El camino de la vida está sembrado de piedras; ¿qué hay que hacer con las piedras del camino? El caminante tropieza constantemente con ellas y, al golpearse, se lastima sus pies y queda sangrando. Las piedras están ahí, a la vuelta de cada esquina, esperándonos; ¿qué hay que hacer con ellas?
Hoy, día de campo, amaneció desapacible y lloviendo; en el viaje se nos estropeó el motor del coche; los vecinos han puesto una musica estridente; el avión trae cinco horas de retraso; el granizo deshizo los trigales; quise decirle la verdad pero se quedó ofendido; es una conferencia aburrida y no se acaba nunca; ya van seis meses que no ha llovido, el tráfico está atascado y los nervios no dan más de sí; nuestro equipo perdió un partido decisivo; los padres están a punto de separarse; el jefe de la oficina está insoportable; las heladas han acabado con la cosecha del año; en el viaje nos ha tocado un tipo petulante, estuvimos horas plantados en la fila de espera; la inflación se ha disparado y nuestra economía peligra; hace un calor sofocante; a tu hermano le han hipotecado la casa; el río ha inundado nuestros campos; han secuestrado a nuestro mejor amigo; hemos presenciado un accidente de tráfico; tenía que actuar hoy y amaneció afónico…
He aquí las mil y una piedras del camino. ¿Cómo mantener los nervios en calma en medio de tantos agentes que nos atacan desde todas partes?, ¿qué hacer para no ser heridos por tanta agresión?, ¿cómo transformar las piedras en amigas o hermanas?…
Sé delicado con las piedras, acéptalas como son, tus cóleras no las podrán suavizar, al contrario, las harán más hirientes.
La regla de oro es ésta: dejar que las cosas sean lo que son. Dado que no hay nada que hacer por nuestra parte y que, de todas formas, las piedras se harán porfiadamente presentes en el camino, el sentido común aconseja aceptarlo todo con calma, casi con dulzura.
No te irrites porque el otro sea así. Acepta que las cosas sean como son. Suelta los nervios. Concéntrate serenamente en cada suceso hiriente que se hace presente a tu lado y que tu no lo puedes remediar y, en lugar de irritarte, deja tranquilamente, conscientemente, casi cariñosamente que cada cosa sea lo que es.
Deja que llueva, deja que haga calor o haga frío, deja que el río se haya salido de madre o que las heladas amenacen la cosecha, deja que el vecino sea antipático o que la inflación se haya disparado…
Tu intento de solución acabó en fracaso, no te irrites, ya pasó, déjalo. Deja que el avión llegue atrasado o que el tráfico esté atascado, son las piedras del camino, no te resistas, no te enojes con ellas ni las trates a puntapiés airándote, sólo tu sufres con eso.
No lances cargas furiosas en contra de los sucesos molestos que se hacen presentes a tu lado, el blanco de tales furias eres tú, sólo tú.
Sé delicado con las piedras, acéptalas como son, tus cóleras no las podrán suavizar, al contrario, las harán más hirientes. No te enojes, sé cariñoso y dulce con ellas, ésta es la única manera de que ellas no te hieran.
Acéptalas armoniosamente, conscientemente, tiernamente, no por fatalismo. Y si no puedes asumirlas, y si no las puedes cargar a hombros con ternura y llevártelas a cuestas, al menos déjalas atrás en el camino como amigas.
Por P. Ignacio Larrañaga
Taller Vida y Oración