Muchos padres acuden cada domingo a la Misa con cierta inquietud al no saber cómo se va a portar su pequeño.
¿Qué hacer cuando un niño se pone a llorar en Misa? ¿Hay que ponerse delante o detrás en el templo? ¿Deben ir los padres por separado a la iglesia cuando los niños son pequeños? ¿Alguien ha encontrado el botón de apagado en un niño que chilla en medio de la consagración?
«Los niños tienen que ser niños, pero a veces parece queremos que no lo sean», afirma párroco de la parroquia madrileña de San Emilio. Es fácil oírle decir a algún padre nervioso que ha llevado a su hijo al templo: «No os preocupéis; a Dios le encanta que estén los niños aquí».
Por eso, pide aceptar con realismo que «tenemos que ser conscientes de que los niños a veces dan guerra, y hay que aceptarlos como son, hay que quererlos como son, que en realidad es como Dios nos quiere a nosotros. Dios los quiere niños. Y cuando se equivocan es cuando más hay que quererles, amarles seriamente y con cariño. Luego, a la hora de corregirles, hay que hacerlo con cariño».
Los padres han de ofrecer a sus hijos un amor incondicional, y que los niños vean que la fe se vive en casa, y eso incluye la Misa.
¿Qué hacer entonces cuando un niño se pone a llorar en la iglesia? Hay quien propone, como los autores del libro Family chef –una iniciativa de la diócesis de Toledo para rezar en familia–, que los niños se pongan en primera fila. Otras familias prefieren ponerse al fondo del templo, para así, si un niño llora, estar más cerca de la puerta, y salir para calmar al niño.
Pablo Maldonado opina que «hay que aprovechar también que ya hay en muchas parroquias la famosa pecera. Los niños van a Misa con sus padres, y los padres pueden atender sin problemas. Los niños pueden ir a Misa, y eso no lo olvidarán nunca, porque son esponjas». Así, cuando sean más mayores, «los niños podrán pasar dentro».
Se trata de ir probando cuál es la solución que mejor le va a cada familia, pero sin perder la perspectiva, porque «se trata de que esa fe que queremos transmitir en casa la vivamos nosotros primero. Yo mismo encontré al Señor viendo la fe en mis padres. Recordaba cómo, cuando era niño, en momentos difíciles ellos recurrían a Dios, y eso me ayudo a mí ya de mayor».
En cualquier caso, defiende que «a los niños hay que enseñarles a rezar rezando. De lo que siembra en la infancia, nada se pierde. Hay muchísimos jóvenes que vuelven a la Iglesia gracias a esas experiencias de fe que vivieron en la infancia. Los padres han de ofrecer a sus hijos un amor incondicional, y que los niños vean que la fe se vive en casa, y eso incluye la Misa». Por último, es indispensable «que los padres no olviden nunca rezar por los hijos».
Vía Aleteia