos, alegría familiar, respeto mutuo.
¿Cuál es la razón de la disfunción de mi matrimonio?
Con frecuencia se convierte en la pantalla que oculta otras causas más profundas, que son las que conviene intentar poner remedio. De eso hay que conversar en el momento oportuno. Puede haber muchas razones: falta de participación en las labores del hogar o en la educación de los hijos, problemas financieros… Hay que partir del hecho de que todos somos soberbios y egoístas, pero hay que querer ser menos egoístas y menos arrogantes.
Saber escuchar es la primera condición para que haya diálogo. No existe persona más simpática e interesante que la que sabe escuchar. Para entender a nuestro interlocutor es necesario tratar de ponerse en su lugar. Cuando dices “te escucho”, que sea verdad porque apagas tu celular o el televisor. Hay que ver al interlocutor. Mirarse a los ojos produce una estrecha relación de la que las palabras son incapaces, los ojos reflejan el interior de una manera más natural que la palabra, por eso no siempre hay que comunicarse por internet o por el celular.
Para que exista verdadera no sólo hay que escuchar, hay que responder, expresar nuestro parecer. A veces basta decir: “Sí, es cierto”, pero debe evitarse contestar con sonidos inarticulados: “hum”, “pss”, “m…m”. Es fácil filtrar las palabras y entender lo que esperamos oír o lo que se adecúa más a nuestro humor.
Siempre que un matrimonio converse, ha de tratar de acabar con un gesto de reconciliación y vivir con espíritu positivo. Si quieres cambiar a tu cónyuge, decía un sabio, cambia tú primero en algo.
El amor conyugal se enriquece con detalles pequeños, con conversaciones interesantes y cultivadas, con interés por lo que hacen los demás. Se enriquece al compartir penas y alegrías, al participar en proyectos comunes, al cultivar la amistad y, sobre todo, al compartir los mismos valores morales, sociales y culturales. La participación es la clave de la familia.
El matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad. La familia es la organización humana en la que cada persona es aceptada por ella misma, y no por su inteligencia, simpatía, o utilidad del tipo que sea. La familia aporta las principales «razones» para vivir, luchar, trabajar.
La familia es la organización humana en la que cada persona es aceptada por ella misma.
Lo más fácil es enamorarse; lo más difícil, permanecer enamorados. Por eso no se puede tomar a la ligera el compromiso del noviazgo o del matrimonio. Los fines del matrimonio —el amor y la ayuda mutua— sólo son posibles con entrega y espíritu de sacrificio ejercitado con alegría y buen humor.
El papel de la familia en los actuales momentos es determinante para encauzar al mundo hacia un futuro lleno de esperanzas.La Constitución Gaudium et spes dice que “la salvación de la persona y de la sociedad humana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (n. 47). Y San Agustín afirma que “el alma se encuentra más en aquel a quien ama que en el cuerpo que anima”. Quien ama tiende a dar y a darse, se comunica a la persona amada dándole lo mejor de sí mismo, y acoge la ofrenda del ser amado.
Por Rebeca Reynaud