Es necesario que tengamos claro que el trabajo es fundamental pero la familia también lo es. Así que debes valorarla y cuidarla.
Hace unos meses, tuve la maravillosa oportunidad de ver el documental del matrimonio Alvira, españoles en proceso de beatificación. En vida pertenecieron al Opus Dei y supieron muy bien aplicar en su vida ordinaria lo que aprendieron de rodillas. A lo que San Josemaría le llamaba “unidad de vida”: empapar todo (hasta lo más mínimo en el hogar) con la fe que uno tiene.
Y te preguntarás “¿Por qué hablo de los Alvira en un artículo sobre el trabajo?”. Pues lo que más me impresionó sobre su vida fue la actitud que tenían frente al trabajo en todas sus formas: en las tareas domésticas, en la oficina, con los hijos…
Naturalidad
Esta palabra resonó mucho en mí cuando escuchaba hablar a sus hijos y conocidos sobre este hermoso matrimonio. Naturalidad para hacer lo que toca hacer, para entender que el trabajo es parte del camino del ser humano y que conviviremos con él hasta nuestros últimos días. ¿Será que este es un buen motivo para aprender a tener una buena relación con el trabajo?
Tener una relación forzada y resignada con el trabajo hará que no le encuentres sentido a los deberes diarios, que evadas poner acción en ellos e incluso que vivas tirando las responsabilidades a tu cónyuge y a los demás para liberarte de ellos.
El trabajo en la vida laboral
Es tan común ir a una reunión social y escuchar a tus amigos quejarse de “todo el trabajo que tuvieron en la semana”. Cansados, muchas veces hablando mal de su jefe y de la empresa donde trabajan. ¡La catarsis laboral es tan usual en los primeros minutos de conversación con algún amigo…! Y los lunes vienen las historias en Instagram de “otra vez lunes”. ¿Qué sucede con nuestra sociedad, que no encuentra alegría y satisfacción en la vida laboral?
Cuando el trabajo se convierte en un fin y no en un medio, es bastante común que esto suceda. También sucede cuando nos acostumbramos a buscar el placer en todo lo que hacemos y huimos del sacrificio.
El trabajo es un medio de santificación, donde podemos enriquecernos grandemente como personas y ponernos al servicio de los demás. El dinero que ganamos es necesario para vivir, pero no es un fin en sí mismo. Me encantó esta cita de San Josemaría en el libro Surco 483: “Estudio, trabajo: deberes ineludibles en todo cristiano; medios para defendernos de los enemigos de la Iglesia y para atraer —con nuestro prestigio profesional— a tantas otras almas que, siendo buenas, luchan aisladamente. Son arma fundamentalísima para quien quiera ser pastor en medio del mundo”.
El trabajo en casa
Me gustaría empezar hablando desde mi experiencia. Cuando recién me casé, tengo que reconocer, cuidaba mucho lo que podía dar en mi servicio en casa. No quería dar más que mi esposo para “que no se acostumbre”. Escuché este consejo de algunas personas y, sin reflexionarlo, terminé por aplicarlo inconscientemente.
Al final, me di cuenta de que la que se acostumbró a ser mezquina al momento de servir en casa fui yo. Luego de 5 años de matrimonio, tengo en claro que ese consejo no aplica en un hogar donde el esposo da todo con amor, y cuando se convierten en un equipo.
Espíritu atento
Es clave para poder darnos cuenta sobre las necesidades de mi cónyuge y de nuestros hijos. Una de las hijas de los Alvira decía sobre sus papás “nunca los escuché quejarse, y eso me hacía sentir que teníamos todo lo necesario para ser felices”. Palabras muy sorprendentes, y que muestran cómo el trabajo en casa con alegría y paz puede transmitir a los hijos un mensaje tan poderoso.
La familia es nuestra iglesia doméstica y debemos atenderla con el cariño y amor que nos manda Jesús cuidar a la Iglesia. Decía San Josemaría: “Ante Dios, ninguna ocupación es por sí misma grande ni pequeña. Toda adquiere el valor del Amor con que se realiza”.
El trabajo dignifica al hombre, nos ayuda a crecer en muchos ámbitos de nuestra vida, nos permite ver la mano de Dios y nos enseña a confiar en Su providencia todo tiempo: en los buenos, y en los no tan buenos.
Aprendamos a abrazar el trabajo diario con sencillez, con una sonrisa que acoge y que multiplica amor en rincones donde a veces no lo hay, donde es tan necesario.
Escrito por: Maryel Medina, ingeniera industrial y emprendedora, vía amafuerte.com
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