Busqué en la literatura, la filosofía e ideologías como el comunismo ¡y yo seguía vacío! Me fui contagiando de ideas liberales y marxistas. Llegué al ateísmo, rechazando todo aquello que me recordase a Dios. Veíamos a la religión como “el opio del pueblo”.
Nací en Austria en el seno de una familia muy católica. Mis padres aman al Señor y a la Virgen María. Yo participé de ese amor desde muy pequeño. Por mis estudios, tuve que dejar mi casa y poco a poco fui cayendo en las manos del “mundo”, empezando a beber con mis amigos en bares o en sus casas. Esto debilitó mi fe.
Busqué en la literatura, la filosofía y en ideologías como el comunismo pero ¡yo seguía vacío! Me fui contagiando de ideas liberales y marxistas. Llegué al ateísmo, y rechacé todo aquello lo que me recordase a Dios. La religión era “el opio del pueblo”.
Llegó el momento del servicio militar en Austria. Allí trabajé con marginados y me vi reflejado en ellos, pero luego caí enfermo, creí que me moría. Volví a casa y mis padres me acogieron como al hijo pródigo, solo me mostraron amor.
El llamado de Dios
El día de Navidad, estaba yo en cama escuchando la radio, cuando mi madre entró en mi habitación y me dijo: “Cambia de emisora porque el Papa (Juan Pablo II) va a dar la bendición de Navidad”. Y contesté: “¡El Papa!, no lo conozco, ni lo amo, y tampoco lo quiero escuchar”. Mi madre sonrió, cambió el canal y salió. Yo lo volví a cambiar pero la emisora que conecté también retransmitía el discurso del Papa. Aburrido, me di la vuelta y lo dejé. Oía los gritos de los jóvenes, el Papa saludaba. Eso me impresionaba y terminé por escuchar.
Todo esto me cuestionó y no lograba entenderlo. Me preguntaba:¿Pero qué es eso, qué me pasa?, ¿Quién es este hombre? ¿Qué fuerza tiene? Fue entonces cuando tuve la certeza de la existencia de Dios. Me di cuenta de que la vida desordenada que llevaba y que, a pesar de eso, Él me amaba.
Seguramente mi madre se dio cuenta de que algo me pasaba. Me invitaba a rezar el rosario, me hablaba de la Virgen, me decía que la acompañara a la iglesia… Yo era feliz.
Durante la Semana Santa, mi madre me convenció para hacer ejercicios espirituales. El sábado Santo, mientras los sacerdotes estaban confesando yo me decía: “Dios mío y yo, ¿qué hago ahora?” Hacía seis años aproximadamente que no me confesaba y me daba miedo y vergüenza. Sin embargo, algo en mi interior me decía que tenía que hacerlo. Lo hice y sentí una gran alegría. No dejaba de sonreir.
El viaje a México que nunca se dio
Me preparé para viajar a México, pero antes viajé a España para aprender el idioma. Nunca llegué a México. Cuando hice los ejercicios espirituales, un hermano de la comunidad de San Juan me dio una dirección de Toledo, la de los Siervos de los Pobres del Tercer Mundo. Hacia allá me dirigí, pero no pudieron atenderme, así que me fui a Cuenca (España), al Monasterio en Priego. Llegué al pueblo de Priego justo cuando se iba a celebrar la santa misa en la parroquia y me quedé a oírla. Allí estaban las Siervas del Hogar vestidas de blanco. Me sorprendió que todas eran jóvenes. El párroco me ofreció alojamiento durante una semana en la casa parroquial.
El día del Carmen, estaba yo de rodillas, rezando en la Iglesia. Alguien me tocó el hombro y me dijo: “¿Eres tú el chico que quiere ser sacerdote?” Yo me quedé pasmado y contesté: “¡No!” Él me dijo con una sonrisa: “Ahora tengo que prepararme para la ceremonia, después en el monasterio tendremos una fiesta, sube y hablaremos”.
Resultó ser el Padre Rafael, Fundador del Hogar de la Madre. Él me preguntó qué hacía en ese lugar y yo le conté el proyecto que tenía: aprender español, rezar y trabajar para tener comida y cama.
Al final del verano el P. Rafael me dijo que si queríaquedarme podía unirme a la comunidad de estudiantes en Burgos. Para mí esto suponía una decisión muy grande, porque intuía que detrás podría haber una vocación al sacerdocio y eso me asustaba. Pregunté al P. Juan qué creía y me contestó que no debería darle tantas vueltas y que lo echase al azar con una moneda. Tiré la moneda al aire y me salió que debía ir a Burgos. No contento con el resultado hice que el P. Félix la lanzara por mi y volvió a salir en mi “contra”. Ya muy nervioso, tiré la moneda una última vez. Terminé yendo a Burgos.
El día de la fiesta de la Inmaculada Concepción, le dije a Santa Teresita del Niño Jesús que si aparecían tres rosas en la capilla antes de finalizar el día, yo diría que sí al sacerdocio. Esa tarde, antes de la Misa, allí estaban las rosas a los pies de la Virgen. Me quedé en shock, pero todavía no me rendí.
En mi corazón tomé la resolución firme de no entrar en la comunidad, a no ser que el P. Félix se acercara a mí para decírmelo. Él es un hombre reservado y prudente; normalmente no hace una cosa así. Días antes de Navidad me dijo: “¿Por qué no te afeitas la barba y se la ofreces al Niño Jesús, y te entregas a la Virgen el primer día de enero, Solemnidad de Santa María, Madre de Dios?”
Después me contó que aunque no suele decir cosas como esta, era como si yo tuviera un cartel puesto en la frente que dijera: “esta es mi vocación”.
Al fin me rendí, dije que sí. Y experimenté otra vez esa alegría. Alegría que compartí con mis padres en España para mi entrada en la comunidad, y de nuevo el verano siguiente para mi entrada al noviciado. Vinieron también para mis votos perpetuos el 8 de septiembre de 2008 y para mi ordenación sacerdotal en septiembre de 2009. Los días más felices de mi vida hasta ahora, aunque sé que todavía quedan muchos más por venir.
¡Doy gracias a Dios, a Nuestra Madre del Cielo y a mis padres por todo ello!
Por: P. Reinhard Fuchsluger
Sacerdote, párroco de la Iglesia de
Ntra. Señora de Loreto de Guayaquil