Al inicio de cualquier historia de vida, siempre está una descripción de los personajes entrevistados y para eso le pedimos a cada uno que se presenten y cuenten esta historia
Los protagonistas
Soy Vilma Beatriz Cubillo Cumba, nací el 8 de julio de 1972, tengo 52 años y soy de Guayaquil, específicamente del sur de la ciudad. Me gradué del colegio en 1990, y desde entonces sabía con claridad que quería estudiar en la universidad. Opté por la carrera de Tecnología en Alimentos en el Politécnico, que en ese momento era algo novedoso y prometedor. Siempre me atrajo el ámbito de la ciencia de los alimentos, algo con lo que me sentí profundamente conectada a nivel personal y profesional. Aunque mis padres tenían otros planes para mí —papá quería que estudiara Química y Farmacia y mi mamá Tecnología Médica o Terapia Médica— decidí seguir mi propio camino. Elegí Tecnología porque era una carrera corta que me permitía titularme rápidamente y empezar a trabajar. Así comencé mi incursión en la industria alimentaria. Mi primer trabajo fue desafiante, ya que como mujer enfrenté dificultades en este campo, especialmente debido a los horarios exigentes y a la localización de las fábricas, siempre lejos de la ciudad. Por ejemplo, trabajé siete años en una fábrica ubicada en el kilómetro 24.5 de la Vía a Daule para el grupo Vilaseca. A pesar de las demandas del trabajo, esto me permitió desarrollarme profesionalmente. Después de eso, transité por varias empresas. Durante este tiempo me casé en 2001. Antes del matrimonio, había trabajado un año en una empresa de cacao y luego en el grupo Vilaseca. Luego de algún tiempo y ya casada realicé una maestría en Nutrición en la Universidad Espíritu Santo(UEES).
Yo soy Carlos Eduardo Castro Molestina tengo 60 años y soy arquitecto. Estudié en la Universidad Católica y realicé una maestría en Gerencia y Educación. Mientras estudiaba arquitectura, trabajé en una gran constructora que formaba parte del grupo Bis Alborada, desarrollando proyectos residenciales importantes como las etapas de La Alborada. Luego de graduarme comencé a trabajar de manera independiente antes de vincularme a otra empresa del sector construcción. Sin embargo, con el tiempo cambió totalmente mi rumbo laboral e ingresé al área de administración barrial, gestionando una ciudadela durante ocho años. Fue en ese período que surgió la oportunidad de dar clases, lo cual inicié en el año 2000. Desde entonces, trabajo como docente en diversas universidades de Guayaquil actualmente soy profesor a tiempo completo y director de la carrera de Diseño Interior de la Universidad Católica de Guayaquil.
El Romance
Hay historias de amor que comienzan de forma inesperada y llena de casualidades, y esta parece ser una de ellas. La versión de Vilma empieza así: Todo empezó con un círculo de amigos en común. Una amiga cercana, tecnóloga en alimentos, me presentó a su prima Griselda, cuyo esposo era primo hermano de Carlos. Nos graduamos en el 93, pero seguimos frecuentándonos, saliendo en grupo y disfrutando la juventud. Entre tantas anécdotas, recuerdo que para el año 97 algo curioso ocurrió. Pero Carlos cuenta: Mi primo me llamó un día para decirme que quería presentarme a una amiga suya, casi como si fuese un plan cautelosamente elaborado. Era la tercera vez que mi primo intentaba hacerme de cupido, y aunque inicialmente fue escéptico, cedí a la invitación. Sin embargo, agregó una advertencia: “Ella vive en el sur”, un detalle que en aquel entonces me hacía dudar porque siempre había dicho que una relación con alguien de esa parte de la ciudad, pues yo vivía en urdesa y para esos tiempos era lejos. Finalmente dije que sí. Fuimos a su casa, y entre nervios y bromas, mi primo me empujó a tocar el timbre. No podía negarme después de haber aceptado. Al salir ella, nuestras miradas se encontraron por primera vez y comenzamos a conversar. De qué hablamos exactamente aquella noche es un misterio para mí ahora, pero claramente hubo algo en esa charla ligera que nos conectó.
