El fraude de la infidelidad. La tristeza se apodera de un hombre que no ha llevado una vida fiel.
—Me queda claro que la vanidad masculina, en relación con el sexo opuesto, aun estando casado, es una deficiencia personal. Fue mi caso, aunque, a decir verdad, nunca cedí a la tentación de ser infiel a mi esposa. Lamentablemente, algunos de mis amigos pactaron con la infidelidad y… quien vive mal, termina pensando como vive.
Ahora nos acercamos a los cincuenta años, y, coincidentemente, quienes no han sabido ser fieles, presentan todo un espectro de crisis por problemas psíquicos, familiares, laborales, afectivos, sufren desengaños… que han desencadenado en ellos diversas enfermedades.
Hay en ellos algo de vejez prematura.
Aun nos frecuentamos y en ese trato se puede percibir que, en vez de asumir el realismo propio de nuestra edad, para seguir luchando con toda paz, cuando físicamente comienza el declive: ellos se han convertido al pesimismo, el hastío y el desaliento por su mejora humana y espiritual.
Sin justificarlos, yo he tratado de comprenderlos y ayudarlos, puesto que somos amigos.
Fue entonces que asistí a un curso sobre matrimonio y familia, en el cual se tocó el tema de la fidelidad desde el deber de nuestra naturaleza personal. Esto me llevó a reflexionar en todo lo que falta y falla, en la complicada vida de mis amigos.
La fidelidad no es un «añadido»
La fidelidad no es un valor nacido de los usos y costumbres de una sociedad, y que ha sido impuesta a la intimidad de los cónyuges, sino que brota de nuestra misma naturaleza, como el respirar del alma, cuando esta se encuentra en armonía con todas nuestras dinámicas psicosomáticas.
Armonía que es conjunción de las cualidades de nuestra sexualidad.
Es así que, cuando todas esas dinámicas llegan a insinuarse inapropiadamente, “se sienten, pero no se consienten”, para obrar un bien mayor, que es la fidelidad. Cuando no es así, la persona se rompe por dentro, y ya no puede vivir en comunión con su cónyuge.
¿Qué pasa entonces al ser infiel?
Se instala en el mayor fraude contra su propia persona. Le sucede al desvirtuar aquel sí por el que consintió en la negación de sí mismo, a favor del bien del otro. Una negación que lo vincularía con un valor personal, para crecer en capacidades y virtudes, y, así, constituirse en la mejor versión del don de sí mismo.
Sucede porque todas las acciones humanas tienen dos efectos:
El efecto transitivo, que hace referencia a la acción humana, que se traslada a las cosas externas que se hacen, como el pintar muy bien un cuadro, o reparar la descompostura del auto.
En cambio, el efecto intransitivo no se traslada a algo, sino que se queda en la persona, para bien, es decir haciéndola mejor, cuando la acción realizada es intrínsecamente buena, o, para mal, cuando la acción es intrínsecamente mala.
El efecto intransitivo de las obras de amor, enriquece a quien las realiza, pues por la capacidad de donación amorosa, crece la apertura hacia los demás; se es más comunicativo, y, por lo tanto, más participativo de su intimidad y riqueza personal.
Dicho de otra manera, la obra del amor es el servicio, y gracias a ello, se desarrolla tanto nuestra constitución humana, como espiritual. Se trata de un proyecto de la sexualidad humana, que el creador ofrece a la persona. Cosas que le son dadas, y cosas que la persona pone, haciendo buen uso de su libertad, al vivir el orden en el amor.
Así pude entender el pesimismo, el hastío y el desaliento de mis amigos hacia la mejora humana y espiritual.
Sin embargo, espero que en Dios puedan recuperarse en su dignidad, algo que la persona puede lograr en el último tramo o momento de su vida. Por ello fue hecha por amor.
Escrito por: Orfa Astorga, vía Aleteia.
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