Compartir:

La fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, se celebra en toda la Iglesia Católica el 15 de agosto. Esta fiesta tiene un doble objetivo: La feliz partida de María de esta vida y la asunción de su cuerpo al cielo.

Este Dogma fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950. La fiesta de la Asunción es “la fiesta de María”, la más solemne de las fiestas que la Iglesia Católica celebra en su honor. Este día festejamos todos los misterios de su vida.

La Asunción es un mensaje de esperanza que nos hace pensar en la dicha de alcanzar el Cielo, la gloria de Dios y en la alegría de tener una madre que ha alcanzado la meta a la que nosotros caminamos. Este día, recordamos que María es una obra maravillosa de Dios, concebida sin pecado original. El cuerpo de María estuvo siempre libre de pecado, era totalmente pura. Su alma nunca se corrompió. Su cuerpo nunca fue manchado por el pecado, fue siempre un templo santo e inmaculado.

También, tenemos presente a Cristo por todas las gracias que derramó sobre su Madre María y cómo ella supo responder a éstas. Ella alcanzó la Gloria de Dios por la vivencia de las virtudes. Se coronó con estas virtudes.

Las virtudes de María

La maternidad divina de María fue el mayor milagro y la fuente de su grandeza, pero Dios no coronó a María por su sola maternidad, sino por sus virtudes: su caridad, humildad, pureza, paciencia, mansedumbre, su perfecto homenaje de adoración, amor, alabanza y agradecimiento.

En la Tierra todos queremos llegar a Dios y en esto trabajamos todos los días. Esta es nuestra esperanza y María ya ha alcanzado esto. Lo que ella ha alcanzado nos anima a nosotros. Lo que ella posee nos sirve de esperanza. María tuvo una enorme confianza en Dios y su corazón lo tenía lleno de Dios. Por lo que vivió con una inmensa paz porque residía en Dios, porque cumplió a la perfección con su voluntad durante toda su vida. Esto es lo que la llevó a gozar en la gloria de Dios.

María es nuestra Madre del Cielo y estará dispuesta siempre a ayudarnos en todo lo que le pidamos.

 

Vía: Catholic.net

Compartir: