Al final de la vida me preguntarán si he amado, si he dado de comer al hambriento o de beber al sediento… como si fuera Dios mismo. ¿Qué es el verdadero amor?
Me gusta el Evangelio en el que Jesús me muestra cómo será el encuentro con Dios al final de mis días. Me juzgarán en el amor, no tanto en el cumplimiento de todos los mandamientos:
«Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. Entonces los justos le contestarán: – Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: – Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis».
El examen al final de mi vida será en el amor. Me preguntarán si he amado, si he dado de comer al hambriento o de beber al sediento.
Mirarán mi corazón y todo lo que he podido vivir en la hondura de mi alma. Verán si he hospedado al que no tenía hogar. Si me he preocupado por él amándolo en su pobreza.
Dios está ahí
Me impresiona siempre este juicio porque tanto los que lo han hecho bien como los que no lo han hecho, no saben que al hacerlo con cualquier hermano era con Cristo con quien lo estaban haciendo.
Ese amor a Jesús es el que hace posible el milagro. Han sido capaces de hacerlo sin ver a Jesús. Pero en el pobre, en el indigente, en el que no tenía raíces ni hogar, allí estaba Jesús pidiendo que le diera mi amor.
Esa forma de mirar la vida me inquieta. Yo no sé si estoy dando de comer, de beber, si estoy visitando al que está en la cárcel o al enfermo. No veo a Jesús en aquel a quien amo. No veo en mi hermano a Dios.
Si fuera capaz de verlo, ¿cambiaría mi actitud? Puede que sí, no lo sé.
Pensar en el otro
Me gustaría poder amar a Jesús en los que amo. Quisiera verlo actuando, sufriendo, dándose.
Las obras de caridad descritas en las palabras de Jesús me conmueven. No soy capaz de hacer esas obras con frecuencia. Pienso en mí, en lo que me conviene.
Cuido mis bienes, me preocupo de que todo esté bien para mí, para los míos. Pero no miro más allá.
Hoy me habla Jesús de una caridad que se desborda. Me pide que ame hasta el extremo al que más necesita. Al pobre, al desvalido, al sin hogar, al desnudo, al preso, al enfermo.
Y pienso entonces en todos los que necesitan mi misericordia. Necesitan que me abaje sobre ellos y los salve, los levante, los anime.
Dejo de pensar en mí en primer lugar. En mi éxito, en mis logros, en mi fama, en mi hogar, en mi seguridad, en mis bienes que calman mi sed y mi hambre.
¿A quién amo yo?
Dejo de pensar en quién ha sido misericordioso conmigo. Eso no es lo relevante. Dios no me va a preguntar quién ha hecho conmigo obras de misericordia. No necesita saber quién me ha amado, sino a quién he amado yo.
Pienso en ello. ¿Cómo es la calidad de mi amor, a quién amo de esa manera? No quiero que mi amor sea la respuesta al amor recibido. Quiero amar como Dios ama, sin esperar nada a cambio. Comenta el padre José Kentenich:
Si el amor de Dios es primariamente el amor misericordioso, eso significa que es un amor que no he merecido.
Cuenta el amor que recibo sin merecerlo y ese amor que doy sin esperar nada. No amo porque me hayan amado antes. No amo en respuesta a ese amor que he recibido sin merecerlo. Amo como Dios ama, así quiero amar.
Desinteresadamente
Es tan difícil un amor que no espera nada a cambio, un amor que no es reacción… Dios quiere que actúe primero, que ame yo primero.
No es tan fácil porque busco que me quieran, que me cuiden, que me favorezcan. Y me cuesta volcarme en quien más me necesita. Comentaba J. Antonio Pagola sobre el evangelio del buen samaritano:
Ve al herido. Se conmueve. Se acerca. Esta es la dinámica. Luego se acerca y hace gestos de madre. La mirada. Saber mirar. Nuestra vida empieza a cambiar el día en que empezamos a mirar de manera diferente a las personas. Acercarnos al que sufre. Quien necesita que yo esté cerca, ¿me necesita cerca?
Las cosas cambian en mi vida cuando empiezo a mirar a los demás de forma diferente. Miro su necesidad, lo que les falta y estoy dispuesto a amarlos en su indigencia, en su precariedad.
Me gusta esa mirada que rompe mi quietud y me saca de mi comodidad. Salgo de mí para amar al que más sufre, al que no tiene el amor de nadie. En eso me va a juzgar Jesús.
Sabe que ya amo a quien me ama. Y eso ya es un paso importante.
Él va más allá y me dice que tengo que amar al indigente, al pobre, al que no tiene nada, al que es despreciable, al que me odia, al que no me ama como yo quisiera.
Quiere que tenga esa empatía que Él tuvo en su vida terrena. Que pase mirando a los ojos del que sufre. Cuando cambia mi mirada es el comienzo de una forma nueva de vivir y de amar. [1] King, Herbert, King Nº 2 El Poder del Amor.
Escrito por: Carlos Padilla Esteban, vía Aleteia.
-
Lee también sobre: ¿Tienes una crisis de fe? ¡Vas por buen camino!