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Cuando sientas que no puedas más ante las dificultades, el Señor que te ha llamado te dará la fortaleza necesaria para continuar el camino.

El Señor que te llamó te dará la fortaleza para perseverar…

Todos sabemos que la vida está llena de altibajos, y es muy natural desear que siempre nos vaya bien, sin embargo, en el momento menos esperado, las dificultades aparecen; y cuando sentimos que la fuerzas fallan, clamamos al Señor para que nos ayude.

 

 

El Señor nos conocía desde siempre

En esos instantes nos ayudará mucho recordar que siempre hemos estado en la mente de Dios, porque desde antes de que existiéramos, ya nos conocía y pensó en llamarnos a la existencia, como hizo con el profeta Jeremías:

«Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado» (Jer 1, 5).

Él nunca nos abandona

Y a pesar de que, en ocasiones, pareciera que las contrariedades de la vida nos sobrepasan, el Señor está siempre pendiente de nosotros y de lo que requerimos para continuar nuestro peregrinar por este mundo:

«Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia» (Sal 46, 1).

Además, se encarga de darnos la fortaleza necesaria para que venzamos en esos momentos de oscuridad, porque Él sabe por lo que estamos pasando y nos entiende, ya que también sintió que no podía más:

«Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: ‘Elí, Elí, lemá sabactani’, que significa: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?'» (Mt 27, 46).

Por eso, tengamos la certeza de que nunca nos deja solos:

«Aunque cruce por cañadas oscuras, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu cayado me dan seguridad». (Sal 23, 4).

Él nos ama y nos fortalece

Jesús nunca dijo que no sufriríamos, que nos quede claro, pero aseguró que si hacíamos lo que Él dijera, permanecería con nosotros:

«El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él». (Jn 14, 23).

Así pues, nuestra fe debe estar puesta en el Señor y es su promesa, porque antes de ascender envió a sus discípulos para proclamar por todo el mundo su Buena Nueva, en la que nos dio la esperanza de la vida eterna y los sacramentos como armas para poder alcanzarla.

«Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo». (Mt 28, 18-20).

Hagamos como san Pablo

Y para animarnos, san Pablo nos comparte su experiencia:

«…perseveren firmemente en el Señor…No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios» (Fil 4, 1).

«Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener sobra como a no tener nada. Yo lo puedo todo en aquel que me conforta» (Fil 4, 6. 12-13).

Por eso, no tengamos miedo, amemos a Dios como Él nos ha amado y vivamos creyendo firmemente en su Palabra.

 

 

Escrito por: Mónica Muñoz, vía Aleteia.

 

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