La primera salida fue descomplicada, pero especial: un restaurante mexicano llamado «Cielito Lindo». Bueno, tal vez no tan espontánea como parecía… “¿Premonición?” pensé más tarde mientras recordaba el nombre del lugar. Después de la comida decidimos seguir charlando en una heladería cercana al parque de Urdesa. En cuestión de minutos, todo parecía alinearse: buena compañía, conversación fluida y ese inesperado sentimiento de estar compartiendo algo único. Para cuando me despedí esa noche –no sin antes asegurarme de pedirle su número– ya tenía claro que quería volver a verla. Aunque los celulares aún no eran parte de nuestra vida cotidiana, no tardé mucho en encontrar una forma de contactarla. Recuerdo haber dejado un recado una vez que no la encontré y cuando me devolvió la llamada pensé: “Esto va por buen camino”.
Poco después concretamos otra cita. Lo curioso es que este encuentro tenía un antecedente más lejano. Mi padre y el suyo se conocían muy bien; mi familia siempre había oído hablar del señor John Cubillo. Esto generó una conexión inesperada cuando visité su casa más adelante y fui recibido por sus padres con gran calidez. Su suegro, nostálgico por el vínculo con mi papá, me trató casi como parte de la familia desde el inicio. Y su madre… bueno, su madre me ganó directamente por el estómago: aquella torta de zapallo marcó una sensación de hogar y cariño que nunca olvidaré. Las siguientes salidas consolidaron nuestro vínculo. Comprendí que no habían sido solo momentos esporádicos ni coincidencias al azar; había algo especial entre nosotros. Mi primo siguió alentándonos mientras nos acompañaba con su esposa en algunas reuniones, y poco a poco, fortalecimos aquello que empezó como una simple presentación entre dos desconocidos, finaliza Carlos.
A veces el amor llega sin avisar y se instala donde menos lo esperas: en un restaurante mexicano, en una heladería o incluso en una cálida noche degustando una torta casera junto a la familia. Así comenzó nuestra historia, una mezcla de casualidades, risas y conexión genuina. Y aunque cada uno tenga su propia versión de los hechos, lo cierto es que todo desembocó en algo maravilloso.
El inicio de la familia
Nos conocimos más o menos en septiembre, así que fue un inicio bastante rápido para nosotros, continúa Carlos contando. Sin embargo, cuando recuerdo con claridad, me doy cuenta de que pasó algo más de tiempo. En el año siguiente ocurrió un fenómeno del niño que nos inundó a todos los seis, y en ese momento todavía no nos habíamos dado el título de pareja. Recuerdo que la situación era terrible; incluso empecé a trabajar en la administración de los seis y, apenas en mi segunda semana, llegó un aguacero que provocó una inundación. El agua me llegaba hasta los pies. Creí que todo se detendría con el invierno, y eventualmente nos casamos en junio. Eso fue, sí, en junio. Entre que le pedí que fuera mi enamorada y nos casamos, pasaron unos dos o tres años. Nos casamos un 9 de junio de 2001 después de esperar un buen tiempo debido a la congelación de los fondos. Había quedado con dinero atrapado en el Banco del Progreso, lo que pude resolver rápido para usarlo mayormente en el departamento. Nuestro noviazgo fue tranquilo y estable. No consideré relevante la diferencia de edad, aunque ella tenía ocho años menos que yo. Cuando decidimos casarnos, cada uno de nosotros ya tenía su vida establecida y trabajábamos. Al principio, no queríamos tener hijos inmediatamente; planeábamos esperar al segundo o tercer año de matrimonio por razones económicas. Sin embargo, cuando finalmente quisimos tener hijos, no fue fácil. Nos enfrentamos a problemas de salud y tratamientos. Ella descubrió un problema de tiroides que podría estar afectando su fertilidad. También tenía trabajos exigentes que requerían cierta estabilidad y demandaban mucho tiempo. Finalmente, cuando me sometí a exámenes médicos, revelaron algunas complicaciones, pero nada insuperable. Con medicación y apoyo médico, había una probabilidad de concebir e incluso la posibilidad de un embarazo múltiple, como gemelos. Finalmente, sucedió lo inesperado: ella quedó embarazada. Recibí la noticia mientras trabajaba en el Jefferson; fue un momento lleno de emociones cuando me llamó para darme los resultados del examen, eran mellizos. Fue un hito en nuestra vida juntos.
