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El miedo al compromiso es, por desgracia, una tendencia en aumento. Con un triste panorama en el que los divorcios están a la orden del día, los niños son vistos como una carga y se exalta el individualismo y el vivir exclusivamente para uno mismo, es normal que muchos desconfíen del matrimonio o directamente no quieren ni oír hablar de él.

Cada vez se oyen más frases como «paso de casarme y perder mi libertad», «mi novia me presiona pero yo no quiero», «prefiero vivir el día a día, ya veré qué pasa después» o «para qué casarme, si lo mismo acabo divorciándome»…  

El compromiso en la pareja ha perdido su valor

Es algo palpable en el ambiente que nos rodea hoy en día. Son varios los factores que han influido en el porqué del miedo al compromiso para llegar a la situación actual. Estos son algunos:

–  El arraigo de una sociedad consumista en la que se fomenta y valora más el tener que el ser. Que promueve la comodidad por encima de todo y que infantiliza a los jóvenes, proponiéndoles un estilo de vida adolescente, donde tienen todas sus comodidades cubiertas y se ven libres de responsabilidades. La influencia de los medios es apabullante, ya que éstos son capaces de lograr estilos de vida y asentar corrientes de pensamiento.

–   El egoísmo. Nadie quiere ser exigido ni sacado de su comodidad, cada uno quiere hacer las cosas a su manera y moverse a su aire; pensar en los demás es un esfuerzo que muchos hacen sólo si a cambio ven algunos beneficios.

–   Una pérdida de valores cada vez más evidente en todos los ámbitos. Por ejemplo, algo como la infidelidad se quiere mostrar como normal, y por lo tanto, aceptable. Sin embargo, a pesar esta «tolerancia», la infidelidad sigue siendo un motivo de dolor y ruptura. Existe la mentalidad de que «el ser humano no está hecho para vivir siempre con la misma persona», que el «matrimonio es antinatural» y que la infidelidad «es buena para darle vida a un matrimonio». Quiénes profesan estas ideas tratan en realidad de justificar su poca capacidad de compromiso y de tomarse en serio una decisión tan importante como es casarse, además de pretender camuflar su egoísmo para amar a la otra persona por encima de sí mismo/a.

–   La visión del matrimonio como una atadura, y de los hijos como una carga. Más de una vez habremos escuchado a gente de nuestro entorno diciendo que antes de casarse, «quiere vivir la vida», «disfrutar con los amigos» y «viajar y hacer planes que después no podré hacer». Se trata de una falta de madurez, que se refleja en el miedo a adquirir compromisos.

–   Un hedonismo en el que las personas terminan siendo vistas como un objeto de consumo más con el que disfrutar y, cuando ya no aporta más placer, se puede cambiar por otro.

–   Un sentimentalismo mal entendido y exaltado que lleva a muchos jóvenes (y no tan jóvenes) a moverse según lo que sientan en ese momento. Así, se guían por los sentimientos del enamoramiento y cuando éste acaba, no ven sentido a continuar con una persona que no les despierta ningún tipo de emoción.

–   Una cultura del esfuerzo de capa caída. Se promueve que se evite todo aquello que incomode, resulte inoportuno, moleste o exija esfuerzo, aunque sea valioso a la larga. No se quiere oír hablar de responsabilidades ni de sacrificio, y éstos van de la mano del esfuerzo.

Relaciones de pareja superficiales

Lamentablemente, en muchos jóvenes ha calado este ambiente de inmediatez, que está produciendo una superficialidad en las propias relaciones, que en el caso de las diversiones del fin de semana, se han centrado exclusivamente en la frase hecha de “pasármelo bien”. En muchos casos, en esta búsqueda de sensaciones más o menos fuertes, se producen esporádicas relaciones sexuales con la persona conocida esa misma noche, que como mucho se podrán repetir en una o dos semanas más. Todo esto produce un deterioro en sus relaciones afectivas y se devalúa la capacidad de entrega a una persona.

El esfuerzo de ambos

Hay que reconocer que no todo el mundo está hecho para llevar un matrimonio armonioso, formar una familia, disfrutar con ella y educar correctamente a unos hijos. Algunos reconocen este hecho, dado su carácter y forma de ser, y prefieren no dar un paso tan importante. Sin embargo, de lo que estamos hablando es del miedo al compromiso por una visión desenfocada de lo que esto implica: se argumenta una pérdida de libertad, desconfianza hacia el novio/a, falta de esperanza a que un matrimonio pueda durar toda la vida, miedo a perder la vida tan cómoda que estamos teniendo, etc.

En el peor de los casos, este panorama lleva a que muchas personas se casen con la idea de que su matrimonio tiene fecha de caducidad y tienen la esperanza de que “lo suyo dure”, cuando esto dependerá en gran medida del esfuerzo que pongan ambos, y no de las circunstancias externas.

 

Vía: hacerfamilia.com

 

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