Cada minuto que pasa una nueva víctima ingresa al hueco del efecto del porno.
Ahí estaba yo aturdido, nervioso, solo, desequilibrado, adicto, en secreto. Sin duda alguna había un rostro que le mostraba a todos y otro que solo yo conocía en la soledad de mi habitación. Uno que cuando terminaba de saciarme (o dicho de otra manera atragantarme) de la voracidad del componente visual y auditivo que tanto “me gustaba”, siempre aparecía la firme decisión de no volver hacerlo. Algunas veces me permitía pensar cosas como “es la última vez que lo hago” o “no es tan malo si solo veo…” excusándome bajo el argumento de que “es normal y que todo el mundo lo hace”.
Secretos que causan daño
Cuanto tenía 10 años, solo en el cuarto, lo vi por primera vez en el nuevo PC que mi madre había comprado. Nunca pensé en lo grave que sería ese primer encuentro. Este, después se convirtió en una constante que creía que controlaba, pero me había atrapado.
Aunque se empieza con poco, sientes que con lo primero que encuentras es suficiente. Luego de un tiempo tu elección se vuelve más “exquisita”, llevándote a abrir tantas ventanas del navegador de Internet como necesites. Los momentos para consumir pornografía pasan de corto y esporádicos a grandes jornadas de excesivos banquetes que terminan debilitándote.
Un menú de degustación
La gran industria del porno de un tiempo a otro ha tenido que cambiar sus producciones hasta el punto de ir dando a los consumidores material para satisfacer sus gustos y necesidades como si se tratara de escoger una deliciosa pizza.
Por otro lado, la hipersexualización de nuestra sociedad junto con el uso de las TIC contribuyen de forma significativa a un aumento del efecto que el porno tiene sobre todos. Donde niños, jóvenes y adultos, estamos atrapados; encontrándonos con contenidos expresamente sexuales en la televisión, publicidad, redes sociales, Internet, aún sin buscarlo.
Consecuencias de los excesos
Pornografía se llama al nuevo gurú del sexo que nuestros adolescentes toman como referencia para construir ideas distorsionadas de la sexualidad. No quiero ni hablar de las consecuencias gravísimas y disfuncionales que el efecto porno produce en el cerebro que, aun por experiencia propia, conozco de sobra. Una y otra vez tenía un rostro que solo conocía cuando estaba en el secreto de mi habitación, cuando nadie me veía, cuando ningún adulto me cuidaba, donde también trataba de llenar mis necesidades profundas insatisfechas.
Mi experiencia de sanación y la que he conocido de otras personas que acompaño, me ha mostrado que la pornografía manifiesta una completa distorsión de la persona, del sexo y la sexualidad. Ahora me pregunto, ¿por qué sentía que me “saciaba” cuando en realidad me lastimaba? Cuando sólo me compensaba con imágenes sexualmente grotescas, ¿cómo se podría pensar que es normal?
Aunque este cúmulo parece que nos alcanzara, las buenas noticias son que aún tenemos el poder: para estar atentos y que no atrape a nadie más.
Por: Psic. Miguel León
Director Metanoia
mleon@metanoia-ecuador.org