Para ser madre de una adolescente requiere que primero estemos contentas con nosotras mismas.
En una reunión de colegas conversábamos sobre las dificultades de la paternidad y la maternidad de las adolescentes. Durante la conversación escuché una frase crucial: “Es importante reconocer que la función materna es inagotable, no está definida, siempre va a quedar algo que no hicimos”.
Luego de esta verdad descubierta, que se conectaba perfectamente con mi sentimiento de culpa materna, éste que las madres conocemos bien de “siempre querer hacer algo más”, me quedé escuchando y debatiendo: “¿Cómo así es inagotable la función materna, cómo así no está definida, cómo así se queda ese algo sin hacer?” La explicación -de quien condujo el grupo- comenzó a hacer referencia a la cantidad de cosas que se ofrecen ahora para lograr ese modelo de madre ejemplar.
Luego, una mamá de adolescente cuestionó algo más: “Si es de por sí inacabable esto de ser mamá, entonces ¿es normal que la maternidad de una hija adolescente sea más difícil que la del hijo adolescente? Es que yo no sé por qué me cuesta tanto lidiar con ella, para mí, el asunto va del lado de ser dos mujeres”.
Esto motivó la lectura del tema, frente a lo cual descubrimos que ser mamá de una mujer requiere un trabajo diferente al de ser mamá de un hombre. Para guiar a la niña en el camino de la feminidad -que es importante y tiene que ver con la plenitud humana- debe haber una mamá que disfrute de ser mujer, estar bien consigo misma y con la vida que lleva, que tenga la habilidad de dejarle ponerse un short para una reunión y convencerla, por ejemplo, que no es lo mismo ponérselo para el teatro, a pesar de la moda.
Cuando salgan a flote los temas no resueltos de la mujer-mamá, se toparán con los de la mujer-hija: serán dos chicas peleando.
Para ser madre de una adolescente se debe tener la habilidad de verla más grande al entrar a esa etapa. Solo así podremos considerarla en alguna ocasión -como comprar ropa- como una compañera a quien ayudar a escoger, a quien ayudar a lucir bella, respetando su edad y dejándola, en la plena adolescencia, brillar más que la propia mamá. Una mamá sana respetará el brillo de su hija, sabrá que para eso la tuvo, para entregarla al mundo haciéndose responsable de su belleza, de su cuerpo, cuidando de él y usándolo apropiadamente.
Una mamá no saludable, la culpabilizará por ese brillo, la hará sentirse inútil de cuidarse por sí misma, la hará querer esconderse o mostrarse tanto que deje de ser atractiva para ser común. Es ese equilibrio que la mamá necesita en sí misma, para ayudar y dejar crecer a esa niña que se convierte en mujer. Es necesario resaltar que este punto dirige la maternidad durante los 13, 14 y 15 años. Esa etapa es la responsable de las peleas más álgidas, porque cuando salgan a flote los temas no resueltos de la mujer-mamá, se toparán con los temas de la mujer-hija y serán dos chicas peleando.
¿Cuántas de ustedes lectoras se han dado el tiempo de festejar su feminidad?, ¿cuántas se sienten seguras de ser mujer?, ¿cuántas quisieron una hija?, ¿cuántas festejan haber tenido una hija? Estas son preguntas importantes a hacerse en un mes en el que festejamos ser madre…
También les dejo otras: ¿Cuántas veces me he tomado un tiempo para felicitarme por lo bien que lo hago?, ¿cuántas veces al ver reír a mis hijos reconozco mi propia risa?
La maternidad es un trabajo que solo es valorado, cuando la propia mamá lo valora, le da un espacio y lo reconoce como un rol eje en su vida. Así que festéjense hoy y a seguir aprendiendo siempre.
Por Ma. del Carmen Rodrigo |