Por Mag. José Manuel Rodríguez Canales |
Me lo han pedido varias veces cuando hablo o escribo algo sobre teología o filosofía.
La verdad nunca he entendido bien de qué se trata eso de aterrizar. Una posibilidad es que yo sea una persona que está en el aire, no se da cuenta y necesita que lo aterricen justamente porque no entiende a “los de la tierra”. Otra posibilidad es que hay cosas que no se pueden “aterrizar” porque son del cielo, digo, que eso es en buena parte la teología, una ciencia sobre cosas del cielo. Y no del cielo físico, que eso es astronomía.
Otra posibilidad más es que no entiendo, porque el que pide el aterrizaje no sabe qué es lo que quiere. Por un lado pide una especie de traducción a un lenguaje más pedestre, más cotidiano, “no sé, más encarnado, como para que lo entienda todo el mundo”. Y así exige una mayor ejemplificación, que lo diga con hechos concretos, ejemplos de la familia, de la bodega, del mercado, la tecnología o la economía, con títeres o más aún, parece pedirme que lo haga sentir lo que digo, que haya un correlato emocional, edificante o útil para la vida diaria y la moral.
Me parece que muchas veces el criterio de “lo práctico” está hipertrofiado: no necesariamente lo práctico es lo mejor ni lo más conveniente. Las cosas más importantes no son “prácticas”: el amor, la familia, la fe, la inteligencia, la verdad, el bien, la belleza. Se practican, tienen aspectos prácticos o concretos pero no SON prácticas en el sentido de fáciles, ni instantáneas, ni amigables en el sentido tecnológico. Ni qué decir de la metafísica, indispensable siempre, práctica nunca, aunque funda todo lo concreto.
Así que hay cosas que no se aterrizan, más bien nos exigen elevarnos. No hacia el que escribe o habla (que efectivamente puede ser un marciano) sino hacia la verdad de la cosa dicha o escrita. No digo de ninguna manera que la solicitud de aterrizar sea injusta, improcedente o tonta. Jesús nuestro Señor aterrizaba las cosas del cielo con parábolas que “todo el mundo entendía”. Acabo de escribir esto y dudo: ¿de verdad todo el mundo entendía? Parece que no.
Como sea, yo soy teólogo, esa es la forma de mi alma por gracia de Dios, y varias razones que no cabe explicar, y como teólogo enseño lo que he aprendido. Es justo el pedido de aterrizar, pero también es justo el pedido de despegar, de esforzarse por entender y ayudarme a entender a mí. El peligro de aterrizar todo es que uno deje de mirar al cielo y se estrelle contra una cosa sin sentido que mal llamamos vida. El peligro de no aterrizar es que todo se quede en discurso y nos estrellemos contra otra cosa muy tonta: esa ciencia que hincha y no edifica sobre la que nos advierte el grandísimo San Pablo.