Hace 8 años, Gabriela Chávez se casó por lo civil con César Ayala, que era divorciado. Aunque viven la tristeza de no poder comulgar, no lo asumen como discriminación. Van a Misa y acercan a sus hijos a la fe.
Debo admitir que con profunda tristeza vi a muchos católicos compartir en su perfil de Facebook un enlace que se titulaba: “El Papa acepta que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar” y compartir textos y/o información en ese sentido, a propósito de la exposición del Cardenal Walter Kasper en el Consistorio dedicado a la familia en el Vaticano ante el Papa.
El texto en ninguna parte decía eso y siendo un tema tan delicado, deberíamos al menos tener la inquietud respecto a la veracidad de la información antes de compartirla.
No voy a negar que el tema llamara mi atención, pues me calza. No soy divorciada, pero mi esposo sí lo es, y vivimos la tristeza de no poder comulgar. Puedo decirles que es supremamente duro, estar frente a Dios sin poder salir corriendo a sus brazos como niño que ve llegar a su padre. Eres perfectamente capaz de sentir su amor,
porque lo sientes; su bendición, su bondad, consuelo, fortaleza -porque las recibes- pero sin poderte abrazar de Él de la manera que quisieras.
Nuestras acciones y omisiones tienen consecuencias en la vida, mi esposo y yo tenemos las nuestras, y no por decisiones propias podemos pretender de ninguna manera culpar a la Iglesia y menos que ésta se acomode a nuestras situaciones, a cuenta de una mal entendida misericordia. Dios dispondrá en su tiempo perfecto el día que lo podamos recibir, tal vez con un corazón mucho más preparado. Cesar -mi esposo- y yo, tenemos cuatro hermosos hijos: José María (1), José Rafael (2), José Miguel (4) y José Gabriel (8). Y queremos ser un gran referente para ellos ¿No les parece que damos mejor ejemplo a nuestros hijos de profundo amor y respeto a la Eucaristía, si no nos acerquemos a ella en estas circunstancias?
¿No les parece mejor defender nuestra fe y a nuestra Santa Madre Iglesia a ultranza, que pretender que ella ceda a nuestros caprichos?
No es discriminación ni injusticia de la Santa Madre Iglesia, es respeto, aceptación, humildad, y principalmente el profundo amor a Dios que te conduce a llevar tu propia cruz, porque se tratar de amar a Dios sobre todas las cosas, aún a pesar de uno mismo.
Dios conoce de sobra nuestras tristezas, y estoy segura que quiere que la convirtamos en algo que ofrecerle, en buscar situaciones para compensarlo, y de hacer algo doloroso, algo que sirva de ejemplo principalmente a nuestros hijos.
Dios sufrió muchísimo en la cruz por el infinito amor a nosotros, ¿acaso no podemos ofrecer nuestro sufrimiento por amor a Él?
Por Gabriela Chávez Muirragui