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En las dificultades Puedo elegir el fracaso como estilo de vida, echar la culpa a los otros y vivir con miedo… o puedo confiar.

Hace mal tiempo, llueve. Tengo frío. Me encuentro mal. No he podido dormir nada. Estoy cansado de tanto esfuerzo. Demasiado viento. Mucho calor, no lo aguanto. Mucha gente y muy exigente. Me piden más de lo que puedo dar. Se me acaban las fuerzas. Las fechas que tengo no me sirven. Me falta tiempo para lograr todo lo que se me presenta como un desafío.

Son frases que se deslizan en el alma y hacen que el corazón se enfríe, se queme, se apague.

Son frases que me sirven de excusa, de justificación, de defensa frente a un posible fracaso o abandono.

Puedo justificarme, explicar las razones de mi abandono. No fui capaz, no me sentía con el coraje suficiente.

Es como si siempre algo fuera de mí bastara para no conseguir las metas marcadas, ni hacer realidad los sueños que habían brotado dentro del alma. El otro día leía:

«El dalai lama lo expresó muy bien en la siguiente frase: Quien no considera la adversidad como algo natural, acaba buscando culpables».

Toni Nadal Homar, Todo se puede entrenar (Alienta)

 

 

Actitud

La adversidad forma parte de la vida. Los imprevistos, los contratiempos, las circunstancias adversas, hostiles…

Está claro no siempre hará el tiempo que deseo. No siempre los demás me harán fácil la vida y permitirán mi victoria. No siempre tendré fuerzas para lograr lo que quiero.

Puedo entonces empezar a buscar culpables fuera de mí. Esa actitud es el deporte más antiguo de los hombres. Desde siempre lo ha hecho y hoy lo sigue haciendo.

Yo mismo me justifico y encuentro fácilmente culpables cuando las cosas no marchan bien. Seguro que encuentro a alguien que cargue con la responsabilidad que yo no quiero asumir.

La historia de cada persona marca

Los demás no siempre me van a tratar como yo me lo merezco. Y además, ¿por qué me merezco ser tratado de una cierta manera?

Los demás, igual que yo, se comportan respondiendo a su herida. Actúan movidos por su carencia. Responden desde sus experiencias pasadas.

Siento que tengo en el alma una historia grabada. Y al leer los pasos nuevos hay un eco que me lleva sin quererlo a escenas de un pasado remoto, casi olvidado.

No recuerdo todo, pero sí los sentimientos brotan como la primera vez. Es curioso el corazón humano que no olvida fácilmente.

Hay un lugar en el alma en el que las vivencias dolorosas, negativas, han quedado grabadas para siempre de forma indeleble.

 

 

Seguir luchando

Sé que lo sufrido es parte de mi equipaje y no puedo renunciar a lo que he vivido. Tampoco lo deseo porque la vida me ha hecho quien soy ahora.

¿Cómo sería yo si no tuviera la forma de las heridas que llevo marcadas en la piel del alma?

Quiero estar orgulloso del que hoy habla, mira, escucha, ama en este mundo. En el momento que hoy me toca vivir.

Ya no puedo desandar el camino andado como para cambiar decisiones que me hicieron daño. No lo quiero, no me hace falta.

Sólo necesito cambiar mi forma de entender la vida, mis pasos. No estoy condenado a fracasar. No es imposible hacer las cosas mejor cada día.

Depende de mi mirada, de mi corazón. Por eso decido no desesperarme ni dejar de actuar, de luchar como hasta ahora. Me gusta la frase de Martin Luther King:

«Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un manzano».

Toni Nadal Homar, Todo se puede entrenar (Alienta)
Plantaría un manzano, comenzaría una conversación, daría un abrazo, tomaría una decisión definitiva, daría un paso por acercarme a un desconocido, pondría la primera piedra de una nueva casa, escribiría la primera página de un nuevo libro, soñaría un nuevo sueño inalcanzable, surcaría las primeras millas de un mar nuevo y abierto.

No tendría miedo. No dejaría de hacer lo que pensaba hacer por el hecho de pensar que el mundo se acabaría mañana.

Al contrario. Amaría con más fuerza, con más energía, con más ganas. Y no me excusaría en lo inevitable, en las duras circunstancias que me impiden avanzar.

 

 

Siempre habrá dificultades

Siempre habrá algo en mal estado en el camino que piso. Algo que entorpezca mis pasos y me complique la vida. Siempre alguien no sabrá cómo tratarme y me hará daño, me difamará, no me entenderá. Puede ser.

Pero no me desanimaré ni le echaré la culpa a los demás de mi malestar.

Puede que la vida no dé los frutos esperados después de haber sembrado mil semillas y haberme esforzado por un resultado que nunca llega, puede ser.

No puedo decidir cuándo sale el sol ni cuándo sube o baja la marea. No puedo alejar las tormentas, ni sé cómo cambiar los tiempos que vivo.

Sólo puedo adaptarme a la fuerza de las olas y navegar dejando que los vientos hinchen mis velas a su antojo.

Puedo abandonar con buenas excusas ya cerca de la meta. Puedo elegir el fracaso como estilo de vida y echarle la culpa a los otros, cuando soy yo el único responsable.

Dios se ocupa

Puedo vivir con miedo porque nada está asegurado. O puedo confiar en ese Dios que camina a mi lado.

Sé que Dios no va a despejarme nunca los caminos. Sé que no va a hacerme fácil la pelea, no va a apartar lejos de mí a esas personas molestas, no va a mostrarme el cielo abierto para que viva sin miedo.

El Dios en el que creo es ese que me ama con locura. Y sé que simplemente se coloca a la altura de mis ojos, me mira conmovido y camina a mi ritmo.

No acelera su paso para que lo siga. No va más lento para que lo espere. Justamente está a mi lado para sostenerme cuando caiga, para animarme cuando pierda la alegría.

Ese Dios en el que creo es el que me ama como soy y me cuida, para que no me desespere.

 

 

Escrito por: Carlos Padilla Esteban, vía Aleteia.

 

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