Desde pequeña supo que nada la haría tan feliz como cocinar. Enfrentar un cáncer la hizo dar un cambio a su vida y regresar a su gran pasión.
Los olores a especies y condimentos que se perciben al ingresar a la cocina son irresistibles. Basta con poner un pie en el taller culinario de Cecilia Viteri, ubicado en Urdesa, para saber que allí se preparan los más deliciosos platillos. Cecilia nos recibe con una gran sonrisa, gesto que la ha acompañado durante toda su vida, incluso en los momentos más difíciles por los que ha transitado.
Dentro de su cocina, una de las actividades favoritas de Cecilia es la repostería.
Un cambio de dirección
Se inició en la cocina cuando tenía cuatro años, y a los siete, ya tuvo su primer cuaderno de recetas. Aunque parecía una gran pasión que la llevaría hacia una carrera universitaria, su elección fue otra. Luego de trabajar en Turismo por muchos años, descubrir que padecía cáncer de seno, la hizo emprender otro rumbo.
“Debía tener un trabajo que disfrutara y no me enfermara, yo me sometía a mucho estrés”, comenta Cecilia. Buscando una cura para su enfermedad, se realizó múltiples tratamientos en Argentina, y allá encontró la señal que la guió hacia su nueva vida. “Vi en un quiosco de revistas unos fascículos que llevaban por título ‘Empresarias desde su casa’. Entre esos había uno que explicaba cómo elaborar conservas. Decidí que me iba a dedicar a eso”, narra.
Formación continua
Cada vez que Cecilia iba a Argentina a realizarse controles de su enfermedad, hacía un curso nuevo. Primero tomó clases particulares de cocina con Cecilia D’Imperio, después asistió a la Escuela de Panadería y Pastelería Marcelo Vallejo, realizó cursos con el famoso cocinero argentino Gato Dumas, y se formó en Izarduy Chacinados. En la actualidad, también posee dos certificados del Institute of Culinary Education de Nueva York.
En 2009, Cecilia emprendió Tamarila, una marca de conservas que marcó su regreso al mundo de la cocina.
Plantearse metas
“Yo creo que con las enfermedades, sobre todo con el cáncer, uno debe ponerse metas a largo plazo. Eso es lo que se llama resiliencia: sacarle provecho a un momento negativo. Y lo aproveché bien, porque me siento con mucha vitalidad”, expresa Cecilia. Esta fue su inspiración para crear Tamarilla, su marca de conservas, que luego se convirtió en un negocio de catering.
Junto a Toba Garret, una de las profesoras del Institute of Culinary Education de Nueva York
Hoy en día, Cecilia es proveedora de alimentos no solo a particulares, sino también a empresas. “Me encanta ver felices a las personas, saber que yo he contribuido para que pasen un rato lindo en una reunión. Cuando hago mis productos, los hago pensando en que los voy a hacer para mi familia”, sostiene. También ha incursionado en capacitaciones culinarias, y próximamente impartirá clases de cocina ecuatoriana en un crucero: “Haremos ceviche, torta de choclo, y arroz con leche. Antes tenía grupos frecuentes, les enseñaba a hacer una comida completa. Como trabajo sola, el tiempo ya no me alcanza. Lucho contra el tiempo. Me gustaría tener más espacios para crear”.
Cocinar y ser feliz
Madre de cuatro hijos y esposa, Cecilia Viteri ha encontrado en la cocina el ambiente perfecto para desarrollarse profesionalmente: camina por la habitación, arregla reposteros, acomoda recipientes y cucharones, enciende la estufa. Este es su espacio y se siente feliz en él. “Mis hijos me preguntaron si no me arrepentía de haber cambiado de actividad, antes era gerente, ahora, a veces me toca cargar las gavetas. Les dije que no. Me alegra estar haciendo algo que me gusta, pienso que lo más importante en la vida es ser feliz. Alguien alguna vez me preguntó que por qué no industrializaba las conservas, le dije que porque no quiero ser rica, quiero ser feliz. Prefiero ser feliz con poco a tener mucho y ser infeliz”, comenta Cecilia.
Por Angélica Lainez Rendón
Periodista