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Dos formas de motivar a los hijos, pero solo una los hará sentirse valiosos sin la aprobación de los demás.

 

Todos los niños tienen el deseo de pertenecer, de sentirse queridos e importantes en los diferentes ámbitos que se encuentran: en la casa, en el colegio, con los abuelos o con amigos. Sin embargo, en ese afán de pertenecer pueden utilizar, sin darse cuenta, comportamientos equivocados para conseguirlo.

Un niño que se porta mal es un niño desmotivado y su manera de actuar nos demuestra que él siente y percibe que no pertenece ni es importante. Por eso, nosotros como adultos debemos mostrarles alternativas más adecuadas para lograr pertenencia. El psiquiatra y educador, Rudolf Dreikurs, una vez afirmó que “los adultos tienen la habilidad de ayudar a los niños a adquirir esos comportamientos positivos por medio del estímulo. Los niños necesitan del estímulo tanto como las plantas necesitan del agua, no pueden sobrevivir sin él”.

Los niños necesitan del estímulo tanto  como las plantas necesitan del agua.

En este sentido, la mayoría de los padres que intentan motivar a sus hijos, inconscientemente, proveen un estímulo que motiva el buen comportamiento temporal: “estoy orgulloso de ti”, “eres tan buena niña”, “lo hiciste bien”. Son frases que los impulsa a ser mejores y tener una buena autoestima. Sin embargo, estas palabras podrían tener un efecto contrario.

Sin darnos cuenta, los estamos condicionando a sentirse valiosos solo por la aprobación de los demás. La autoestima no puede darse ni recibirse, solo puede desarrollarse a través de un sentido de capacidad; la misma que podemos ayudar a desarrollar a nuestros hijos alentándolos más y  alabándolos menos.

 

¿Cuál es la diferencia?

El aliento les proporciona a los niños oportunidades para sentirse capaces, un sentimiento de que pueden influir en lo que les pasa, pero de manera positiva, creando habilidades exitosas para sus relaciones interpersonales. Como adultos podemos aportar estímulos que aumentan la probabilidad de que los niños tomen decisiones sanas.

Alentar propone dar un estímulo dirigido a la acción y no a la persona: “buen trabajo”, “gracias por tu ayuda”. Es reconocer el esfuerzo a pesar de que el producto no esté completo: “te esforzaste mucho”, “diste lo mejor de ti”, “ese 10 refleja tu arduo trabajo”. Ahí radica la diferencia  con  lo que espontáneamente podríamos decir: “estoy orgulloso de ti porque sacaste un 10”.

Al alentarlos, se invita a los niños a que cambien por sí mismos y para sí mismo. Les enseñamos a identificar “lo que pienso yo” y a autoevaluarse. De esta manera, se sentirán valiosos sin la necesidad de la aprobación de los demás, desarrollando confianza en sí mismo e independencia, logrando una motivación intrínseca en ellos.

Nunca podremos determinar  las decisiones de los niños, pero alentándolos podremos ayudarlos a que aprendan a tomar decisiones positivas, en armonía con los valores que les hemos inculcado y sin dejarse influenciar del medio en el que se desenvuelven.

Es normal que nos sintamos frustrados cuando comencemos a alentar más y a alabar menos. Esto último resulta  más fácil, pues se trata de algo que hemos estado acostumbrados a hacer. Sin embargo, es necesario destacar que alabar a los hijos de vez en cuando no está mal. Propongámonos a alentarlos con mayor frecuencia y así les permitiremos que se vean como seres capaces y que valoren su propio esfuerzo, en lugar de enfocarse en darles gusto a los demás.

 

 

Por: Silvia Baquerizo de Bruckschen
Psicóloga Clínica

 

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