José y Beatriz llegaron al altar prometiéndose fidelidad hasta que la muerte los separe. Como una gran mayoría de parejas, José y Beatriz tenían toda la intención de cumplir su promesa. Sin embargo, poco apoco fueron descubriendo que esto no iba a ser tan fácil. El matrimonio requiere de un compromiso que ha de ser renovado constantemente y nutrido por el amor.
Las parejas que deciden unir sus vidas en el matrimonio seguramente se aman. ¿Pero qué es realmente el amor? Juan Pablo II en su “Teología del Cuerpo” dice que para descubrir el verdadero amor debemos ir a la fuente del Amor que es Dios mismo. Conocemos que el amor de Dios es libremente dado y recibido. Que el amor de Dios es fructífero; es decir siempre dador de vida. El amor de Dios es siempre fiel y total.
Si tomamos en cuenta estos cuatro aspectos del amor de Dios y los aplicamos al matrimonio, podemos reflexionar en algunas de las características necesarias para tener un matrimonio en el que la pareja se convierta en compañeros para toda la vida.
El amor se da y se recibe libremente
Aunque posiblemente cada pareja llega al amor por vías distintas, una vez que se enamora, cada uno hace una decisión libre de amar y entregarse a su pareja. De esta forma se hacen vulnerables ante la persona amada. Esto quiere decir que esta persona le va a conocer como ninguna otra. Nadie mejor que la pareja va a saber lo que le hace feliz, o lo que puede causarle sufrimientos. Y una vez nos damos a conocer lo que se espera es que seamos aceptados tal cual somos. Es decir, la entrega de amor es un regalo que debe ser recibido y custodiado con respeto.
El amor siempre requiere de una respuesta también libre y adecuada. A medida que se va descubriendo cómo es la otra persona se debe así mismo ir aceptando y recibiendo lo que el otro es. Las parejas que se toman el tiempo para conocerse y respetan amorosamente sus diferencias, pueden llegar a compenetrarse de tal manera que ya no son dos, sino uno.
Respetar a una persona es aceptarla como es, y recibir lo que me ofrece sin intentar cambiarla; y sobre todo, sin tratar de manipularla a que haga las cosas como quiero que las haga. Se debe, eso si, contar con el hecho que el otro hará todo lo posible por satisfacerme, pero no puedo exigirle que haga lo que no puede o va contra su manera de ser.
El amor siempre desea el bien del otro, por eso lo ideal es que las parejas que se aman y se respetan se pregunten: ¿Qué puedo hacer para el bien de mi pareja? ¿Cómo puedo corresponder al amor que recibo? De esa manera el amor partirá de la decisión libre y generosa de cada cual, sin imposiciones. El amor es fructífero
Cuando hablamos de que el amor matrimonial debe ser fructífero no sólo nos referimos a que debe estar abierto a la posibilidad de dar la vida. El amor es fecundo o sea es dador de vida en todos los aspectos de la palabra.
Dar la vida es preocuparse por aquello que la pareja necesita; es apoyarla para que realice sus sueños, y darle espacios para que se exprese y sea ella misma. Cuando una persona es en cambio “absorbente” no deja a la otra crecer y desarrollarse. Dar vida al otro es tratar a la pareja con cariño; es evitar aquellas cosas que sabemos que van a molestar, que pueden humillar o reducir la auto-estima del otro, o que son de mal gusto. Damos la vida cuando controlamos la lengua al expresar nuestras frustraciones o nuestra rabia o enojo..
Quienes están abiertos a la vida, aprenden también a perdonar y a buscar la reconciliación. Perdonar y reconciliarse no son lo mismo. Para perdonar sólo se necesita de una persona pues perdonar es la decisión, que una persona toma, de liberarse del resentimiento o rencor que un hecho le causó. No se trata de olvidar, ya que esto es prácticamente imposible, y recordar es necesario para aprender. Se trata más bien de aceptar que el otro se equivocó y no amargarse por eso.
Vía Aleteia