En estos días (concretamente el 27 de enero) se cumplen 80 años de la liberación del mayor campo de exterminio creado por los nazis. Un horroroso lugar que, sin embargo, ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad.
Representantes de más de 20 países y unos pocos supervivientes celebran el 80 aniversario de la liberación de Auschwitz. Los reyes Felipe y Letizia asisten a la ceremonia de conmemoración junto a una veintena de jefes de Estado, entre otros, el rey Carlos III de Inglaterra, los reyes de Bélgica, los de Dinamarca y los de Países Bajos.
En uno de los viejos barracones de prisioneros de Auschwitz, el mayor de los campos de exterminio construido por los nazis, convertido hoy en museo impresionante, se puede leer la conocida frase: «Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla», original de George de Santayana, aunque repetida por muchos. Puede que esta frase resuma perfectamente el por qué se conserva casi intacto un lugar que fue escenario de tanto sufrimiento y cómo se decidió que este terrible lugar fuera declarado Patrimonio la Humanidad por la Unesco.
Otra frase, ésta en alemán «Arbeit macht frei» (El trabajo te hace libre), grabada en un arco metálico a la entrada del campo de concentración exhibe, ya desde el comienzo, el cinismo y la mentira que presidía en aquel momento. La tercera frase que viene a la memoria para recordar Auschwitz no está escrita en ningún pared. Aparece en la puerta del Infierno y es leída por Dante en compañía de Virgilio, en la Divina Comedia: «Abandonad toda esperanza». Esa es la frase que debería presidir la puerta de Auschwitz.
El paseo por el campo hoy centro de peregrinación más que atracción turística y visitado por un millón y medio de personas al año, como el que Dante hace a través del infierno, se va haciendo cada vez más intenso hasta llegar al máximo horror. En los primeros de los antiguos barracones de presos convertidos en museo, se muestran fotografías y mapas que ilustran cómo se llevó a cabo la elección y construcción del campo y su situación «privilegiada» en el centro de la Europa dominada por los nazis. Luego vienen en escaparates con algunos restos encontrados en el campo tras la liberación por el ejército soviético: toneladas de cabello humano que se utilizaban para hacer mantas, miles de gafas y prótesis dentales, cientos de maletas, zapatos y ropa. Hay incluso vitrinas con ropa, juguetes, chupetes y otros accesorios para los bebés…
El final de visita es el llamado «Bloque de la Muerte», que conserva intactas las celdas de castigo y la habitación de los «Juicios», el lugar donde las ejecuciones eran «ejemplares», los crematorios y la cámara gas. Un espectáculo del horror y la degradación humana.
Una historia ejemplar
Pero entre tanta tristeza y dolor, hay historias que levantan el ánimo, en una situación extrema como la que se vivió en Auschwitz (el nombre de la ciudad polaca es en realidad Oswiecim), hubo muchas manifestaciones y heroísmo; incluso la santidad. La mayoría de ellas, sin embargo, se mantienen en el anonimato. Pero una de las histroais que sí se conocen es la del sacerdote franciscano polaco Maksymilian Kolbe. Durante uno de los muchos castigos indiscriminados llevados a cabo por los nazis, fueron seleccionados varios presos para ser ejecutados. Uno de los elegidos fue un compañero de Kolbe, que sabía que tenía varios hijos. El sacerdote franciscano se ofreció voluntariamente para morir en su lugar. Sus carceleros lo condenaron a una de las peores agonías: morir de hambre. Como al cabo de más de una semana aún no había muerto, se le dio una inyección venenosa en el corazón. En el Pabellón de la Muerte se puede ver la celda en la que fue encarcelado. Su compatriota, el Papa Juan Pablo II canonizó a Maksymilian hace unos años. El hombre al que salvó de la muerte fue un testigo clave en su proceso de canonización.
Aunque no hay cifras oficiales, se cree que en Auschwitz, murieron en cinco años entre un millón y medio y tres millones de personas; en algunos días se batía el triste récord de 5.000 ejecuciones. Los primeros en llegar al campo fueron los prisioneros políticos del ejército polaco, pero no tardaron en seguirles miembros de la resistencia, intelectuales, homosexuales, gitanos y judíos.
Por Enrique Sancho