A pocos días de celebrar a las madres queremos compartir lo valiosas que son, son imperfectamente perfectas.
Estamos en un mes lleno de cariño y admiración, pues celebramos a todas las mamás. Es más, ¡en algunos países se celebra el Día de la Madre! Hay distintos tipos de madres, todas superheroínas. Nos cuidan y defienden contra capa y espada, que nos brindan un amor incondicional, sin prejuicios y sin condiciones. Que nos enseñan a caminar y a afrontar todos los obstáculos de la vida.
Es algo tan hermoso ver la conexión que existe entre una madre y su hijo. Aunque, a veces, son tantas las preguntas que pasan por nuestra mente al ver ese pedacito de cielo en nuestros brazos: «¿Cómo lo o la educaré?», «¿cómo debo guiarlo?, «¿qué tipo de madre seré?».
Aunque al principio nos pueda dar miedo tanta responsabilidad, debemos tener la confianza puesta en Dios de que todo estará bien.
Existen todo tipo de mamás, desde sobreprotectoras hasta cómplices. A cada mujer, a la que Dios le ha brindado la misión de ser mamá, también la ha dotado de sabiduría para afrontar la maternidad a su manera. ¡Nadie nos enseña a ser madres! Es algo instintivo que crece en nuestro interior.
Aunque lo ideal es poder conocernos y conocer sobre todo nuestra maternidad, conocer qué tipo de madres somos y cómo es la relación con nuestros hijos es algo fundamental.
Tipos de madres
Para darte una idea, te dejaré estos 4 tipos de mamás. Quizás te identifiques con alguno… o con todos:
Madre compañera cómplice
Uno de los tipos de mamás más comunes. Esta es la que intenta volverse una amiga más de sus hijos. Aquella cómplice con la que no cuesta hablar, con la que se ríe y llora. Estando cerca de ella, uno se siente cómodo y en confianza.
Como madres, debemos poder crear este lazo de confianza, respeto y amor con nuestros hijos. Claro, sabiendo que también que nunca dejamos de ser su madre a pesar de ser su amiga. El estatus principal es ser su mamá, ya que una buena relación se basa en respeto y confianza.
Es algo precioso saber que un hijo confía en su madre, como Jesús mismo confió en la Virgen María y como Ella confió en Él. Ellos tenían una relación de complicidad, de amistad, pero, sobre todo, de amor y respeto.
Madre afectuosa
Todas las madres, por naturaleza, somos afectuosas. Entregamos el corazón desde el día en que nuestros hijos son concebidos.
En ocasiones suele confundirse el amor incondicional con «malcriar a un hijo», pues se les da de todo y se les apoya en todo para que no sufran. Pero, muchas veces, eso nos lleva a confundir el cariño con la sobreprotección.
Pero debemos recordar que nosotros no solo estamos para amarlos. Somos quienes los guían hacia una vida de fe, esperanza y amor. Entregarles nuestro amor incondicional no es quitarles los límites, ya que estos les ayudarán a poder alejarse de situaciones o personas que podrían hacerles daño.
Madre supercontroladora
Creo que todas, como madres, en algún momento llegamos a tratar de controlar todo lo que pasa en la vida de nuestros hijos. Esto es principalmente por el temor a que cometan errores que los pueden marcar en sus vidas.
Pero, al final, obsesionarse con controlarlo todo llega a agotarnos y, más aún, a romper con la relación de confianza con ellos.
Como nuestra Madre María, debemos dejar que nuestros hijos cumplan con la voluntad del Padre. Ella confiaba en su hijo y en su manera de educarlo, Ella confiaba en las decisiones que Él tomaría.
Así nosotras debemos confiar en que ellos pueden ser independientes y puedan lograr tomar las mejores decisiones para su vida.
Madre perfeccionista y exigente
Como madres, vemos todas las virtudes y las capacidades de nuestros hijos. ¡Estamos orgullosas de ellos! Pero eso a veces nos lleva a pedir más de la cuenta, llegando a límites exagerados.
A veces, pudiendo ocasionar un daño a nuestros hijos — tanto física como emocionalmente —, pues dejamos de escucharlos y muchas veces de valorarlos.
Es hermoso que podamos recordarles que ellos son maravillosos, que tienen virtudes y talentos que pueden poner en beneficio para el mundo y para Dios. Pero debemos también dejar que ellos puedan ser libres de utilizar sus talentos a sus gustos, respetar sus opiniones e ideas.
Debemos acompañarlos en sus caminos, ver cómo son capaces de utilizar sus talentos y carismas en todos los ámbitos de su vida. Verlos sintiéndose felices y plenos con el rumbo de su vida.
Recordemos que ser mamá es uno de los regalos más grandes que nos brinda Dios. Nos hace dadoras y merecedoras de amor. No existen tipos de madres perfectas, solo existen madres perfectas en su propia personalidad ante los ojos de Dios y de sus hijos. Gracias a nuestros hijos somos una pequeña parte en la contribución de la obra perfecta de Dios, la creación.
Felicidades a todas las madres que, en su cotidianidad, luchan por ser la madre perfecta… y déjenme decirles que ¡ya lo son!
Escrito por: Katerin Carías, vía Catholic-Link.
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