Visitar este lugar sin maravillarse del encanto de su flora y fauna es imposible.
Las islas Galápagos, esas que salen en todas las postales turísticas y que gracias a casualidades del destino pude visitarlas y comprobar su encanto. Jamás hubiera imaginado todo lo que iba a vivir durante la corta semana de mi estadía. Fue más un pequeño escape de aventura y naturaleza.
El avión aterrizó en la isla Baltra. Ni bien bajamos había que navegar por un canal de aguas turquesas hacia la isla Santa Cruz, la segunda más grande del archipiélago y la más poblada e importante. Un largo camino entre áridos cactus y aves pequeñísimas nos llevó a Puerto Ayora, donde un lobo marino que estaba asoleándose en el muelle nos dio la bienvenida. Para las personas que viven ahí les resulta común verlos. Para mí, que visitaba las islas encantadas por primera vez, fue único. Mi cámara se vio llena de fotos al instante. Puerto Ayora es limpio, ordenado, un paraíso natural al pie del pacífico.
La aventura por conocer nuevos destinos marcan mis características, así que me aventuré debajo del mar para explorar la flora y fauna en toda su expresión. Fue así, como a bordo del Nautilus, nos alejamos a veinte minutos de la isla, navegando hasta llegar al islote Seymour Norte. Está localizado cerca de Daphne mayor y menor, a un lado de Mosquera.
“Un lobo marino nos dio la bienvenida. Para las personas que viven en las islas les resulta común verlos, pero para nosotros este momento es único”.
Al llegar, lo primero que capta la atención es el azul del agua, haciéndola casi transparente y dejando ver a sus habitantes las tortugas marinas, tiburones, peces y alguno que otro lobito adolescente y juguetón. El guía nos dio las instrucciones necesarias una vez que llegamos al punto de inmersión, es decir, al lugar donde bucearíamos. Armamos nuestro equipo y memorizamos las señas que debíamos hacer bajo el agua para comunicarnos en caso de emergencia. Ya con todo en orden proseguimos a descender. Estuvimos a cerca de 10 metros de profundidad en lo que avistamos más de 50 especies marinas.
A pesar de haber explorado otras playas antes, ningún mar se compara con el de Galápagos. Tomé varias fotos de todo lo que quería recordar, el guía facilitaba esto al hacer sonar una campana cada vez que alguna especie estaba muy cerca.
La primera fue una Morena, éstas tienen un cuerpo en forma de serpiente que llega hasta los 150cm, suelen ser agresivas y a pesar de no ser venenosas su mordedura resulta muy dolorosa. La segunda fue para mostrarnos un banco de peces. Mientras esperaba la tercera campanada me volteé para encontrarme, con un tiburón martillo de metro y medio. Aún con los nervios de punta me acerqué lo más que pude para tomarle fotos. Fue maravilloso nadar entre peces y tiburones. Una experiencia a lo “Buscando a Nemo”, sólo que la perdida aquí resulté yo al irme tras alguna manta raya o pez colorido.
La última campanada, momentos antes de que se acabe el tanque de aire, fue para avisarnos que la aventura había terminado. Ascendimos con cuidado y manejando la presión en nuestros oídos además del aire comprimido. Salí a la superficie con una sonrisa en mi rostro porque me había encontrado bajo el hechizo de las islas encantadas.
Por Daniela Medina
Estudiante de Comunicación UEES