Es difícil plasmar en pocas palabras todos los sentimientos que este viaje dejó. Fue el más especial de mi vida.
Creo que toda persona en algún momento sueña con conocer el mundo, viajar y salir de su zona de confort. Algunos prefieren destinos más aventureros como India, otros en cambio, buscan lugaresmás comunes como Estados Unidos, y también están aquellos que eligen empezar por lo más cercano: su propio país. En mi caso, el sueño de toda mi vida era visitar Europa y vivir en carne propia el romanticismo que este continente me trasmitía a través de documentales o los libros de historia. Ese sueño se hizo realidad.
Fue una noticia inesperada pero llena de sorpresas, no solamente estaba cumpliendo mi sueño, sino que viajaría con mis amigas y sobre todo iría a cumplir una misión importante: sellar mi Alianza de Amor con María que, en el movimiento apostólico de Schoenstatt, al cual pertenezco, simboliza un intercambio de corazones, bienes e intereses con Ella. Tal vez no todo el mundo lo entiende, el asunto es que para mí este viaje era demasiado importante.
Íbamos un grupo grande de chicas a un lugar completamente nuevo y extraño para muchas. Nuestros padres se aseguraron de capacitarnos y darnos los tips necesarios para sobrevivir los 22 días que duraría nuestra travesía. Pero en realidad ningún entrenamiento es suficiente porque nada prepara para las 13 horas vuelo, el jet-lag por el cambio de horario y el cansancio por dormir en sleeping bags.
¡Empezó la aventura!
Francia fue el primer destino y Paris la primera ciudad visitada. Recuerdo haberme emocionado al ver por primera vez la Torre Eiffel y pensar: “¡es increíble que esté aquí!”.
Recorrer Paris en todo un día fue misión imposible porque partiríamos al día siguiente a Cambrai, al norte de Francia. Sin embargo, bastaron 12 horas para visitar el Museo de Louvre, ver la Mona Lisa y otras obras que recuerdo haber estudiado en la clase de Historia del Arte; tomar 273 fotos cerca, debajo y dentro de la Torre Eiffel; ver 34 puentes de las artes, esos en donde las parejas colocan candados como muestras de amor eterno; entrar a la Catedral de Notre Dame y comerme 4 de los deliciosos y tan famosos crepes de Paris.
En Cambrai, lo más especial de la visita fue conocer mi primer Santuario de Schoenstatt Internacional. También visitamos la pequeña ciudad de Lisieux, hogar de Santa Teresita de Jesús.
Subiendo en el mapa, el segundo país fue Alemania. Fue un viaje extenso de 20 horas en bus, solo nos deteníamos en estaciones de servicio para que nosotras y Andrea, el chofer, descansemos.
En tierras germanas visitamos Múnich, Gymnich, Coblenza y el Valle de Schoenstatt, lugar donde sellé la Alianza de Amor.
Lo más impresionante de este trayecto fue la visita al campo de concentración de Dachau. Éste fue el primero que se construyó, y que además sirvió de modelo para el resto de campos de concentración que se crearon posteriormente en Alemania y sus países vecinos.
Actualmente, es un museo conmemorativo que muestra todo el horror que se vivió allí, a través de textos explicativos, antiguos objetos, fotografías y testimonios. Es imposible salir con una actitud indiferente de aquel lugar.
Pero mi ciudad favorita fue Roma y no solo por su gastronomía. Esta ciudad encierra tanta historia que apasiona. Conocí el Panteón, la Fontana de Trevi (a pesar de que no tenía agua porque estaba en mantenimiento), el Coliseo Romano, las Ruinas, muchas Iglesias, basílicas, capillas, catacumbas, la Escalera Santa, considerada como un ícono de veneración, y por algunos como el lugar más santo de Roma y del mundo.
Ésta es por la que Jesús de Nazaret subió en Viernes Santo al palacio para ser juzgado. Es por eso que miles de peregrinos devotamente suben de rodillas cada día como ejercicio penitencial en un momento de recogimiento y oración.
En Roma, además, tuvimos la oportunidad de recibir Misa en la Basílica de San Pedro y participar de la audiencia con el Papa Francisco.
Es muy difícil plasmar en pocas palabras todas las vivencias y sentimientos que este viaje trajo consigo. Pero sin duda se convirtió en el más especial de mi vida.
El cansancio, la comida y la constantes perdidas valieron la pena porque definitivamente es algo que no se repetirá.
Disfruté ir con mis amigas y recolectar memorias que no solo quedaron plasmadas en fotografías sino que hasta el día de hoy nos acompañan en las conversaciones rutinarias. Ahora sueño con volver y terminar de conocer el continente para crear más momentos inolvidables.
Por: Ma. de Lourdes Parrales
Facultad de Comunicación UEES