¿Es posible enamorarse en la tercera edad?
Ingrid Bergman definió la vejez como cuando escalamos una gran montaña,“mientras se sube, las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”. Desde esa gran montaña, con esa vista amplia y serena podemos analizar cómo es enamorarse en la tercera edad.
No se vive igual en todas las personas. La experiencia que se tenga de la vejez depende de la juventud vivida, de las herramientas forjadas en esos años, sin subestimar el poder que ciertas personas tienen de reinventarse en sus años dorados, logrando cumplir sueños que en épocas de juventud tuvieron que dejar dormir. Para muchos, es una etapa de un gran despertar, aunque a paso lento y firme, con una perspectiva de vida muy elevada, que agarra del mundo solo lo necesario, lo verdaderamente importante.
De igual manera, la experiencia de enamoramiento que se tuvo cuando eran jóvenes influye en cómo se vive el enamoramiento en la vejez: o se repite lo vivido, o se decide de manera valiente romper esos pasos y vivir un enamoramiento distinto, muchas veces más pleno. Pero si hay algo en común que percibo sobre el enamorarse en la tercera edad es que puede ser una experiencia, al igual que en la juventud, intensa y satisfactoria.
Aman con más serenidad, menos impulsividad, con más calma, pero con igual pasión.
Las circunstancias de la vida, como la muerte del cónyuge, ha llevado a muchos a vivir en un hogar para la tercera edad, donde tienen el cuidado y la compañía que necesitan. Este es un escenario perfecto para rehacer su vida, no solo en el plano amoroso, sino en la realización personal, a través de las múltiples actividades que los centros para tercera edad ofrecen: clases de computación, taichí, teatro, periodismo, entre otros. Al practicar estas nuevas actividades, que pudieron haber sido pasiones de toda una vida, se arma el escenario perfecto para encontrar una persona con quien compartir esta experiencia.
Veo a muchos residentes del hogar en el que trabajo con ojos de ilusión, por amor. Algunas con temor confiesan el gusto por un compañero, otros lo callan, pero entablan amistades especiales que, sin título, son de cortejo y romance.
Algo sí es cierto, el amor cambia, pero no por los años, sino por lo vivido esos años. Los adultos mayores aman con más serenidad, menos impulsividad, con más calma, pero con igual pasión. Se conocen, se gustan y se cortejan sin importar quiénes fueron antes, sino por quienes son ahora y por el grado de complicidad que pueden llegar a tener. Ellos buscan compañía, una buena conversación, el cuidado mutuo, más que otros fines.
Es un amor menos egoísta, pero sí más práctico si se quiere: “Comparto con ella lo que nos interesa a ambos, la acompaño y la apoyo, pero si hay algo en que no coincidimos, nos respetamos mucho, porque sabemos que ya no vamos a cambiar, quizás ceder para complacerla, pero ella sabe que seré el mismo viejito temático, solitario y buen conversador que conoció cuando entré a vivir aquí”, comenta un residente cuando le pregunto cómo es la relación con su enamorada que vive en el hogar también.
Lo importante del amor en la tercera edad no es descifrar en qué consiste, sino en darle el crédito que sí existe. Como dice el escritor Oscar Wilde:“La tragedia de la vejez no es ser viejo, sino seguir siendo joven” (o que el resto no lo note). En cada anciano hay una persona como nosotros, con deseos de enamorarse, con miedo a fracasar en el intento y con vigor espiritual para vivirlo intensamente.
|