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La solidaridad es el arte de ponernos real y genuinamente felices con las alegrías de los demás, y dolernos con las preocupaciones y tristezas de los otros.

El hombre es un ser con otros”, esta es la definición más básicas del ser humano desde el punto de vista filosófico. No somos granos de arena, sueltos y desligados, sino que, por el contrario, estamos relacionados mutuamente por vínculos naturales, familiares y sociales. Nos necesitamos los unos a los otros y  lo que sucede a nuestro alrededor, por lejano o ajeno que parezca, nos afecta de forma directa.

¿Por qué ser solidarios? 

En una conferencia escuché decir que “el bien que yo procuro suma y acrecienta el bien común a todos; y el mal que hago añade gravedad y peso a todo el mal que existe en el mundo.” Si yo saludo a mi marido con una sonrisa a pesar de una mala noche -por ejemplo- no solo se beneficia Adrián y logro un entorno de paz en mi hogar; sino que hago del mundo un lugar mas amable para vivir. Esa sonrisa repercute en los que luego tratan a Adrián en su trabajo, que a su vez irán a casa y sonreirán a sus familias. Por cuento de hadas que parezca, esto es una realidad. El bien es difusivo, así como el mal es contaminante.

El Concilio Vaticano II nos recuerda que “el hombre, por su íntima naturaleza, es un ser social, y no puede vivir ni desarrollar sus cualidades sin relacionarse con los demás.” Del entramado de estas relaciones nace la sociedad, y para vivir en sociedad es importante cultivar el arte de la solidaridad… Si buscamos en Wikipedia encontraremos que solidaridad “son los sentimientos de unidad que se basan en metas o intereses comunes y nos mueven a colaborar sin recibir nada a cambio.” Sin embargo, la solidaridad cristiana puede –y debe- ir más lejos. Ayudar al que piensa como yo y valora las mismas cosas; pero también al que es opuesto a mí en sus ideas, en su estilo de vida y costumbres.

La solidaridad es el arte de ponernos real y genuinamente felices con las alegrías de los demás, y dolerme con las preocupaciones y tristezas de los otros. “Más que en el dar –decía San Josemaría- la verdadera caridad está en el comprender.” Unas monedas o un poco de ropa vieja no solucionan tanto la vida como el sentirnos realmente comprendidos. El saber que aquello que dijo o se hizo no se va a tomar mal porque los otros comprenden mis buenas intenciones, o mis limitaciones… Si somos conscientes de nuestros propios defectos, carencias y malos hábitos, ¿por qué ha de extrañarnos que los demás no actúen con la perfección y bondad que esperamos? ¿Cómo no comprender un olvido, una mala cara, un comentario desatinado… Y los miles de contratiempos que vamos encontrando por el camino?

Dios nos llama a la convivencia, para aportar con sencillez lo que esté en nuestras manos –poco o mucho– al el bien de todos. Preguntémonos muchas veces: ¿qué puedo hacer por los demás?, ¿qué palabras puedo decirles que sean alivio y ayuda?

Por María Paula Riofrío
La vida es bella

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