En la dinámica del amor conyugal los esposos se trascienden a sí mismos dando lugar a engendrar una nueva vida.
Los esposos, al ser unión, se han hecho aptos para engendrar… de tal modo que en el acto conyugal pueden llegar a decirse el uno al otro: “tú estás conmigo, hasta en lo más íntimo de mí, en ese lugar donde la vida puede iniciarse”.
El don de la paternidad y la maternidad
Ser padres es una misión que supera nuestro entender, los esposos son co-creadores de lo más sagrado y digno: la vida. Los hijos ofrecen a los cónyuges un nuevo modo de ser y de estar en el mundo. Ahora ya no serán solo esposos, sino también padres, lo que sustancialmente quiere decir recibir un don o regalo: los hijos.
El don de los hijos
La primera prueba de amor de los padres es aceptar a sus hijos y acogerles como un don. Un hijo (incluso con deficiencias físicas o mentales o si no ha sido planificado ni esperado) puede convertirse para los padres en el mejor de sus tesoros.
En la actualidad, el don del hijo no es apreciado por todos… tanto así, que en algunas legislaciones se promueve abiertamente evitarlos a toda costa, favoreciendo leyes como la del aborto. Por otro lado, se está extendiendo el pensar que convertirse en padres es “un derecho”, llegando emplearse medios no-éticos como la fecundación in-vitro, para poder ser padres sin importar las consecuencias de esto.
En realidad, son los hijos los que tienen el derecho a tener unos padres, el derecho de ser acogidos. ¡Los hijos son un fin en sí mismos, no son un medio que nos ayuda a sentirnos realizados!
La respuesta al don recibido
Los padres son los primeros e insustituibles educadores y formadores de sus hijos. La educación de los hijos es una obligación de primera necesidad. ¿Sobre cuál de los dos esposos recae esa responsabilidad? Sobre ambos, pues se trata de “nuestro hijo”. Ambos padres fueron necesarios para engendrarlo y ambos están llamados a cumplir con la misión de cuidarles y educarles.
Lo que ellos necesitan es, principalmente, la cercanía y la confianza que nace del amor. Los padres han de ser testigos, antes y más que consejeros. De ahí que, aunque es cierto que les han de indicar el camino a los hijos, prioritariamente deben recorrerlo delante de ellos y con ellos.
La virtud propia de los padres —¡y que se ha de cultivar!— es la misericordia, que revela el significado más hondo de lo que es realmente el amor paternal y maternal. ¡El amor de los padres ha de ser siempre un amor misericordioso!
Para pensar
- ¿Eres consciente de que Dios te ha confiado lo más grande que ha salido de sus manos?
- ¡Los dones son realmente dones cuando se reciben con gratitud!: ¿Das gracias a Dios y a tu esposo/a por el don de tus hijos?
- ¿Cómo estás respondiendo a tu responsabilidad de padre o madre?
Por Katherine Zambrano Yaguana, PhD.
Universidad de Navarra.