Los cementerios del país estarán llenos de personas que van a visitar a sus familiares que han partido. Muchas tradiciones están metidas en lo más profundo de la gente convirtiéndose en verdaderas tradiciones.
Sin lugar a duda no faltarán las flores, alimentos, música, velas, una mano de pintura. Tampoco faltarán las lágrimas en los rostros de muchos. Pero lo que no debe faltar son las oraciones y la celebración de la Eucaristía en la que ponemos en el corazón de un Dios de la Vida a ellos y le damos gracias por lo que han significado y nos han dado a cada uno de nosotros.
La “cultura de la muerte” está metida en todos y como que a veces nos gusta sufrir y llorar.
Creo que somos un pueblo que celebra la muerte y se queda en ella. No solamente aquí en el Ecuador, sino también en otros lugares, de manera especial en México y Bolivia. Como que la “cultura de la muerte” está metida en todos y como que a veces nos gusta sufrir y llorar.
Cuesta mucho dar el paso hacia la celebración de la vida. Como cristianos, siempre lo repito, no podemos quedarnos en la muerte. Nuestra fe nos lleva a dar un paso, uno muy importante, y es el paso hacia la vida. Sabemos que la muerte no es el final del camino y que la muerte no triunfa porque Cristo la ha vencido y su resurrección es la esperanza de nuestra propia resurrección. Su sepulcro está vacío, Él vive y nuestra fe es en un Dios que vive y no en un Dios que está muerto.
No lloremos hoy, levantemos los ojos y sabremos que ha vencido la vida. Recordemos a quienes amamos y ya no están con nosotros físicamente pero sí de una manera diferente. Que sea celebración de vida. Que sea celebración de presencia, no de ausencia. Que sea celebración de alegría, no de tristeza. Digamos gracias al Señor por todo lo que ellos supieron darnos a manos llenas, sobre todo el amor que nos brindaron.
En la patena de mi Eucaristía diré gracias y recordaré a mis familiares y amigos que están con Dios, de manera especial a mi madre.
Por Mons. Alfredo Espinoza Mateus, sdb.
