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Después de 20 años seguimos casados, seguimos discutiendo… y muy felices

Cuando mi marido Carey y yo estábamos recién casados, odiaba el conflicto. De hecho, lo temía. Habíamos sido muy buenos amigos antes de ser novios siquiera y pensaba que eso significaba que nunca discutiríamos ni una sola vez como casados. No cabía duda, pensaba yo, de que si nos amábamos lo suficiente y nos comunicábamos bien, podríamos evitar el conflicto. Ingenua, ¿verdad?

Cuando, obviamente, discutíamos, yo retrocedía y me cerraba en mí misma. Mi negativa a participar en la discusión hacía que Carey se sintiera rechazado, así que él seguía intentando interactuar. Hablaba más alto y se acercaba más a mí. Entonces yo me encerraba, físicamente, dentro de nuestro dormitorio y me negaba a cruzar palabra con él. Él quedaba enfadado y resentido, sobre todo si yo me iba a dormir sin tratar de resolver nuestras diferencias. Basta con decir que nuestros primeros años como pareja casada fueron difíciles.

Sin embargo, no todo estaba perdido. El año pasado celebramos nuestros 21 años de casados. Hemos llegado tan lejos porque ninguno de los dos estaba dispuesto a abandonar… y porque descubrimos una combinación de amor incondicional, asesoramiento cristiano, pura y simple cabezonería, y la gracia de Dios.

Una de las cosas básicas que aprendimos a hacer mejor después de esos primeros años fue a cómo “pelear” el uno con el otro de forma más productiva. Empezamos a ver el conflicto como una oportunidad.

Las discusiones aparecen siempre cuando dos personas están en una relación a largo plazo. Después de todo, somos humanos, cada uno con sus propios defectos, rarezas y hábitos molestos. Sin embargo, cuando aprendemos a tener “peleas justas”, el conflicto puede conducirnos a un mayor nivel de intimidad con nuestro cónyuge.

1. Conexión dentro del conflicto

Si podemos aprender a evitar comportamientos como el sarcasmo, interrumpir al otro y poner los ojos en blanco, podemos aprender a comunicarnos de forma más efectiva. Durante las discusiones, es importante dar espacio a la pareja para que exprese sus sentimientos y preocupaciones.

Incluso si estás en radical desacuerdo con el punto de vista de tu pareja, hay muchísimo que ganar tan solo escuchando e incluso repitiendo en voz alta lo que tu pareja acaba de decirte (te llevarás una sorpresa: incluso cuando crees que repites lo escuchado palabra por palabra, ¡no siempre suena igual que cuando lo dijo tu pareja!).

Es importante que seas capaz de expresar tus necesidades y tus deseos sin juzgar al otro ni ser acusadora. Por ejemplo, podrías decir ‘Echo de menos hablar contigo’ o ‘Quiero que pasemos algún tiempo los dos este fin de semana haciendo algo divertido’. Eso suena muy diferente a ‘Nunca tienes tiempo para mí’ o ‘Siempre pones a tus amigos antes que a mí’. Los dos primeros ejemplos generan una respuesta más positiva y conciliadora. Las últimas frases crean una respuesta defensiva que probablemente lleve a más distanciamiento y retraimiento. Así que te sientes mal y empiezas a insistirle y él continúa evitándote, lo que te deja con un sentimiento de más abandono y de falta de amor.

Cuando ambos esposos se sienten respetados y queridos, una pareja puede avanzar hacia una solución satisfactoria para ambas partes.

Mi marido lo expresa de esta forma: “Trato de pensar: ‘¿esta discusión que estamos empezando Dena y yo va encaminada a producir los resultados deseados?’. En otras palabras, ¿está siendo realmente útil o simplemente hemos entrado en un bucle emocional de desgaste?”.

2. Encontrar el punto intermedio

Otra forma de tener una discusión justa es encontrar el compromiso en un feliz término medio. Por ejemplo, durante los primeros años de matrimonio, Carey quería debatir durante el tiempo que hiciera falta hasta que llegáramos a un acuerdo, ¡aunque la discusión durara horas! Por otro lado, yo quería hablar del conflicto, luego pensar sobre el tema individualmente y volver cuando hubiera templado mis ideas y alcanzado algún tipo de claridad.

Después de unos cuantos años de encontronazos provocados por nuestras diferencias, encontramos un compromiso que nos funcionó. Acordamos nunca irnos a dormir cuando estemos enfadados, pero también acordamos “posponer” ciertos debates si yo estaba demasiado fatigada o consternada como para continuar.

