“El tiempo de tener a su bebé en brazos, junto al pecho y en la cama es muy corto en relación con la vida total de su hijo. Aun así, el recuerdo de su amor y disponibilidad, duran toda una vida.”- William Sears
Al tener a nuestra primera hija, con mi esposo decidimos criarla según las enseñanzas de Mateo 10: “Tuve hambre y me diste de comer, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me visitaste”. Luego, añadimos nuestros silogismos: necesité tus abrazos y me los diste, quería sentir tus latidos al dormir y me dejaste, lloré sin saber por qué y me consolaste.
En el camino de la crianza es fácil tropezar, sobre todo cuando los consejos suelen ir en direcciones distintas, “que nunca duerma en tu cama”, “es mejor el colecho”; “no lo acostumbres a los brazos”, “necesita de tus brazos”.
¿Educar desde el respeto o malcriar?
Como explica William Sears, pediatra norteamericano, en su difusión sobre la ‘crianza con apego’, educar con respeto es practicar cuidados que hagan que nuestros hijos se sientan amados.
No tengamos miedo de hacer lo que ellos necesitan. Pongámonos en sus zapatos, como un extranjero en un país desconocido; nadie habla tu idioma, desconoces todo, solo quieres el consuelo de alguien querido. Conociendo esto, ¿es posible escatimar nuestras muestras de afecto hacia una personita tan indefensa? ¡Para eso decidimos ser padres!
Antes de enseñarle cualquier cosa a nuestra hija (horarios, dormir, no chuparse los dedos), preocupémonos por el amor. Somos sus padres, y estaremos cuando nos necesite. Porque es de ese amor, como aprenderá amar a Dios, pero sobre todo, a dejarse amar por Él. Es importante que seamos ese pequeño destello, aún imperfecto, del amor gratuito de Dios, un amor que da en abundancia y que protege.
Por: Lorena Sánchez Padilla
Lcda. en Periodismo Internacional
Máster en Matrimonio y Familia