Antes del matrimonio «Cuando él me propuso ir a vivir juntos y yo le dije que no»… ¿Qué pasó después de eso?
Tras dos años de noviazgo, mi novio salió del país para hacer unos estudios de posgrado con el plan de, al terminarlos, casarnos. Era el amor de mi vida.
Luego en unas cortas vacaciones regresó y me pidió que me fuese al extranjero a vivir con él, sin casarnos; asegurándome que era cuestión de que solo alteráramos el orden de los planes, y que posteriormente, lo haríamos. Que era lo más conveniente, dadas las circunstancias.
Argumentó que, mientras tanto, seriamos una forma de matrimonio, pendiente solo del reconocimiento civil y eclesiástico, que confiara en su «rectitud de intención».
¿Una forma de matrimonio? ¿Rectitud de intención?
El suyo parecía un razonamiento muy lógico, pero el amor no me cegó, pues tenía le certeza moral de que no era lo correcto; así que me abstuve de contestar, y pedí consejería, para al hacerlo, manejarme en la verdad, con los argumentos correctos.
Luego, volvimos a platicar, tratando de superar una crisis de desacuerdo.
Recuerdo muy bien cada palabra de nuestra conversación en la que, superando el desconcierto inicial, fui capaz de responder con un no rotundo a su forma de ver el matrimonio, como si solo de un contrato se tratara, o simplemente un requisito de orden convencional o legal.
Para mi sorpresa y tristeza, mi novio se refería al matrimonio como si este fuese solo una construcción social o religiosa.
Por supuesto que no es así, ya que la verdad es que, el matrimonio está inscrito en nuestra naturaleza, y no es, por tanto, invención de nadie. Tiene su estructura propia y un orden vinculado a la justicia.
El matrimonio sigue a la persona
Se trata de una unión en el ser, a través de un compromiso verdaderamente matrimonial; y no consiste en la forma de una ceremonia o un papel firmado, ni mucho menos en el solo vivir bajo un mismo techo, o el unirse para ciertas obras u objetivos de la existencia.
Significa que por el consentimiento de varón y de mujer, el matrimonio une lo que está llamado a unirse; en un proyecto de vida que, por la vocación al amor asegura la continuidad de la sociedad y de la humanidad misma… nada menos.
Por eso la importancia de contraerlo de cara a Dios, según la fe que se profesa y a la sociedad misma.
Es así que yo soñaba a mi novio y a mí, diciendo ¡sí! …al consentir en convertirnos en esposos ante propios y extraños; sin duda, ni temor a contraer un vínculo que nos obligaría en justicia a un amor de por vida… Un ¡Sí! orgulloso y feliz, unirnos en el ser en un compromiso fiel e indisoluble… Un ¡Sí! a un proyecto de amor matrimonial que habría de prevalecer por encima de toda circunstancia de vida.
Un ¡Sí! a vivir el uno para el otro
Por todo lo anterior, le explique a mi novio, que, contraer verdadero matrimonio debía ser el culmen de nuestro amor; y no podía pasar a un plano en el que se minusvalorara en aras de una supuesta necesidad práctica. Que, al hacerlo, lo desnaturalizábamos, y lo mismo hacíamos con nuestro ser personal, y, por tanto, con la calidad de nuestro amor.
Y yo no estaba dispuesta.
No fue el final feliz que esperaba, ya que mi novio no se regresó convencido al extranjero; y después de insistir varias veces en su propósito, al no lograrlo, poco después, dio por terminada la relación.
Fue una triste experiencia por la que entiendo que su amor no era lo suficiente maduro para un consentimiento válido que fundara el matrimonio. Así que seguí soltera y … Dios sabe más.
Yo espero volver a encontrar el amor, y ser feliz, contrayendo verdadero matrimonio, estamos hechos para eso.
Escrito por: Orfa Astorga, vía Aleteia.
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