Todo padre que tiene una hija tarde o temprano pasará por aquel momento en el que ella le diga: «papá se me declararon».
Los papás con una hija o varias pueden sentirse más aludidos por este artículo, pero en realidad es una reflexión que -ojalá- sirva a todos los padres con hijos adolescentes. Inevitablemente llegará la época en que sus hijos empiecen a enamorarse, tener pareja, hablar o escribirse por horas con esa persona especial, salir y andar “en el aire” con una sonrisa perpetua.
Tengo amigos con hijas pequeñas que se ponen muy serios cuando les digo que no tardan en pasar por esa experiencia, otros que me han consultado sobre el tema cuando se han enfrentado a la ocasión de lidiar con esa situación por primera vez; también padres que simplemente se niegan a permitir que sus hijos, generalmente niñas, tengan enamorado antes de cierta edad. Todas posiciones muy respetables, cada familia sabe ciertamente lo que más conviene a sus hijos.
Matrimonio y vida en pareja
El matrimonio y la vida en pareja es una de esas cosas -como el ser padres- en que todos coincidimos que nadie te prepara para ello y si revisamos las tasas de fracasos reflejadas en divorcio o la creciente demanda por terapia marital, es indudable que el núcleo de la familia necesita una mirada seria, responsable y de largo plazo. Iniciativas como escuelas para enamorados son loables pero las redes sociales han encontrado un nicho gigante en el coaching en temas de enamoramiento a través de millones de canales dedicados a dar tips y “secretos” para mantener relaciones exitosas, en videos de veinte segundos.
Vale que los padres de familia nos preguntemos hoy si esa es otra área de la formación de nuestros hijos que queremos delegar a terceros. Si queremos que elijan a su pareja con criterio y visión, que estén listos para comprometerse con una vida matrimonial plena y fructífera, si creemos verdaderamente que la familia es la base de la sociedad y, por ende, que de nosotros y ellos depende el futuro de la humanidad, entonces debemos darle más prioridad y atención a este asunto.
Un buen ejemplo para nuestra hija
El primer y mejor aprendizaje viene del ejemplo. En nuestro compromiso diario con ser los mejores esposos, en las muestras consistentes de lo que significa donarnos a nosotros mismos, en la actitud consciente de cómo corregimos y mejoramos, estamos dando lección valiosa a las nuevas generaciones sobre la importancia de vivir la vida en pareja como la más alta vocación.
Cuando nuestros hijos llegan a la edad en que naturalmente sienten atracción, interés y cariño por alguien deberían ya contar con algunas herramientas, más allá de haber sido testigos de lo que debe ser un matrimonio, sino además consejos concretos producto de conversaciones profundas sobre el amor, la complementariedad y el compromiso.
¿Cómo eliges a tus amigos? ¿Qué valores e intereses comunes buscas en los demás? ¿A quién decides dedicarle más tiempo? ¿Qué implica darle acceso a tu vida y tu corazón a una persona especial? ¿Cómo distinguir las emociones y sentimientos que alguien te provoca? ¿Qué significa entrar en una relación con responsabilidad? ¿Cómo lidiar con las tentaciones y el desengaño?
Nada más claro y genuino que nuestro propio testimonio, tanto los aciertos como los errores; compartir las dudas, angustias o miedos que sentimos a esa edad nos acerca a la realidad que ellos están atravesando. Saber escucharlos con paciencia y respeto es esencial, preguntar sólo lo suficiente creando un ambiente de confianza. Reconocer los aspectos emotivos del amor de pareja (las maripositas en el estómago) en el contexto aterrizado a la cultura del mundo y de las debilidades humanas los ayuda a identificar los riesgos y problemas más comunes.
Probablemente no sea una conversación sencilla ni se consiga abarcar todo en una sola charla, la confianza se construye con tiempo hasta llegar al momento en que te cuenten “se me declaró tal persona” o “me le declaré a tal otra” o “me gusta X“. No esperemos hasta entonces para pensar qué responder, meditemos oportunamente nuestra reacción y dos o tres ideas que queremos transmitir cuando suceda, siempre escuchando primero y con atención.
El valor de la afectividad
Todos nos hemos sentido enamorados a esa edad, hemos perdido el sueño, sudado frío y tenido la impresión de que flotábamos, todos hemos creído que ese era el amor de nuestra vida, todos hemos alimentado ilusiones y disfrutado la convicción de haber encontrado a nuestra media naranja en la secundaria. Y quizás no pensamos en contárselo primero a nuestros padres o buscar consejo en ellos. Ahora estamos en la posición de cambiar esa historia, preparando el terreno anticipadamente.
Cualquiera sea su decisión sobre la edad y las condiciones bajo las cuales sus hijos pueden iniciar una vida romántica, creen una atmósfera de confianza que promueva la comunicación y no el ocultamiento por miedo o vergüenza, planeen reflexiva y anticipadamente los límites que impondrán y no huyan a los temas sensibles sobre conducta y moral. Recuérdenles cuánto los aman y cómo sus consejos, bien como las reglas, provienen del amor y apuntan solamente al beneficio de ellos.
La afectividad es un área de gran importancia en la vida del ser humano, informa otras áreas y comportamientos, sustenta o justifica decisiones no sólo en el campo personal pero, a veces, social, académico y profesional. Aprender a amar y ser amado es un proceso continuo que inicia en el modelo del Amor perfecto, se refleja en el modelo del amor entre los padres y se ejercita en lo cotidiano con la guía y el respaldo de la familia.
Escrito por: Pablo Moysam D. Twitter: @pmoysam Spotify: Medio a Medias.
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