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Unas reflexiones a veces demasiado superficiales respecto al sexo o la religión, pero solo
molestas en una excesiva escena de cama, elogiosas de la educación cultural, y alejadas del
frívolo individualismo hedonista, dominante en tantos países desarrollados.

Varios millones de adolescentes y adultos ya han llorado en todo el mundo con la novela juvenil Bajo la misma estrella, que el estadounidense John Green publicó en enero de 2012, hace solo dos años. Y muchos más lo harán ahora con su adaptación fílmica, dirigida por su compatriota Josh Boone (Un invierno en la playa), que ya lleva recaudados más de 200 millones de dólares en todo el mundo. Se trata de un melodrama sobre adolescentes gravemente enfermos, a veces demasiado sensiblero, superficial e irregular, pero interesante en sus propuestas de fondo y muy bien interpretado.

Hazel Grace Lancaster (Shailene Woodley) es una culta y sensible adolescente de dieciséis años, que padece cáncer de pulmón desde hace tiempo y arrastra a todos lados su inseparable bombona de oxígeno. A pesar de que los médicos han conseguido reducir su tumor y darle unos años más de vida, ella nunca ha dejado de considerarse una enferma terminal. Y alternativamente, ama y soporta a sus padres (Laura Dern y Sam Trammell), que quizás la miman demasiado. En un grupo episcopaliano de apoyo a enfermos de cáncer, Hazel se enamora perdidamente de Gus Waters (Ansel Elgort), un inteligente y mordaz joven de 18 años, al que la enfermedad ya le ha arrebatado una pierna, y que parece igualmente atraído por la chica. A medida que van intimando, Hazel y Gus comparten los temores que acompañan a su estado de salud, además de su amor por los libros, incluido el favorito de Hazel, An Imperial Affliction, de Peter Van Houten (Willem Dafoe), un misterioso escritor que vive retirado en Ámsterdam. Gus intentará que Hazel pueda cumplir su sueño de conocer a Van Houten.

Quizás por ser demasiado fiel al libro en que se basa, esta notable película indie tarda demasiado en entrar en materia, fuerza algunas reacciones de los protagonistas, en sus tramas secundarias resulta esquemática —los padres de Hazel— o difusa —las dos escenas con Van Houten— y alarga sin sentido su lacrimógeno desenlace. En cualquier caso, esos defectos se compensan en gran medida con las sensacionales interpretaciones de la joven pareja protagonistas, la californiana Shailenne Woodley y el neoyorquino Ansel Elgort, ambos componentes del reparto de Divergente —otro taquillazo juvenil—, y ella candidata al Globo de Oro 2012 a la mejor actriz de reparto por Los descendientes. Sus matizadísimas caracterizaciones, plenas de veracidad, subrayan el vitalismo y la personalidad de Hazel y Gus, disimulan sus pasajes menos creíbles y tocan de lleno la fibra sensible del espectador, sobre todo en la conmovedora y angustiosa secuencia en la casa real de Ana Frank.

Además, esas convincentes composiciones dan entidad a las interesantes reflexiones de la película sobre la muerte, el más allá y “un poco de infinitud”, el sentido del sufrimiento, el destino y la providencia, el valor de la familia y el poder transformador del amor “para siempre”. Unas reflexiones a veces demasiado superficiales —por políticamente correctas— respecto al sexo o la religión, pero solo molestas en una excesiva escena de cama, elogiosas de la educación cultural, y alejadas del frívolo individualismo hedonista, dominante en tantos países desarrollados. No es poca cosa, sobre todo si va ilustrada por la emotiva partitura original de Mike Mogis y Nate Walcott, y por una generosa selección de excelentes baladas románticas.

Vía: Foro de la familia

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