En este mundo donde a lo bueno se le llama malo y a lo bueno se lo denomina malo… ¿Por qué casarse para siempre y para toda la vida?
Este es el auténtico sentido que lleva a los enamorados a decidir unir sus vidas para siempre (casarse): no es una imposición, una carga, una cuestión religiosa…
“Si fueras solo la mitad, te sobraría otra mitad, cuesta creer, que eres de verdad, y si fueras para toda la vida, si tú fueras para toda la vida, yo sería la persona más feliz, yo te quiero para toda la vida, yo te quiero para toda la vida, yo sería la persona más feliz”.
Esta es la letra que cantaba una enamorada solista de “El sueño de Morfeo” (del disco “Nos vemos en el camino”, 2007), expresando en su canción lo que vives cuando –de verdad- estás enamorado. Un deseo que llevamos todos en el corazón: que ese amor sea para siempre.
Pero nos han dicho que es imposible, que el amor no dura, que el amor se rompe… Y nos han sumido en la desesperanza, porque nuestro corazón enamorado sigue anhelando que sea para toda la vida.
El matrimonio para toda la vida
Este “para toda la vida” es uno de los elementos del matrimonio, como institución natural. Precisamente porque es un deseo (en el sentido de anhelo de verdad, no de capricho) que está presente en el ser humano.
Pero ha desaparecido en las legislaciones actuales, que llaman “matrimonio” a una unión desprovista de los elementos que siempre la han configurado. Esto, que puede parecer poco importante, tiene unas consecuencias muy serias: las generaciones jóvenes, y las personas que piensan (de buena fe) que lo que dice la ley será que es lo correcto, ya no reconocen ni aceptan la auténtica configuración del matrimonio. ¡Qué pena, la manipulación de las personas buenas que admiten como bueno lo malo que se les va proponiendo mediante las leyes! ¡Y qué responsabilidad la del legislador, por acción y por omisión!
Casados por la Iglesia
Hay una legislación que resiste al invasor, como los galos frente a los romanos, y sigue recogiendo en sus normas la verdad del matrimonio natural: la Iglesia Católica. Que afirma que el matrimonio es indisoluble, es decir, para toda la vida.
Pero, como se ha quedado sola en la defensa de esta verdad, la mayor parte de nuestros contemporáneos creen que la indisolubilidad del matrimonio es una cuestión religiosa, que sólo te afecta si eres católico. Los no creyentes, lo rechazan porque “a mí no me afecta, que no soy católico”; y no entran a considerar si es algo bueno.
Esta confusión (matrimonio para siempre = imposición de la Iglesia Católica, que no se moderniza) impide ver el auténtico sentido y origen del compromiso matrimonial, indisoluble.
Cuando te enamoras para siempre
Cuando te enamoras, lo que experimentas ante la existencia de la otra persona es gratitud: ¡qué bueno que existas! Porque “mi mundo es mejor porque tú estás aquí” (Mikel Erentxun, “Sólo tú”).
El enamorado experimenta este asombro: el encuentro con la persona amada cambia la vida, la hace mejor. En consecuencia, si “mi mundo es mejor porque tú estás aquí”, elijo que estés en mi mundo, mi vida, todos los días: para que siga siendo mejor. Este es el auténtico sentido que lleva a los enamorados a decidir unir sus vidas para siempre: no es una imposición, una carga, una cuestión religiosa…
Es una elección de amor, que sólo nace desde la libertad de ambos: una forma especial de vivir el amor, que han elegido a lo largo de los siglos los verdaderamente enamorados, y que ahora nos presentan como una forma de opresión.
Un matrimonio civil libre y voluntariamente indisoluble
Y aquí las leyes cometen una seria injusticia, porque no ofrecen la posibilidad de elegir un matrimonio civil indisoluble. ¿Por qué una persona no creyente no puede elegir un matrimonio para siempre? Comparto con Enrique García Máiquezla reivindicación de “una ampliación de derechos”: “que la ley civil reconociese un tipo de matrimonio cualificado, voluntariamente indisoluble”.
En definitiva, que se vuelva a incorporar en las legislaciones civiles el concepto natural de matrimonio: “para siempre”.
Este matrimonio natural, y no otro, fue elevado por Cristo a la dignidad de sacramento entre bautizados. Así que, cuando un varón y una mujer bautizados se casan “por la Iglesia”, su unión –que tiene todos los elementos del matrimonio natural-, además es sacramento y hace visible en el mundo el amor de Dios. Un amor que ha prometido estar con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo”.
Escrito por: María Álvarez de las Asturias, vía Aleteia.
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