3. Controlar la lengua

Si queremos que nuestros matrimonios prosperen, también debemos aprender a controlar la lengua. Uno de los mayores problemas durante las discusiones es que nuestra tendencia humana nos lleva a hablar primero (a menudo “sin filtro”), para que se escuche nuestra postura.

Deb De Armond, coautora con su marido Ron del libro Don’t Go to Bed Angry: Stay Up and Fight! [No vayas a dormir con un enfado: ¡levántate y pelea!], afirma: “En Santiago 3:2 se lee: ‘Todos fallamos mucho. Si alguien nunca falla en lo que dice, es una persona perfecta, capaz también de controlar todo su cuerpo’. Con el paso de los años, he llegado a ser más consciente de la necesidad de ponerle intención a las charlas con Ron cuando surge un conflicto, sobre todo porque el Espíritu del Señor ha sido persistente en su labor de señalar oportunidades perdidas, pequeños patinazos e importantes lapsus de la lengua”.

Estoy muy agradecida a Deb por su perspectiva. Navegar por los altibajos del matrimonio puede ser estresante y, algunas veces, perdemos la paciencia y decimos cosas hirientes. Si no somos cuidadosos, esas acciones pueden convertirse en un hábito.

Cuando uno o los dos miembros de la pareja afloja la lengua y pierde el autocontrol, la atmósfera se vuelve tensa e incluso tóxica. Entonces, crecen el resentimiento y el rencor, se aleja al perdón y se instala la amargura.

Mi marido y yo decimos a nuestros dos hijos que sólo por que algo sea difícil no significa que no sea bueno.

Controlar nuestras palabras es algo más fácil de decir que de hacer, pero no estamos solos. ¿Eres de naturaleza sarcástica? Reza pidiendo ayuda para conseguir morderte la lengua durante un conflicto e intentar encontrar otra salida, más saludable, a ese aspecto de tu personalidad.

Una de las primeras cosas que me atrajeron de mi marido fue su sentido del humor. Era cursi, pero lindo; nunca se burlaba de nadie más que de sí mismo. Admiraba eso en él por entonces, y lo agradezco mucho más ahora.

Quizás tengas problemas con ser demasiado gruñón o gruñona. Así que, la próxima vez que empieces a recordar a tu cónyuge algo que ha olvidado hacer, respira hondo, di una oración rápida, y simplemente escribe el recordatorio en un trocito de papel. Incluye palabras como “por favor”, o “te agradecería mucho si…”. Luego, pon la nota donde tu pareja vaya a verla. Añade chocolate o algún regalito, si quieres. (Si algo funciona, no lo cambies, ¿no?).

4. Cambio de trayectoria

Cambiar hábitos negativos en la comunicación es algo difícil, en especial cuando llevamos empleando esos comportamientos desde la infancia. Lo cierto es que el matrimonio puede ser difícil a veces. Pero, tal y como decimos a nuestros dos hijos Carey y yo, sólo porque algo sea difícil no significa que no sea bueno. Todo aquello que merece la pena —paternidad, trabajo, ministerio, amistad, servicio, salud— contiene un elemento de dificultad.

Cuando lo permitimos, Dios nos encuentra en mitad de nuestros problemas. Cuando pedimos ayuda, Él nos la ofrece. También utiliza las épocas duras para desarrollar nuestro carácter y enseñarnos lecciones que necesitamos aprender. Que nuestra voluntad se rinda no siempre es divertido, pero el resultado —paz, perspectiva y paciencia renovadas— siempre merece la pena.

Además, las recompensas de trabajar en pos de un matrimonio saludable son tremendas, no sólo para nosotros, sino para las generaciones futuras.

Psicólogos como los doctores Howard Markman, John Gottman y otros, realizaron estudios científicos con parejas durante los años 70 y 80 y descubrieron que “la calidad de la interacción entre maridos y esposas era altamente predictiva de dificultades matrimoniales o de divorcio”.

La investigación de los doctores señaló que las parejas que interactuaban —y reaccionaban— frecuentemente de formas negativas tenían matrimonios problemáticos. Esos patrones de comportamiento también indicaban un altísimo nivel de futuros problemas en la relación, o incluso divorcio. Un extracto importante de los estudios: “La interacción negativa se considera un factor de comportamiento dinámico que las parejas pueden cambiar para mejorar sus posibilidades de permanecer juntos”.

Si un matrimonio duradero y lleno de apoyo mutuo no es un incentivo para “pelear limpio”, no sé qué podría serlo. Porque permanecer juntos es precisamente una de las razones por las que nos casamos en primer lugar.

Vía Aleteia

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