hijos
Los hijos
Luego de siete años de espera, finalmente llegaron los hijos para Carlos, de 44 años, y Vilma, de 36, convirtiéndose en padres tras un embarazo complicado que implicó muchos cuidados para Vilma. Este proceso, sin embargo, no solo trajo consigo la alegría de dos nuevos seres al mundo. A los cinco meses de embarazo, Carlos sufrió un infarto causado por la sobrecarga y el estrés en su trabajo como docente en una de las universidades donde laboraba. Valeria y Eduardo nacieron el 11 de septiembre de 2008. Mientras nuestros amigos ya tenían hijos adolescentes de 14 o 18 años, nosotros apenas comenzábamos la crianza. Para Vilma no fue tan complicado adaptarse, pues algunas de sus amigas tenían hijos menores que los suyos, e incluso una prima tuvo hijos casi al mismo tiempo. La situación fue distinta para Carlos, ya que muchos de sus amigos tenían hijos grandes, y eso significaba que cuando llevaban a los pequeños a reuniones sociales, debían regresar temprano, limitando su interacción social. Vilma recuerda que cuando los niños empezaron la escuela enfrentaron una situación curiosa: en el caso de Eduardo, la mayoría de los padres del curso tenían una edad similar a la de ellos, pero en el aula de Valeria predominaban padres mucho más jóvenes. Esto generó algunos desafíos. Como padres primerizos y mayores, teníamos un cuidado especial con nuestros hijos que para algunos padres más jóvenes podía parecer excesivamente conservador. La presión social fue fuerte, pero logramos manejarla. Nuestros hijos lo entendieron con el tiempo; hoy incluso nos agradecen la manera en que los criamos. Ahora los chicos se han adaptado a nuestra rutina, e incluso suelen ser ellos quienes organizan las actividades y salidas familiares los fines de semana. Para Carlos esta diferencia generacional ha influido en la relación con otros padres. Existe respeto mutuo y consideración, pero no se ha llegado a formar amistades cercanas con ellos. Hoy Valeria y Eduardo son adolescentes. Aún no hemos pasado por la etapa de enamoramientos en ninguno de los dos. Ya hemos hablado con ellos sobre nuestras expectativas y les hemos aconsejado priorizar terminar sus estudios secundarios y luego continuar con los universitarios. Queremos que disfruten plenamente esta etapa de sus vidas; habrá tiempo para relaciones amorosas más adelante. Por supuesto, no pretendemos imponerles que vivan tal como lo hicimos nosotros porque sabemos que ahora enfrentan una sociedad completamente distinta. Carlos bromea diciendo que todavía no se siente preparado para asumir el rol de suegro.
Recuadro
Para el Psic. Juan de Dios Serrano Rodríguez el amor entre personas mayores tiene mucho más que ofrecer que la simple intimidad física. Después de los 40, la vida ha tomado nuevos ritmos, y en lugar de buscar la adrenalina de los primeros encuentros, buscamos algo más profundo: una compañía que nos complemente en el viaje, alguien con quien caminar un camino nuevo, a veces a nuestro propio ritmo, otras al ritmo del otro. Una pareja a esta edad no es un simple compañero de vida en términos convencionales; es un aliado con quien compartir el atardecer junto al mar, no solo en el sentido literal, sino como un símbolo de la serenidad y la belleza de una vida compartida. Es la presencia de alguien que entiende el lenguaje no verbal, ese intercambio silencioso que solo dos personas enamoradas y maduras pueden descifrar. La complicidad que se teje en los gestos pequeños, en las charlas intrascendentes pero llenas de sentido. |