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Recordemos las palabras del Papa, en su catequesis del 6 junio del 2013. Ahí recordó que esa fecha estaba dedicada por Naciones Unidas al Día Mundial del Medio ambiente.

Tomando pie de esto, el Santo Padre habló de la necesidad de cuidar la creación y, al mismo tiempo, de no derrochar y desperdiciar los alimentos que tantas personas necesitan. Esta solidaridad se basa en la unión existente entre la ecología ambiental y la humana.

Cuidar el medio ambiente y las relaciones humanas

Francisco expresó que “cultivar y cuidar la creación es una indicación de Dios dada no solo al principio de la historia, sino a cada uno de nosotros; es parte de su proyecto; significa hacer crecer el mundo con responsabilidad, transformarlo para que sea un jardín, un lugar habitable para todos. Y Benedicto XVI ha recordado en varias ocasiones que esta tarea, confiada a nosotros por Dios Creador, requiere que se capte el ritmo y la lógica de la creación. Nosotros, en cambio, a menudo llevados por la soberbia del dominio, del poseer, de manipular, de explotar (…) no ‘custodiamos la creación’, no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que debemos cuidar (…) ¿Por qué sucede esto? Porque pensamos y vivimos de una manera horizontal, nos hemos alejado de Dios, no leemos sus signos”.

“Cultivar y cuidar incluye no sólo la relación entre nosotros y el medio ambiente, sino que comprende también las relaciones humanas”

El cuidado por el medio ambiente tiene que llevar, en primer lugar, a mejorar las relaciones humanas: “cultivar y cuidar incluye no solo la relación entre nosotros y el medio ambiente, entre el hombre y la creación, sino que comprende también las relaciones humanas. Los Papas han hablado de ecología humana, estrechamente vinculada a la ecología ambiental. Estamos viviendo un momento de crisis; lo vemos en el ambiente, pero sobre todo lo vemos en el hombre. ¡La persona humana está en peligro! (…) Y el peligro es grave porque la causa del problema no es superficial, sino profunda: no es solo una cuestión de economía, sino de ética y de antropología (…) El que manda hoy no es el hombre, es el dinero (…) Dios, nuestro Padre ha dado la tarea de custodiar la tierra, no el dinero”.

Hemos de custodiar “a los hombres y las mujeres. Tenemos este deber. Sin embargo, hombres y mujeres son sacrificados a los ídolos de la ganancia y del consumo: es ‘la cultura del descarte’. Si se estropea un ordenador es una tragedia, pero la pobreza, las necesidades y los dramas de tantas personas acaban entrando en la normalidad (…) De este modo, las personas son descartables, nosotros las personas somos descartables, como desechos (…)”.

La “cultura del descarte” lleva a prescindir de los pobres, del niño que aún no ha nacido o de los ancianos que ya no son necesarios

La cultura del descarte

El Papa insistió en que valorar la dignidad de toda vida humana y evitar el despilfarro puede satisfacer las necesidades de todos “La vida humana, la persona, ya no se perciben como un valor primordial que ha de ser respetado y protegido, especialmente si son pobres o discapacitados, si aún no sirve –como el niño que está por nacer– o ya no es necesario –como los ancianos. Esta cultura del descarte nos ha hecho insensibles incluso a los desperdicios, a los residuos de los alimentos, lo que es aún más despreciable cuando en todo el mundo, por desgracia, muchas personas y familias sufren hambre y desnutrición (…) ¡Recordemos bien, sin embargo, que la comida que se tira es como si fuera robada de la mesa de los pobres y de los hambrientos! Invito a todos a reflexionar sobre el problema del desperdicio y del derroche de los alimentos y buscar los medios que, abordando seriamente esta problemática, sean un vehículo de solidaridad y de compartir con los más necesitados”.

“Hace unos días, en la fiesta del Corpus Christi, hemos leído la historia del milagro de los panes: Jesús da de comer a la multitud con cinco panes y dos peces. Y la conclusión del pasaje es importante: ‘Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas’. (Lc 9:17) ¡Jesús pide a sus discípulos que no se pierda nada: que no haya desperdicios! Y hay este hecho de las doce cestas: ¿Por qué doce? ¿Qué quiere decir esto? Doce es el número de las tribus de Israel, simbólicamente representa a todo el pueblo. Y esto nos explica que cuando la comida se comparte de manera justa, solidaria, no se priva a nadie de lo necesario, cada comunidad puede satisfacer las necesidades de los más pobres. La ecología humana y la ecología ambiental caminan juntas”.

Vía Aceprensa

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