Ser adulto conlleva muchas responsabilidades, por lo cual hay que prepararse para ello pero sin saltarse fases como la adolescencia.
En su última semana de colegio mi hija mayor y sus compañeros de III de Bachillerato recibieron clases de lo que se denomina adulting o -en lenguaje más romántico- aprender el arte de ser adulto.
Por supuesto muy pocas cosas en esta vida se aprenden en una semana y ciertamente no cómo convertirse en adulto. Y no es sólo por la noción, que tenemos los padres, sobre las experiencias, aciertos y fracasos que es necesario vivir para eventualmente comportarnos como adultos.
Las nuevas generaciones han redefinido cuándo finalmente empiezan a aceptar las responsabilidades que ello implica. Por supuesto, la edad no es suficiente: entrados los 30 o los 40 podemos seguir manifestando actitudes y comportamientos dignos de un niño o adolescente. Y hace mucho tiempo que cumplir 18, no importa lo que diga tu cédula, no te vuelve un adulto.
La tendencia actual
Muy pocos estudios cubren la generación Z nacida entre 1997 y 2012, pero varios investigadores suelen utilizar referencias de los millenials y extrapolar las estadísticas con un cierto acento o mayor incidencia.
Estos recientemente graduados gozarán de mejor educación que sus abuelos, con proyecciones de entre 50% y 60% de profesionales titulados. Y aunque los ingresos reportados siguen siendo mayores y mejores para los graduados de universidad, los nuevos adultos no parecen tener más patrimonio que el que sus padres tenían a esa misma edad.
Las nuevas generaciones no muestran interés en “hacer carrera” en una misma empresa y mientras los millenials pueden cambiar de trabajo cada 5 años, los Gen Z piensan en cambiar de profesión o actividad cada 10. En lo familiar, la edad promedio para casarse en Ecuador ha aumentado -en los últimos 10 años- de 30 a 34 años para el hombre y de 27 a 31 para la mujer. Y con cada generación más personas simplemente no se casan nunca, lo que no significa que no opten por cohabitar.
Finalmente, la tasa de fecundidad ha decrecido constantemente por 40 años, estando hoy a menos de la mitad que hace 2 generaciones y vencerá la tasa de reemplazo hacia el 2030.
Que se casen más tarde, aunque ya tengan un título e ingreso fijo, también significa que su transición entre la adolescencia y la adultez toma mucho más tiempo que antes; luego del colegio siguen siendo niños de casa pero ahora universitarios y que, en hogares más afortunados, se prolonga un par de años con la maestría que sienten la necesidad de obtener, aún con cero kilómetros laborales. Y mientras en casa gozan de techo, comida y wifi gratis, sus privilegios se extienden junto con la libertad que quieren abrazar por ser legalmente adultos.
Eso, en la cabeza de muchos, no significa asumir responsabilidades en la misma proporción o inclusive considerar mejor las consecuencias de sus decisiones; ciertamente se sienten adultos para exigir y cuestionar, pero niños cuando les conviene recibir y disfrutar.
He leído ensayos que proponen modificar la edad legal en que una persona es llamada adulta, en virtud de la nueva realidad del mundo. Los jóvenes de hoy entre 18 y 25 años tienen prioridades y metas muy distintas a las que sus padres tenían en esa etapa, como si su plan fuese aún no convertirse en adultos.
¿Qué es ser un adulto?
Ser adulto es mucho más que cumplir una edad o conseguir libertad financiera: Es adquirir auto control y auto regulación, analizar y comprender los efectos de sus actos, desarrollar las habilidades necesarias para vivir en comunidad como un ciudadano de bien, productivo y confiable, construir un perfil profesional y emocional que le permita sostenerse adecuada e independientemente, alcanzar la madurez para comprometerse con un proyecto de vida.
Y recurriendo al cliché del nido y los polluelos, ese gran paso en la vida de una persona también requiere de la actitud y empuje (literal) que los padres estén dispuestos a tener y dar, cuando llegue la hora de que sus hijos emprendan el vuelo.
Y escribo esto mientras el hijo único de una amiga está por aterrizar en un país lejano, tan lejos como 3 diferentes vuelos para llegar allá y tan cerca como un click en WhatsApp o Zoom.
Hace unos meses su corazón se arrugaba pensando en verlo partir para la universidad, mientras que en las últimas semanas lo alentaba a no dejarse vencer por la adversidad del covid y empezar sus estudios cuanto antes. Porque ella, como todo padre comprometido con ayudar a sus hijos a convertirse en la mejor versión de sí mismos, sabe que la mejor forma de estirar y fortalecer sus alas, es con un pequeño y amoroso empujón al vacío.
Escrito por: Pablo Moysam D. Twitter: @pmoysam
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